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Inicio / Cuenteros Locales / OnaLisa / Mis Sueños II: Mirada Perversa

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Era hora de almorzar. Me senté en mi mesa antigua de madera de cerezo, con sus detalles rococó. Su madera tenía apenas marcados unos pequeños rasguños. Me estaba preguntando quién había provocado imperfecciones semejantes en esa antigua mesa, hasta que la vi. La gata profiere de su fina garganta, y suavemente, un maullido aterciopelado para pedir comida, y nos convence con sus ojos, que son como aceitunas verdes mirando al horizonte, con el brillo de la luz tenue de una vela que nunca se apagará. Finalmente, de mis manos, y, ante sus ojos, dejo caer un pedazo medianamente aceitoso de pollo al horno. El aceite de girasol, amarillo como el fuego, se desparrama por el suelo, lentamente. Ella, con sus ojos vidriosos, pero siempre con su naturaleza fría, mastica indiferente el trozo de pollo, asquerosamente maleducada e indiferente al destino de lo que acaba de comer; un pollo entre tantos, que tuvo que aceptar lastimosamente su destino por el destino de los demás, para que la humanidad entera no pasara hambre. Finalmente, el trozo pasa por su garganta rápidamente. Le gustó. Ronronea, y se acuesta a mis pies. El contacto con su pelaje me causó un escalofrío que me recorrió las dos piernas. Me causó una extraña sensación de odio y ternura: ella se mostraba fría, pero tierna en su mirada. Me quedé entre pensamientos confusos un momento, y luego fui a dormir la siesta.
Tuve un sueño muy extraño. Estaba sentada en el piso, en la nada absoluta. Empecé a mirar por todos lados, buscando qué mirar, hasta que miré a mi izquierda, y vi a gatos de pelaje negro y ojos amarillos, que me miraban inexpresivamente. Alcancé a escuchar de sus bocas incoherencias; con voces cascadas, y por un momento pensé que me hablaban en alemán. Sentía que sus ojos reflejaban toda la maldad del mundo. Repentinamente, me rodearon, y se me abalanzaron tres, siempre con sus ojos fijos en mí. Querían devorarme: me mordisqueaban y olfateaban, mientras yo gritaba pidiendo auxilio y veía fluir pequeños hilos de sangre de mis extremidades, sin poder hacer nada, gracias a los gatos que me rodeaban.
Desperté profiriendo un grito. Sentía que todo lo que había soñado era real. Luego de incorporarme, miré la hora. Las nueve de la noche. Me pregunté cómo había dormido tanto. De pronto, me descubrí sedienta y bañada en transpiración. Me levanté con mis pijamas blancos, y fui hasta la nevera a buscar agua bien fría. Mientras tanto, fui por el largo pasillo hasta la cocina. La cocina tiene un arco que da al comedor. Y es por eso que, cuando terminé de calmar mi sed, cuando volvía al pasillo, alcancé a divisar, desde el arco, una silueta que se dibujaba suavemente sobre el fuego de la chimenea. Era mi gata. Estaba sentada frente al fuego, contemplándome, con su mirada perversa, relamiéndose su hocico y bigotes, que estaban embadurnados en lo que parecía un líquido oscuro, que caía en pequeñas gotas sobre el piso encerado. La ventana del comedor estaba abierta. Saltó sobre ella y escapó, sumergiéndose en la oscuridad absoluta de la noche. Hacía frío. Fue por eso que cerré la ventana. Contemplé las manchas oscuras en el piso. Levanté una de ellas con el dedo índice. Era sangre.

Texto agregado el 25-05-2012, y leído por 122 visitantes. (0 votos)


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