ARROZ CON POLLO
Mirar la ciudad a través de los cristales de la ventanilla de la línea 73A era una de las pocas distracciones casi gratis que aún quedaban.
Ver el transcurrir de la gente, de los vehículos, de los edificios y viviendas, con una mirada sin interés y el pensamiento aturdido por la incertidumbre de los tiempos: fines de los ochenta, la hiperinflación galopaba a campo abierto; No recuerdo si fue aquel día en que al salir de casa, temprano en la mañana, hacia mi trabajo, el pasaje del ómnibus aún estaba a once Intis; al medio día al salir para una diligencia, el importe del pasaje se había incrementado a 22 Intis, y en la tarde, al volver a casa, llegaba a los 33 Intis.
Si no fue ese mismo día fue uno muy cercano.
No, mi mente no viajaba conmigo en ese mullido asiento de la 73A.
Hacía buen rato que habíamos dejado atrás Barranco y Miraflores, seguramente estábamos por la zona de Lima que es más conocida como Santa Beatriz, y de pronto, como por encanto se me vino a la mente la idea de que los dos billetes de 200 Intis, que había guardado en bolsillo interior de unas de mis casacas y que después de buscarlos varias veces, había dado por perdidos; quizá no los había puesto dentro del bolsillo interior sino… tal vez… ¿en la manga… de esa casaca?
No se el por qué, pero estaba convencido que encontraría los billetes ahí, en la manga, y en ese pensamiento ni me percaté que atravesamos, con el lento avance del congestionado transito limeño, el centro de Lima: desde la esquina de la Av. 28 de Julio con la Av. Arequipa, recorriendo toda la Av. Wilson, entrar a la Av. Tacna, y después de cruzar el río Rímac por el puente Santa Rosa, volteamos a la izquierda, tomando la Av. Francisco Pizarro, entrando oficialmente al viejo barrio de Abajo el Puente, como popularmente y por mucho tiempo fue conocido el distrito de El Rímac .
A las pocas cuadras, en el paradero de Villacampa, descendí del vehículo y me interne entre las viejas y estrechas calles que aún conservan ese olor y color a tiempos coloniales que transporta a épocas pasadas, con tanto colorido, historia y tradición, de fiesta taurina, flores y procesión.
Mecánicamente y a paso seguro, pasé frente al, aún en ese tiempo, Hospital de la Guardia Republicana, di vuelta a la izquierda y seguidamente a la derecha subiendo por la Av. Machu Picchu hasta la tercera cuadra de Sabandía, calle donde vivíamos en aquellos años.
Apenas daban las 2:30 ó 3:00 de la tarde. No había nadie en casa, ni ella ni su papá.
Me encaminé directamente a nuestro dormitorio, aun con las llaves en la mano, abrí el pequeño ropero en donde guardaba mi ropa, metí la mano dentro de la casaca verde e introduje la mano por la manga izquierda, y ¡¡¡ohhh!!!!... ¡Siii!, ¡sentí los billetes en las puntas de los dedos! Una sensación, como una corriente eléctrica, recorrió todo mi brazo hasta mi mente: los 400 Intis perdidos habían regresado a presupuesto familiar. No era mucho para los tiempos, pero algo se podría hacer después de no tener nada, o casi nada.
De inmediato salí y caminado a través de la Unidad Vecinal, llegué hasta la Av. Alcázar y de allí a la avícola San Fernando, unos pasos más. Salí con dos pollos enteros. Volviendo por la Unidad Vecinal, regresé por la Machu Picchu. Por suerte encontré aún abiertos algunos puestos del mercadillo que se asentaba cada día en esquina con la ya ex Av. La Capilla.
A casa llegué, además de los pollos, con algo de arroz, alverjitas, culantro, ajos, un ají amarillo, aceite vegetal y una botella de vino tinto semi seco. Con rapidez y práctica, descuartice los pollos y los separé en raciones para unos dos o tres días, dejando la suficiente porción para inmediatamente preparar un suculento Arroz con Pollo.
Saqué la libretita con espiral en donde tenía anotado varios menús criollos, copiados de la mama, desde que empecé a vivir solo.
Busqué la hoja indicada e inicié la preparación de mi primer arroz con pollo: Puse a encurtir el pollo, dejado para la preparación, en sal, pimienta, comino y vino. En una de las tres ollas Super Ware que teníamos, sofreí las presas de pollo; después de retirar las presas, en ese mismo aceite, preparé el aderezo: cebolla cortada en cuadraditos, con sal y pimienta, luego un par de dientes de ajos chancados a piedra, seguidamente las hojas del culantro picadas menudamente y el ají amarillo cortado en tiras anchas.
Mientras seguía con el aderezo, leía las indicaciones del manual de las ollas Super Ware, que daba indicaciones precisas para el cocimiento de arroz. Siguiendo estas pautas, alisté el arroz para agregar al aderezo, lavándolo y escurriéndolo adecuadamente.
Una vez agregado al aderezo el arroz, con el pollo sofrito incluido, y después de verificar que a mi gusto estaba delicioso, esperé pacientemente se terminara de cocinar y sin mucho pensarlo, decidí preparar una sorpresa: eliminé todo vestigio de labor culinaria, é incluso, coloqué la olla con el arroz con pollo preparado en el anaquel donde guardábamos las ollas vacías. Limpie la cocina, me di una ducha, y me recosté en la cama en espera de mi bien amada.
Todo salió perfecto; no pasaron ni 15 minutos cuando la oí introducir su llave a la cerradura, entonces salí a recibirla; Llegaba con aspecto cansado y cara preocupada, pues para ese día pocas posibilidades de tener algo para la mesa teníamos. Dejó sus cosas en la entrada y pasamos frente a la cocina, oscura, silenciosa y entramos a nuestra alcoba.
Me dijo que no sabía que preparar para cenar, le respondí, conteniendo la emoción, que no se preocupara, que tomara una ducha para que se refrescara y despojara de toda la carga del día, y que después… ya veríamos.
Así lo hizo, entró al cuarto de baño y al rato oí correr el agua de la ducha.
Entonces corrí, de puntillas, a la cocina, puse los individuales, los platos, los cubiertos, un par de copas para el vino y esperé el tiempo prudencial para servir el arroz con pollo sin que se enfriara, antes de que ella saliera del baño.
Salió pronto, regresó a la alcoba, se terminó de vestir y salió hacia la cocina, dispuesta a ver que podía encontrar para preparar, y entrando… se detuvo en la puerta de la cocina, con el pie derecho empezando un nuevo paso… muda, al ver los platos servidos.
Volteó hacía mí, me abrazó y estrechándome, empezó a llorar.
Pasó el tiempo y por muchos años me repitió que fue el Arroz con Pollo más delicioso que había comido en su vida.
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