Mi iris quedo impregnado de aquella visión...claro oscuro, placido, se veía el mar esa noche, a no ser por la luna pensaría que estaba solo en el universo.
Aquella estaca sobresalía del mar, eran restos de un muelle desvencijado y viejo, podrido por el salitre marino y como a unos 50 metros bordeando la orilla, estaba ella bañándose desnuda, solo podía divisar su silueta en claro oscuro como el mar, esa noche no hacían falta colores, para alegrar mi vista.
Decidido me dirigí hacia ella sobre la arena, mis pies se hundían como en un masaje tibio, poco a poco podía ver más detalles y cada vez se veía más bella.
Su cabello era largo y del color de la noche, su piel tersa y su cuerpo finamente esculpido, nada le faltaba ni nada le sobraba, olías a algas marinas y cuando reía era la envidia de las perlas.
Ella me sonrió con su mirada, me grabo en su retina, fue como una estocada breve y mortal, juro que no había visto algo más bello y peligroso.
Si, las cosas que no controlas son peligrosas, porque pierdes el control, la serenidad y hasta la voluntad.
A estas alturas hubiera vendido mi alma por un beso suyo, y lo paradójico es que ella vendío la suya, para estar conmigo a cambio de nada.
Y es que así son las cosas de la pasión, la matemática del amor...pides cero y das infinito.
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