A Ñ O N U E V O.
Faltaba apenas un día para Año Nuevo y se presentó una carrera al Aeropuerto. Algo más que conveniente, lo tedioso era ir a buscar al cliente a San Bernardo.
Ya había trasladado a ese mismo caballero, no me demoré como la primera vez en llegar a su domicilio.
Mientras lo esperaba fumando, no se de donde aparecieron tres sujetos encañonándome.
-¡Ya, te bajaste!-Me gritó el que entró por la puerta del copiloto.
Por costumbre quise agarrar las llaves y me llegó un rotundo cañonazo en los dedos, sorpresa que aprovechó el que estaba a la espectativa por el lado izquierdo para de un sólo tirón por el cuello de la camisa lanzarme echo un ovillo al suelo e instalarse frente al volante.
Me colgé de la puerta en un vano intento de evitar que se llevaran mi herramienta de trabajo (radio/taxi), pero el que ya ocupaba mi lugar me increpó:
-¡Si no le hacís falta a nadie, trata de quitármelo,poh C.D.T.M!
Pensé en mis hijitos, mi mujer, mi “madre” aludida sin el menor respeto. Bajé los brazos, me hice a un lado dejándoles la via libre para que arrancaran.
El señor que iba a buscar permanecía con sus dos maletas en la calle llamando por su celular, lo que me dio un alivio.
Pronto apareció un joven en su auto quien cargó el equipaje y antes de irse sólo me dijo:
-¡Lo siento amigo, pero primero está mi papá!
Comencé a caminar en la misma dirección de ellos, pero a la hora que el sol va a ponerse pica más fuerte, di media vuelta dispuesto a caminar hasta encontrar algun paradero de donde regresar a la capital.
Enrabiado no tengo idea cuanto anduve, de pronto choqué con un basural, levanté la vista cuando alguien me dijo:
-¡Bienvenido a mi humilde morada!
Era un compadre que sentado en un cajón viejo jugueteaba con un perro chico sobre sus rodillas. Me llamó la atención que su ropa estaba limpia y no se veía descuidado para el lugar en que estaba..
-¡Buenas tardes!, le dije cuando al mirarlo descubrí a un buen chato. ¿Cómo vuelvo a Santiago?
-Tiene que caminar como quince minutos para llegar a la carretera, debe estar por pasar el último de los Expresos, me dijo indicándome el camino con la mano.
Quise usar mi celular; recordé que el tercer asaltante me lo arrebató.
Me toqué los bolsillos y andaba sin “niuno”, todo se me quedó en la guantera de mi auto.
El supuesto cartonero se dio cuenta y sacándose una bolsa plastica sujeta con dos elásticos eligió un billete de dos mil pesos.
-Para el Expreso, y para que después tenga para su casa- me dijo, pasándomelos como con satisfacción.
-¡Gracias amigo!...¡Este otro año se los devuelvo!... le dije a manera de chiste, para desestresarme un poco.
-¡Vaya con Dios caballero!- Y siguió acariciando a su perro.
Una semana después de las fiestas, los carabineros encontraron mi auto en un basural a las afueras de San bernardo.
Le pedí a un colega que me llevara. Durante el trayecto le conté los pormenores del asalto y cómo desde el bus que me traía gratis porque estaba fuera de recorrido, divisé un coche de nuestra línea, cómo reconocí a un compañero que se detuvo y me llevó hasta mi casa.
***
Los policías esperaban por la grua, para llevarse mi auto todo desmantelado.
De inmediato reconocí el lugar.
-Aquí fue donde un compadre me ayudó con plata para que volviera, pero no está ni él ni su perro, voy a darle un vistazo a la casuchita.
Uno de los policías se santiguó y me preguntó:
-¿Le pasó un billete de dos mil pesos? … ¡Esos billetes hace veinte años que salieron de circulación!
Yo asentí, sin comprender nada.El carabinero prosiguió:
-Aquí estaba el antiguo Terminal de los Expresos a San bernardo. El compadre que lo ayudó fue el espíritu del cobrador Manuelito que no se despegaba de su perro…
Yo le escuchaba asombrado,sin interrumpirlo.
-El chofer del bus no se los recibió…¿Verdad?...Volví a asentir.
- ¡Otro fantasma!… A él junto a Manolito los asesinaron cuando asaltaron la garita que estaba aquí… Pero entre los dos socorren a un colega cuando está en problemas.
***
Despué de firmar la documentación requerida, iniciamos el regreso.
Al mirar por última vez ese lugar hice un gesto de despedida, pues entre la resolana y el polvo que levantaba el deslizarse de nuestro auto, creí divisar la imagen de Manuelito haciédonos adios.
Despué de un rato hurgué el bolsillo superior de mi casaca donde encontré el púrpura billete de dos mil pesos que mostré a mi compañero y que aún conservo, como testimonio de aquel extraño suceso.
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