El doctor Miller leyó la ficha de su paciente una vez más. Aquel caso le resultaba apasionante. El hombre sentado frente a él padecía un trastorno poco común: se creía un superhéroe.
-Créame doctor, no soporto más esta situación. Estoy cansado de mis poderes. Ya no me seduce la idea de salvar a la humanidad. Es una tarea abrumadora, además de frustrante. ¿Ha notado como la maldad avanza día a día? Me pregunto si no será mejor darme por vencido.
El psiquiatra estaba serio. Su trabajo le exigía disimular cualquier tipo de emoción, pero en ese momento se sentía preocupado. La terapia no avanzaba según sus expectativas. Sin embargo, pensó que en ese hastío mencionado por su paciente tal vez se encontraba la respuesta al verdadero problema. Por fin López quería renunciar a su condición de superhéroe. Se dispuso a llevarlo de manera sutil al terreno que realmente le interesaba. Tomó algunas notas y habló con voz muy calma.
-Bueno, su cansancio es una buena señal, señor López. Quizás ha llegado el momento de que empiece a reflexionar acerca de sus propios deseos…debe priorizarse ¿me entiende? Su vida no se reduce a resolver los problemas de otros.
El paciente se removió inquieto en el diván.
- ¿Sabe qué pasa, doctor?... mis poderes son algo así como un obsequio.
-Entiendo, ¿se siente culpable por despreciarlos?
-Es probable...en realidad…no sé… Mi deber es velar por la seguridad de las personas… pero... ¿cómo explicarle? A la vez, siento que este asunto de servir a la sociedad se ha convertido en una especie de obsesión para mí. Vivo demasiado pendiente de las dificultades de los demás y comienzo a notar que no le importo a nadie.
-Lo comprendo perfectamente, López. Desea pensar en sí mismo. Es algo lógico, mi querido amigo. No debería preocuparse. Sus sentimientos son normales. Debe comprender, ante todo, que usted es un ser humano; por lo tanto necesita valorarse como todo el mundo.
López observó al psiquiatra con recelo y cuando volvió a hablar había un dejo de amargura en su voz. Sus ojos exhibían un fulgor extraño.
-¿Acaso está insinuando que deje de utilizar mis poderes así sin más? ¡Cómo se le ocurre! Ustedes, los psiquiatras, convierten a las personas en seres individualistas y egocéntricos. ¡Pare de mentir, doctor! ¡Usted nunca me creyó! Sospecho cuál es su opinión acerca de mis problemas… pero se equivoca… ¡No soy un maldito lunático! ¡Entiéndalo de una vez! Ha llegado el momento de finalizar esta tortura. ¿Sabe lo que se siente al escuchar las conversaciones de todo el mundo?... ¡Me estoy volviendo loco!
-Tranquilo, amigo -dijo el doctor Miller -Siéntese por favor -Todo se resolverá…
-No le creo una palabra; usted jamás quiso ayudarme en realidad. Le revelé todos mis secretos… ahora ya nada importa…voy a dispararle y luego me quitaré la vida.
López extrajo una pistola de entre sus ropas y apuntó con ella al psiquiatra, que lo miraba horrorizado e incrédulo.
-Comience a rezar, doctor.
En ese momento alguien golpeó la puerta.
-¡Gracias a Dios! ¡Me ha salvado la vida, Susana! Llame enseguida a la policía, por favor -le dijo Miller a la enfermera.
Ella depositó un vaso de agua en la mesita auxiliar y repitió las mismas palabras que cada noche le decía a ese paciente.
-No se preocupe, señor Miller, todo está bien. Mañana lo verá su médico. Ahora tome sus pastillas; ya es hora de dormir.
Un rato después, en la calle, la gente se aglomeraba frente al hospital psiquiátrico y todos miraban asombrados hacia el sexto piso. Nadie quería perderse al hombre enmascarado, que luego de escapar por la ventana, se alejaba volando del edificio. |