Cruzadas: Capitulo uno
Recio con el arma unida a la mano Azrael goza de forma voyerista la escena
-Que senos tenia – exclama, entregándose al placer brutal que otorga la sangre hirviente mezclada con saliva.
Largos y desparramados cabellos cubren el rostro de la joven, que sometida a la muerte y ya desprovista de sus protuberancias yace cercenada en la cama, cubierta por la carmesí seda de todas las vírgenes. Apoya su mano para sentir la exquisita humedad, lentamente se tiende, así ambos estuvieran en el ataúd y aquel líquido espeso recorre su pálida mano, acariciándola de forma viscosa mientras el la contempla atónito, como si un extraño ente la hubiese usado de instrumento de venganza. Aquella teñida de grana, toma firme al dador de placeres, que a ritmo desesperado se agita untándose de escarlata para expeler aquel linaje exquisito, al movimiento y al orgasmo.
El momento esta pronto, se ubica sobre ella, para fornicarla, en el último movimiento eyaculatorio. Irguiéndose luego exhausto aún desnudo, como si fuese el mismo arcángel Miguel bañado en sangre pecadora. Rápidamente se viste, para impregnarse de ese amargo y dulce olor, que baña los quirófanos de muerte.
Extrae un par de billetes, que lanza contra la mesalina y se retira imponente, orgulloso de acabar con la maldad.
Al alejarse, el motel se sume en las sombras y lentamente los sonidos amainan. El asesino sube a un fiat 147 y comienza así el retorno a casa, con una sonrisa.
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