Vengo de hacer un responso
por una mamá de Catequesis Familiar que se suicidó.
Alguien en cierta ocasión similar me preguntó:
- Padre, ¿es cierto que los que se suicidan van al infierno?
Mi respuesta es la de siempre:
- Los que se suicidan 'vienen de un infierno'.
Un infierno en el cual se metieron,
o llegaron sin darse cuenta,
y no pudieron o no supieron salir de él.
En mi respuesta, les hago también una comparación:
- ¿Qué hacen las mamás cuando sus niños
despiertan aterrados debido a una pesadilla?
Me responden: Los acariciamos, los abrazamos;
les decimos palabras que los tranquilicen.
- Pues, bien, les digo; eso mismo sucede con los suicidas:
ellos ya no tienen una pesadilla sino que ‘viven’ una pesadilla.
No es que no amen la vida,
sino que no pueden con una vida de pesadilla,
y desean librarse de lo que los atormenta.
Sobre todo, como el caso que dije al iniciar este reflexión.
Papá Dios los debe recibir como una mamá
a su hijo que despierta de una pesadilla.
Y si se metieron culpablemente en ese embrollo,
de alguna manera arreglará con ellos, en su misericordia.
He conocido a mucha gente con depresión bipolar o congénita.
Acuden a mí, a veces, para solicitar ayuda con la energía,
o recibir orientación espiritual.
Es algo muy difícil.
Lo importante, le dije hoy a la gente:
Cuando haya problemas, por ningún motivo se aislen.
Todo lo contrario, háganse ayudar, busquen apoyo,
sea del médico, de los familiares,
y si son personas de fe, la ayuda espiritual.
Los católicos contamos con la Unción de los Enfermos,
que da paz, consuelo y fortaleza.
En general, formemos
un ambiente agradable y pacífico en nuestro entorno;
la vida está difícil para mucha gente,
y nosotros podremos evitar, a lo mejor, peores males,
siendo como Jesús, que nos dice:
“Vengan a mí
todos los que están cansados y agobiados,
y yo los aliviaré.
Y aprendan de mí,
que soy amable y humilde de corazón”
(Mateo 11,28ss).
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