LA ALQUIMIA QUIMERA
Cabe decir que sin Mariel la habitación está en silencio. Un vacío absoluto. Toda nuestra infancia es el recuerdo de un lazo inquebrantable. Bajo el sol contábamos las cantidades de bichos horrendos y diminutos que atrapábamos al azar por voluntad del viento y cantábamos hasta quedarnos sin voz las canciones de éxito en la radio. Hoy cebo un mate y miro el monoambiente vacío y perfectamente ordenado. Ahora que Mariel no está, las cosas se ven tan tranquilas… Cada silla en su lugar, cada cuadro derecho y el olor limpio a los agobiantes sahumerios que Mariel tanto amaba prender en cada hueco del día. Entiendo que fue difícil decírmelo y tal vez escribirlo fue lo más práctico para salvar su alma y que no se rompiera en mil pedazos. Después de leer su carta, vagué recordando anécdotas que viví junto a ella hasta el amanecer y luego la olvidé mientras oía, por el balcón, al portero de mi edificio que cantaba un tango y regaba las plantas, y escuché con atención el llamado que le hizo una vecina a su teléfono celular para preguntarle por el pintor, que es amigo suyo, y que tenía que terminar un trabajo. Ese hablar entorpecido y acelerado del portero, me fue sacando de mi eje. Contra mi voluntad, fumé atados de cigarrillos enteros hasta sentir el asco en mi boca y lloré por nadie y vomité ante ella, ante su imagen en mis manos que juntaba para sostenerme la cara. Le vomitaba las palabras y las maldiciones que me estrujaban el pecho.
Cuando su pierna empezó a mejorar, noté que Mariel estaba incómoda y con los vaivenes de los últimos años, no me costó deducir que Mariel, sobre aquel cielo gris que la amparó toda su vida, sólo buscaba el retiro. Tras mi silencio, de acuerdo a lo que ella suponía, la dejaba dormitar sola en la cama matrimonial, mientras yo llenaba otra pava con agua y encendía la hornalla para sentirme bien cuando entrara la noche y los nervios sólo me hiciesen pensar en cuan insignificante y miserable sería mi vida cuando ella se marchara sin decir palabra, sin mediar adiós, definitiva y para siempre.
Me gustan mucho las mujeres y he conocido una cantidad inimaginable, demasiadas, de todo tipo y acento. Pero jamás había amado tanto, como lo hice con Mariel. La gran locura más adversa de mi vida. Mariel. La salvaje ilustrada, eterna en mi memoria. Viva entre mis parpados. Aún la escucho. Habla como una niña que está aprendiendo a hablar mientras habla. Y mientras lo hace, crea sentido. Corroe, inventa el mundo. Es la gran habladora de la historia. La que sabe llamar a las cosas por su nombre. Una delicada joven que inventa y redime, como una auténtica dama celestial de todos los tiempos.
A veces, sólo a veces, me canso de mí y de no haber tenido el valor suficiente para irrumpir en sus labios y hacerla mía. Sin transformarla, con plena conciencia de que Mariel era indomablemente hermosa. A veces me canso de mí y de no haber tenido el coraje para consumar todo el delito que ésta locura exigía. Era entonces cuando ella volaba, se alejaba y la perdía de vista. Habiendo provocado el caos, desaparecía. Sólo aquel que la conoció en su profundidad más aturdida, puede comprender tales demencias. La impredecible y tenue Mariel, un libro inagotable de leer, lleno de vacíos.
Hoy son sólo dudas. Dudas que retendré hasta su regreso, si es que vuelve, para preguntarle con calma. A veces creo que Mariel sólo va a regresar en sueños, como si solo pudiese volver a verla en la muerte. Y entonces te hablo a vos, sí, hacia vos me dirijo con ésta bronca y ésta angustia atravesadas en mi garganta, porque estás ahí… Tan presente, acompañando cada uno de mis días. No puedo ni quiero superar éste miedo que te tengo, porque me entrego a la noche infinita con cadenas en pies y manos, desde hoy y desde siempre, con el dolor de la infinitud de tu criterio. A tu gusto van mis pasos. Sé que vas a llevártela primero, si es que aún no lo has hecho. Tú la deseas tanto como yo la necesito, puedo sentir como ella te ha cautivado también con aquella fascinación radiante que vaya a saber de qué lugar endemoniado la sacó. Según pasan los años, más me convenzo de que ésta vida fue un error, de que ella fue un error y que el mundo no tiene salvación mientras ella siga pisando éste suelo mundano. No habrá poeta ni flor, ni color ni mediodías. No habrá oportunidad de arrepentirse mientras ella continúe construyendo y destruyendo con la luz perpetua de su infinita presencia, nuestros desgajados corazones.
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