Te llevaron una tarde neblinosa de junio,
ni siquiera hubo sol en aquella depedida,
mi pelo largo atado con descuido
era un símbolo
en esa adolescente entristecida.
Te fuiste un día cualquiera,
no hubo palabras, nada,
ni siquiera un gesto, una mirada
solo yo buscando las razones
y buscando en la memoria
la presencia.
Te fuiste un día cualquiera,
te recuerdo,
la silla de mimbre y las zarzuelas,
los párpados caídos, la mirada profunda
y un bigote tupido y seductor
sobre tus labios.
Te recuerdo,
inclinado en el torno, trabajando
venciendo la dureza del bronce
y del acero,
y mientras una opereta
se enroscaba a tu silbido,
te esclavizabas a tus sueños
por entero.
Te fuiste un día cualquiera
te recuerdo,
el saco gris cruzado,
los domingos,
el gusto por la soledad,
que yo he heredado,
los versos de Calderón
en tu memoria
y el placer por el vino
y el cigarro.
Ayer te fuiste
en una tarde neblinosa de junio
hoy, llegada a la madurez
de mi existencia,
cercana a la edad
en que partiste,
recreo tus valores en mi vida,
mi mirada se esconde
bajo los mismos parpados caídos,
en uno de mis hijos,
el rostro, te delata,
y, a veces, en las tardes
cuando el sol ya se apaga,
una vieja zarzuela
entra por la ventana.
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