La sombra de las montañas ya ha llegado a cubrir la ciudad. Los lobos, dispuestos a atacar, esperan la señal: la primera luz en las casas de los hombres. Cuando ésta se encienda comenzará la cacería. Los lobos saben que muchos morirán; de hecho, están seguros de ser ellos quienes sucumbirán ante el yugo inexpugnable del fuego. Cada uno prevé su muerte, pero igual atacarán. Ni siquiera el funesto vaticinio aplaca su instinto. O acaso la muerte sea su instinto: morir matando. A lo mejor sólo se trate de eso. Morir matando, no importa a quién. Sólo matar o morir; matar y morir. Sospecho que los lobos buscamos la muerte tanto como la muerte nos busca a nosotros. Los hombres saben que un día atacaremos, y nos esperan con sus escopetas cargadas; y nosotros atacaremos, porque ellos ya cargaron sus escopetas. No pasamos hambre (o en todo caso no es eso lo importante), tan sólo morimos y matamos.
¡Se encendió! Veo la señal. Llegó el momento de atacar. Matar y morir, de eso se trata todo. Y a eso voy.
Me gustaría contarles la historia completa. Estas pocas palabras, que se pierden en la nieve, no son más que una ínfima parte del todo. Ya no hay tiempo; ya comienzan los disparos...