Anna alguna vez tuve una abuela bastante testaruda que ya muriò, ahora solo me queda otra, que intenta cambiar algunos mètodos de amor de su marido.
A la primera, la testaruda, le gustaba describirse para el pulpito, era celosa, extremista, solidaria, sucia, triste, gritona y loca. Si acaso, veia un galàn para su hija o una enamoradita de su hijo, botaba jarras de orine desde todos los frentes de la casa. Gustaba arrancar las hojas, para usarlas como algodòn y cocinaba tanto para calmar ese amor desquiciante.
En cambio la abuela dos, la segunda, quièn todavia vive, llora de todo y grita por todo, critica defectos y mantiene integralmente a su marido.
Cuando su marido, se encuentra sentado escuchando a los mosquitos y zancudos en la sillita matutina de su casa en la chacra, la saluda con gentileza y le dice con galanteria: "Señora, buenos dias", alzando con respeto su sombretito de paja.
A sus 91 años, todavia es un profesional del galanteo, sin embargo, mi abuelita, contesta con menosprecio y desencanto, que abra bien los ojos, porque ella no es una señora cualquiera, si no su esposa y que si no se acuerda quièn es, porque quiere justificar su olvido con la vejez, es mejor que vaya a dar de comer a las gallinas y a los patos, advirtièndole, que pobre de èl si se le ocurrièse montar una pata.
Estàs dos abuelas: una muerta, otra viva, son parte de mi Anna y como veràn de esa uniòn no tan antigua nazco yo... Que todavia no boto orine ni insinuo una traición salvaje.
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