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La conocí en internet. En una de esas páginas en que se buscan esas personas que siempre se supieron distintas y que ahora, con el paso de los años, se permiten reconocérselo.

No quería enamorarme. Quería protegerme. No quería volver a sufrir por amor.

Me pareció agradable su conversación. Nos escribimos varias veces. Yo notaba que tenía ganas de que llegara esa hora en la que, sin que hubiésemos quedado previamente, los dos sabíamos que seguramente estaríamos conectados.

Poco a poco fuimos conociendo cada uno más cosas del otro. Me gustaba lo que iba descubriendo de esa mujer; pero no quería pensar que era alguien especial, que era distinta, porque sabía que eso es lo que siempre se piensa cuando se empieza a conocer a alguien así.

Comencé a imaginármela. Tenía ganas de conocerla físicamente. Me empezó a gustar tanto hablar con ella que comencé a temer que hubiera algo en ella que no me gustara. Había temido algo parecido con su voz antes de que habláramos por teléfono, pero esa prueba la pasamos satisfactoriamente.

Es curioso, empecé a pensar que esto se parecía a una carrera por etapas; o, quizás,más, a una oposición. La primera prueba, esa en que se trata de ver si hay gustos o aficiones comunes, si los valores del otro te gustan, … y otras cosas muy generales, la habíamos superado bien. El tipo de conversación, las bromitas, algunos detalles biográficos, … también parecían haber ido bien. Así que, aprobado el primer ejercicio, superada la primera etapa, nos enfrentamos a la segunda. ¿Tendría una voz de pito que me echaría para atrás?, ¿habría algo en la mía que le resultara especialmente desagradable? Recordé entonces lo ridícula que me parecía mi voz cuando la escuchaba en las primeras grabaciones de casete que nos hacíamos de niño, pero intenté quitarme de la cabeza aquella imagen: supongo que mi voz, como mi cuerpo habrá ido cambiando con los años.

Además, nadie me ha dicho nunca que le resulte desagradable y, supongo, que, aunque no te lo digan, esas cosas se terminan sabiendo, como sé que tengo las orejas grandes o la nariz, son cosas que uno termina aceptando como partes de uno, de lo que es.

Además, no pasaba nada si esta historia no seguía adelante. Yo no estaba enamorado y habría muchas personas en esa página o en otras similares con las que podría hablar un rato por las tardes y, quizás, ir al cine o a cenar algún día. Sin embargo, uno tiene siempre una cierta sensación de fracaso cuando paso algo que no desea que ocurra.

De todas formas, todo fue bien. Su voz era dulce, relajante. Su ritmo, … , todo en fin, me gustó. La mía a ella, también. Así que añadimos, esporádicamente, las llamadas de teléfono a nuestras conversaciones escritas en la pantalla. La segunda prueba, la segunda etapa, parecía superada también y resultaba inevitable no hacerse algunas ilusiones sobre aquella relación que estaba recién nacida; pero que ya se iba asentando sobre la tierra, iba cobrando vida, teniendo entidad propia.

Con esto, me volvió esa vieja certeza de que cada relación es única, que saca algo nuevo de nosotros, algo que tiene que ver con lo que nos une a esa nueva persona que ha aparecido, que se nutre de la suma de los dos, y la otra persona, claro, siempre es distinta, nunca es la misma.

Fue entonces cuando empecé a insistirle en que me enviara una foto. Me había contado alguna cosa sobre cómo era, pero había algo en este asunto que me inquietaba. ¿Por qué se resistía tanto a enviármela?, ¿o era normal que se resistiera un poco a ello? Además, cada vez me rondaba la cabeza más una idea nueva: ¿cuál es el momento de contar las cosas que tememos que el otro conozca de nosotros?, ¿Contaríamos los primeros días que nos falta una pierna a riesgo de que la otra persona no nos diera siquiera la oportunidad de conocerla?, ¿Era honesto guardarse un detalle como ese y contarlo cuando la otra persona empezara a estar de alguna manera entusiasmada?, ¿Era de eso de lo que se trataba?, ¿De contar esas cosas menos agradable cuando contáramos ya con una cierta ventaja?, ¿Y si no era algo físico, por ejemplo, he sido drogadicta, delincuente?

Era como si ya empezara a sentir que me costaba
resistirme a la posibilidad de que me pudiera enamorar de esa mujer. Esa mujer de la que tanto me gustaba todo lo que conocía, con la que tanto me gustaba hablar, a la que quería seguir conociendo con tantas ganas. Y me volvía la idea del físico, ¿cuándo le contaría yo esas cosas si tuviera alguna que contarle?, ¿le hubiera contado yo los primeros días que me faltaba una pierna, que había sido drogadicto, que había estado en la cárcel?

Yo lo que quería ya era conocerla en persona, tomar un café con ella, almorzar, cenar, … Cuidado, no te entusiasmes, me decía, que no la conoces aún físicamente. No conoces su olor, sus ojos, el color de su piel, su pelo, su peso, … En esos momentos, son tantas las cosas que se le ocurren a uno que pueden resultarnos desagradables. Yo no era muy exigente en el físico, siempre pensé que cuando uno se enamora de alguien, basta con que el físico no estorbe para que uno vea hermosa a la otra persona, para que uno la vea físicamente atractiva, porque al final uno ve al otro en conjunto, el físico se convierte en la forma que adopta todo eso que hay en el otro y que tanto nos gusta, sus ojos, su boca, su sonrisa, traducen las ideas, los sentimientos. Los brazos, las piernas, el cuerpo en general, se mueve al dictado de las sensaciones y es difícil no enamorarse de un cuerpo que lleva dentro todo eso que nos gusta tanto. Pero es verdad, que el cuerpo debe no estorbar, porque cada uno tiene una serie de defectos, de características sería mejor decir, que le resultan especialmente desagradable, que lo echan para atrás y que, muchas veces, otra persona no comprende: ¿cómo puede desagradarte tanto eso?, decimos a veces a algún amigo cuando nos lo cuenta.

¿Por qué no me envías una foto?, ¿por qué te resistes tanto a que te vea?, ¿no te preguntas tú cómo seré yo?, ¿no tienes tú esas mismas inquietudes conmigo?, me preguntaba, le preguntaba yo cada vez con más insistencia.

Era verdad que se resistía, pero siempre con una sonrisa tranquila que parecía no traducir una especial inquietud en ella por nada de esto. No parecía temer nada. Pero, entonces, ¿por qué…?

Finalmente, llegó el día. Me dijo algo que me aclaró todas las dudas, que me dejó completamente desconcertado:

-¡Ay, querido! En el amor, los videntes, estáis tan limitados…

Texto agregado el 27-05-2012, y leído por 132 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
25-06-2012 No hay nada más seductor que la seguridad en uno mismo, la autoaceptación y el amor propio. Muy bien testimoniados los temores que ocasionan las dudas de si seremos, o no aceptados tal como somos. La duda es falta de amor. 5* -preciosa-
28-05-2012 Te recomiendo por lo bueno que leí, que aprendas a usar el PUNTO APARTE, es un ladrillo visual. No soy maestro, pero aprende a que el otro cierre los ojos y le das bocados, petite bouch Newen
28-05-2012 Muy cierto el comentario de susana-del-rosedal,se lo que es ver con los ojos del alma.Muy bueno tu texto. marisas
28-05-2012 Tenía algo más poderoso... una ventaja sobre tí: Te podía ver con los ojos del alma. Me gustó mucho el texto. Un abrazo. susana-del-rosal
 
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