HOMO PICTOR
Sentado frente a mi caballete alisto los pinceles para contar ésta historia.
Voy a pintar años borrascosos que se fueron ya de mi vida, pero que nunca quedaron enterrados en mi corazón y hoy buscan una salida digna mediante la luz de los colores.
¡Qué el creador de la luz me ayude con los colores!
Parto pues -amigo lector-de tres figuras, Juan, Sara y Pillo, que se humanizan en mis lienzos, pronto saltarán de éstas pinturas, donde están cautivadas por los azules, a las páginas de estos relatos.
Amigo lector cierre los ojos, ubíquese en su mente, intente conectarse a un color con ese tercer ojo que tiene en la frente, para que empiece a visualizar una cueva natural y a sentir un viento frío.
Si amigo lector es el viento frío, rebotando contra el cuadro, haciendo que el tiempo y el espacio se alarguen, para que en el horizonte aparezca un valle sensual rodeado de montañas, sobre una de esas montañas, visualice una cueva en su mente, observe bien un haz de luz impregnando el interior en pequeños resplandores con tonos rojos, dorados, ocres y fucsias, allí agoniza Sara, con una mapaná blanca enroscada en su cuerpo.
El título es “Adiós Sara”.
Es una pintura de claroscuro sin cronología porque el tiempo es asumido como sombras, que parecen perseguir tratando de aniquilar a Juan y a Sara, que saltan del cuadro a las páginas de estos relatos.
Ellos vivieron muchas horas terribles, que veían desencadenarse en instantes ineludibles en los cuales Sara, pasó del horror de sentirse presa de esa cacería humana despiadada, a ver llegar a la muerte reptando con su lengua bífida buscando su cuerpo.
Adiós Sara
óleo con espátula
El óleo se compone de una sucesión de imágenes, que se visualizan llenas de colorido en primeros planos: Una hermosa mapaná blanca aparece reflejada en la quebrada a la luz de la luna, la joven y magnífica mapaná blanca se alza sobre sus patas, luego se desliza sobre las aguas bajo el reflejo del satélite de la tierra.
“Las culebras tienen patas”
A Sara, la maravilló la belleza de la visión, antes de empezar a sumirse en una oscuridad sin retorno cuando se le nublaron los ojos, sintió que definitivamente se iba de este mundo.
La culebra blanca deslizó su lengua, avanzó picando por el hermoso cuerpo cubierto con una vestimenta hecha jirones, picaba lentamente, sin afán enredándose victoriosa en el cuerpo de Sara, a lo lejos se percibe en el cuadro que Juan corre desesperado hacia la cueva.
Sólo cuando la creyó muerta, la mapaná blanca dejó de picarla, dio vuelta y se deslizó hacia las rocas. El letal veneno la iba adormeciendo, Sara empezó a perder la noción de su propia existencia, pensó en la muerte, se iba y no se iba de este mundo, luchaba tenazmente por aferrarse a esas montañas, se aferraba a la lucidez, sentía a la mapaná blanca, esgrimiendo sus patas ocultas, que se aferraban a su piel, que se enredaban en sus piernas como aparece en el último óleo, donde el amor y la muerte, se disputan a jirones el cuerpo de Sara, que yace recostado a unas rocas, con una serpiente blanca enroscada.
Juan disputa el cuerpo de Sara, perdiendo su duelo ante la muerte, que finalmente se queda con el cuerpo desmadejado de su amante, su grito desesperado: “Saraaaa”, se multiplica con el eco que rebota contra las montañas, cual notas fúnebres, que flotan sobre un valle de lágrimas devastado por vetas de sangre, que arrasan con los pinos, salpican de rojo un suelo verde antes tapizado de guayabas.
A veces el abatimiento quiere morder ferozmente mi corazón -y hoy es un día de esos grises, días letales de pensamientos sombríos-pero yo sigo pintando la historia de Sara, Juan y Pillo, aunque en este momento no se me ocurra nada a pesar de que hay tanto que recordar.
Hoy no se me ocurre nada, inclusive me siento ridículo con relación a mí mismo, hablando de mis cuadros, mis fotos y mis recuerdos.
Vivo a merced de los recuerdos-Pillo ya sin vida fue brutalmente decapitado, Sara, moría en una lúgubre caverna llena de murciélagos-cuando una inesperada visión convirtió al asesino de mis hermanos en materia de mi trabajo cotidiano con mis pinceles, espíritus burlones trasformaron entonces mis deseos de venganza en un escenario simbólico, en un nuevo mundo que brotó de los colores.
!Qué irónica que es la vida!
Mi trabajo cotidiano fue producto entonces de una lucha tenaz entre los colores y los sentimientos encontrados, hasta que finalmente todas esas inútiles peleas mentales concluyeron en un fondo ocre, de donde emergen imágenes de la vida de Juan, quebrando en sutiles líneas lo grotesco del anti relieve, salpicando el nuevo firmamento estrellado de figuras cotidianas, reflejadas en un espejo, donde revienta espectacularmente en medio de luces, la vitalidad, la belleza de una mujer entre los Golars, es Sara, con toda su belleza y picardía adolescente, pintada en un color oro sobre el espacio sideral, donde flota con galaxias y cometas de refulgentes colas sobre la mapaná blanca de la muerte que la espera, alzándose sobre sus patas, sacando su lengua bífida viscosa, levantando su cabeza hacia el firmamento, por donde vagan los jóvenes enamorados, pastoreando las estrellas.
Juan en el primer cuadro va al lado de los otros muchachos felices de la esquina, cuando esta no se había teñido de todas las formas de violencia, éramos unos adolescentes irreverentes, aún sin cruces y calaveras en el alma.
En un segundo óleo Sara ocupa el papel protagónico agonizando sin lágrimas en una cueva a la que le entra un haz de luz impregnando el interior de pequeños resplandores con tonos rojos, dorados, ocres y fucsias, mientras en otros escenarios los tres se confunden en un solo cuerpo, en un momento, donde no parecen existir fronteras entre el día y la noche, la muerte y la vida, la realidad y la fantasía.
Es un mundo de indeterminación, donde los dos hermanos de esquina, como ellos se hacían llamar, terminan en el recuadro final del dibujo, buscándose para matarse, mientras los campesinos de la zona, armados de machetes, inician la cabalgata de la muerte.
ADIÓS SARA
SERIE “LOS DESAPARECIDOS”
Se besaron con furia, como si quisiesen rescatar con los besos la frustración producida, por el incumplimiento. En sus brazos, el tuvo suficiente tiempo, para evocar un 31 de diciembre. Ese día la buscó a la media noche, con la desesperación del adolescente, para darle el beso de feliz año. En esos precisos momentos Pillo, venía abrazado con Solanlly, después los cuatro, le dieron una vuelta al barrio, besando, abrazando a la gente, que se botaba a la calle, en medio de llantos, recibían el año nuevo.
“ Se trataba de que cada uno llevara su pareja y “Anlly”, se le quitó a ultima hora a Pillo, !Maldita sea, “anlly” se tiró en todo...”
En eso pensaba. Ya les iba a comunicar, que lo mejor que podían hacer en estos momentos, era devolverse para sus casas, cuando la voz de Pillo, lo sacó de sus pensamientos.
-¡Ey Juan, volémonos los tres!.
Juan, se hallaba perplejo, Pillo mismo, le abría la posibilidad para escaparse con su hermanita. Se sentía feliz, como cuando inventaba la creía que era su mejor canción, por momentos pensó que la vida misma, le había tendido la trampa de una felicidad tan efímera y grandiosa, como el momento de la creación de su música. Esto explicaría el colorido azul “Del músico”, cuando rompe lo grotesco del anti relieve, apareciendo como los otros muchachos felices de la esquina, cuando esta no se había teñido de todas las formas de violencia, éramos en ese entonces unos adolescentes irreverentes, aún sin marcas en el alma, rodeados de jovencitas como Sara, misteriosas cual el sueño mismo, que se alzan del suelo, se pierden entre las nubes, que lentamente van perdiendo el azul refrescante, para adentrarse en las nubes de las tormentas.
En el segundo óleo, los tres se confunden en un solo cuerpo, en un momento, donde no parecen existir fronteras entre el día y la noche, la muerte y la vida, la realidad y la fantasía.
Es un mundo de indeterminación, donde los dos hermanos de esquina, como ellos se hacían llamar, terminan en el recuadro final del dibujo, buscándose para matarse, mientras Sara agoniza con una mapaná blanca picando sus piernas y los campesinos de la zona, armados de machetes, inician la cabalgata de la muerte.
Se internaron por el paisaje cantando en grupo la canción de Pepe, que tenía un estribillo pegajoso: “ Yo llevo todas estas montañas encima de mi corazón...”.
Decidieron descansar cuando se cernía la noche, armaron una rústica carpa en el cerro, en el lugar donde había una capillita abandonada.
Sentían que el deseo venía envuelto en el viento frío de octubre que golpeaba contra sus cuerpos, abrazados se alejaban, dejando a Pillo sumido en sus pensamientos.
Los amantes ascendían en las sombras divisando a Medellín desde lo alto de los tres morros, como un valle cerrado por montañas escarpadas.
Agazapados en la oscuridad observaban en la lejanía movilizarse los carros y las luces perfilándose en el fondo de la explanada, como una serie de luminarias en el vacío, que se desplazaban con la noche...
Juan ebrio de sonidos naturales de la noche entonaba a pulmón herido la canción del renegado, que tanto le gustaba a Sara, mientras su sombra se proyectaba entre los follajes, como la figura de un gigante en medio de la noche. Arrojó sus vestimentas sobre los arbustos y llegó ante Sara, quien coqueta, exhibicionista, empezó ante sus señales a despojarse obedientemente de sus ropas de manera sensualizada. Impaciente ante tanta belleza adolescente que se ofrecía provocativa y sumisa, de un manotazo le desgarró sus últimas prendas, liberando sus emociones en el acto del amor, que realizaron bajo la presencia de éstas montañas fabulosas que circundan este valle, colocando por padrinos de su sexualidad a los pinos y unas vacas que arrearon hasta el improvisado escenario natural.
Allí con los cuerpos hechos llamas, dieron rienda a una deseo original de romper con el concepto de cama, buscando conseguir su lugar sexual bajo los mansos rayos de la luna.
En la cúspide de los tres morros, rodeados del verdor de los pinos, ofrecieron en un ritual sus cuerpos al satélite de la tierra, al cual le solicitaban a través del amor y la canción energía y luminosidad.
La jovencita sudaba, apretaba los dientes en medio del clímax compartido, en una actividad que se les hacía a los dos fastuosa, porque toda su sexualidad estaba basada en la ternura, compartiendo un antiquísimo secreto que los llevaba a ser a aceptar los deseos y las fantasías del otro, encontrando momentáneamente la compenetración perfecta, que llevaba a Juan en una idea delirante a recitar a viva voz los versos del “Jardín Perfumado”, mientras hacían el amor.
“ Alabado sea Dios que ha puesto el placer más grande del hombre en las partes naturales de la mujer, y que ha destinado las partes naturales del hombre para brindar el mayor gozo de la mujer”
En el éxtasis que los arrastraba a las profundidades del placer, siguieron amándose con violencia casi salvaje, mostrándose los dientes, arrastrándose por la loza de cemento, para ir a caer al follaje, donde continuaron dando vueltas, entre la maleza con los cuerpos engarzados, besándose con desesperación, como si presintieran, que la muerte rondaba muy cerca.
Rendidos, desfallecidos, con los cuerpos llenos de cadillos, durmieron el uno encima del otro, con el cuerpo de Juan, cubriendo casi por completo, el escultural cuerpo blanco de Sara, que terminó utilizando los pies de su amante, como almohada, tal cual aparecen en el óleo # 3, donde las figuras desnudas emergen sobre el relieve montañoso en tercera dimensión con los matices de los cuerpos fundiéndose pausadamente en tonos grises, sombríos, que anuncian que la muerte se viene acercando inexorablemente.
Juan a la mañana siguiente sintió sed, fue hacia el arroyo, apartando cuidadosamente sus pies, para no ir a despertar a Sara, que dormía placidamente.
Se bañó en la cascada que bajaba serpenteando desde las montañas, empezó a rescatar con paciencia sus ropas y las de Sara, esparcidas en el follaje, mientras tanto ella abría los ojos. Se sorprendió vivamente de no encontrar a su amante, pero luego se tranquilizó pensando que debía estar cerca. Se levantó, estuvo buscando sus ropas entre la maleza no las encontró. Llamó pero nadie le respondía. Sintió hambre, pero no recordaba exactamente donde estaba la carpa, le molestaba andar desnuda, por eso decidió esperar y dirigirse hacia un palo de pomas. Empezó a mover el árbol, para que se desprendieran las frutas. Tan absorta, estaba en esta labor, que no se percató del avance de un individuo, que se abalanzó hacia ella. Sara forcejeó, pero el sujeto era más fuerte, la arrastró de los cabellos hacia los matorrales. Luego la inmovilizó con sus piernas, por la fuerza capturó sus labios.
Sara se resistía, alcanzó a escupirlo en la cara, pero el individuo, la redujo a golpes. La agarró por las caderas, se dedicó a moverla de arriba a abajo, luego intentó a las malas penetrarla.
Cuando iba a poseerla, llegó Juan, tomó el machete, que el agresor había abandonado descuidadamente a un lado de sus ropas, resoplando de furia le voló la cabeza, que rodó como una pelota y fue a incrustarse entre los matorrales.
Sintió gritos. Unos campesinos amigos del agresor habían descubierto el cuerpo sin cabeza, ahora clamaban venganza blandiendo sus machetes en busca del ajusticiador.
Ocultó a Sara, entre los matorrales. Se agachó, los miró pasar. Adelante los tres hombres se dividieron, avanzaron escudriñando la montaña.
Uno de ellos llegó hasta la carpa arremetiendo contra el cuerpo de Pillo, que dormitaba envuelto en una cobija.
El muchacho alcanzó a ver una sombra, saltó a tiempo, después corrió despavorido, terminó rodando por el impulso, corriendo sin control, hasta caer a una profunda cañada, de donde emergió cojeando, maldiciendo a Juan, pensando que era la sombra que había intentado matarlo a la traición.
!Maldito ya me las pagarás... Pensaban deshacerse de mí...Lo que no me explico es porque Sara, mi sangre, mi hermanita del alma, se prestó para esto. ¿O a lo mejor ella no sabía? ... Sí ella debía estar enterada de todo, es su cómplice... Todas las mujeres son mentirosas y traidoras, ya uno no se puede confiar ni en la sangre de su sangre...Vamos a ver quien mata a quién!
A partir de ese momento, Pillo, por su lado, empezó a integrar la caravana de la muerte, que iba tras Juan y Sara, mientras ellos desesperados llegaban hasta la carpa, encontrando el lugar arrasado y abandonado.
Habrían de encontrarse al medio día. Juan lo vio, le abrió los brazos y corrió gritando de la alegría.
-¡Hermano, yo pensé que estabas muerto!
-¡Eso hubieras querido torcido!- Respondió Pillo, esgrimiendo un puñal contra Juan, que sorprendido, retrocedía sin saber que pasaba.
Luego lucharon como dos leones heridos, rodaron abrazados, mordiéndose, golpeándose, hasta terminar contra una roca, donde la cabeza de Pillo explotó en un manantial de sangre.
Sara, empezó a gritar como enloquecida. Juan se arrodilló, desesperadamente intentó reanimar a Pillo dándole respiración boca a boca, pero la existencia de este ya era una fruta que se desgajaba del árbol de la vida.
-¡¡ Pillo, hermano, dime algo!!
-¡¡ Hijueputa!! - Respondió con odio y murió en sus brazos.
Desconcertados hubieran permanecidos estáticos, frente al cuerpo sin vida, sino es por los gritos que salían de la maleza, de donde emergieron los tres campesinos alzando los machetes.
-¡¡A Ellos!!
Juan empezó a arrastrar a Sara, que frecuentemente se enredaba en el follaje y facilitaba la labor de los perseguidores. Esgrimió el machete, decidió esperarlos con la decisión que debía matar o morir. Sacando agallas de la desesperación, dio cuenta más fácilmente de lo que pensaba del primero que se le vino de frente, mientras los otros huían. Con furia remató al herido volándole lejos la cabeza. Luego cargó a Sara, se internó con ella en una cueva oscura llena de murciélagos.
Empezó a recorrer los lúgubres pasadizos, sintiendo por encima de su cabeza la marcha de sus perseguidores, a los cuales se unían unos carabineros, que fueron llamados de urgencia por los campesinos.
Los agentes veían horrorizados al espectáculo macabro de los cuerpos decapitados, inclusive el de mi hermano Pillo, al cual los campesinos como venganza le habían volado la cabeza, sindicando luego de todos los hechos Juan, del cual informaron a las autoridades, llevaba secuestrada una adolescente.
El óleo # 4 supongo, que debió de ocurrir en un paisaje montañoso, por eso está concebido en horizontes de verde, tal como aparece en el cuadro original, al cual he tratado de darle un relieve significativo con un musgo quebradizo, para una vivencia brutal de varios días, cuando la autoridad se unió a los campesinos, para dar caza a los amantes.
Las montañas son chocantes, a lo lejos se percibe el mar, que es simplemente un tapete, que no alcanza a levantar las manos misteriosas de Juan que aparecen teñidas de sangre y llevan colgando de la muñeca de la mano izquierda, la cabeza de Pillo.
La otra mano sobredimensionada intenta levantar el tapete azul, que simboliza el mar, está pintada en gamas, desde el color marino refrescante, hasta llegar a un azul intenso, que de por sí ya es chocante.. Como telón de fondo aparece los carabineros en briosos caballos, que avanzan por un fondo de madera, previamente rociado de gasolina y brea líquida..
Juan, desesperado por el hambre ha abandonado la cueva, donde se guarecía, ahora trata de ocultarse entre los pinos, que se alinean uno tras del otro, en una sucesión que parece tender hacia el infinito, pero la textura de la piel, contrastando con el verde de los pinos, lo delata, las siluetas de los carabineros, se aproximan gritando.
-¡¡Alto, alto o disparamos!!- Juan sintió ganas de detenerse y acabar de una vez con todas con la pesadilla de la persecución.
Muy lejos de las pinceladas, los carabineros, representaban la autoridad, pero es la autoridad emputecida y ciega, que piensa descargar todo el peso de la ley, sobre el fugitivo.
Todos los carabineros, se amalgaman en uno solo, adquieren con grandes pinceladas un cierto carácter pegajoso, mientras Juan como una centella desaparece del panorama del amanecer, regresa a la cueva, llevando entre su camisa doblada frutas, una cantimplora con agua, que había recolectado para Sara, que semidesnuda, con la ropa casi destrozada, lo esperaba con una palidez mortal.. Pero aún en estos momentos de desesperación hubo tiempo para las sonrisas.
-Sara, mi vida, ahora no puedes decir, que era más responsable Tarzán, que al menos le llevaba hierbas y bejucos a Jane. Mira lo que te he traído.
Se arrodilló frente a la hermosa adolescente, le dio de comer y beber en sus propias manos. Luego la proximidad de la muerte redobló el deseo sexual, como una especie de reafirmación de la vida. Se abrazaron rodando por el suelo, sin importarle las voces de los perseguidores, que caminaban por encima de la cueva.
-¡Cómo te quise amor mío gracias por haberme situado en la vida como mujer! ¡Cómo siento dejar esta vida!
Fue el último reproche cuando Juan corrió la última prenda con firmeza. Sara se le entregó sin resistencia.
-Antes quería decirte algo mi vida.
-Dime mujercita mía.
Ya todo es inútil - Expresó atemorizada, cuando el jovencito conquistó el último botón.
La pudo poseer como una muñeca cómplice.
La movía como un maniquí, Sara se desmadejaba. Juan la volteaba, se cuadraba, recorría su cuerpo con sus labios quemados y febriles.
Sara, de vez en cuando, abría los ojos desmesuradamente, pero al instante los volvía a cerrar.
De pronto sintió una gran fatiga, terminó como aparece en el óleo #5, haciendo un contraste de trigueño y blanco, desnuda, ya sin fuerzas pegada a la piel del muchacho.
Sintió entonces que la vida se le iba definitivamente, porque ya no sentía la sexualidad como una presencia humana constante sino como un mundo de sombras evanescente.
Se incorporó un poco y le habló.
-Huye amor, aún tienes tiempo.
-¿Y tú? Acaso piensas que sería capaz de dejarte abandonada. No Sara, saldremos de esta, nos iremos bien lejos, seremos felices cerca del mar, como lo soñamos, lástima que no nos pueda acompañar Pillo, pero esa es la vida, nosotros seguimos vivos.
-No mi amor todo es ya inútil, mientras tú estabas afuera buscando las frutas, me picó una culebra blanca, la vi reflejada en la luz de la luna deslizándose por la quebrada pero se me perdió de vista, de pronto la sentí en mis piernas, me picaba constantemente solo cuando perdí una batalla por no dejarme ir del mundo, me quedé quieta, la culebra me creyó muerta o te sintió y se fue, pero ya es inútil, porque no dejó de picarme hasta que no me vio como muerta.
-¡¡ No, no Sara, dime que no es verdad!!.
-¡¡Al fondo veo una luz, hay una luz crepuscular cuando llegué a esa luz me habré ido del planeta. ¡¡Me muero, me muero... Veo todo oscuro, aunque no siento miedo, ni dolor, ni nada, pero sé que me estoy yendo!!
-¡¡ Sara no!!-
Gritó desesperado. Rápidamente, con el machete abrió una incisión en la pierna de Sara, se agachó a chupar el veneno.
Contuvo un líquido negruzco mezclado con sangre en su boca, lo arrojó a un lado, volvió a chupar en la pierna herida, pero Sara, se desplomó en sus brazos y horrorizado comprobó que ella ya no vivía.
-¡¡ Sara, no, sin ti no quiero vivir!! -
Gritó, con todos sus pulmones, delatándose para sus perseguidores, que entraron a la cueva con las armas desenfundadas y gran estrépito hallando el cuerpo sin vida de Sara, mientras una sombra se perdía en medio de los fogonazos de los disparos, que rebotaban en las paredes de la cueva trayendo desde lejos el eco de los tiros.
Juan no sólo en las pinturas, murales y anti relieves absurdos, sino en la vida misma, por momentos se vio verdaderamente perdido. En el último cuadro, por ejemplo, mantener la distancia o estar fuera de tiro, era algo que tarde o temprano, presagiaba un trágico desenlace, por la persecución de cinco contra uno. Dos campesinos conocedores de las montañas y tres carabineros, bien equipados de armas y caballos.
Era una persecución asfixiante, en la cual como en la vida misma, no tenía futuro. Perfectamente pudo sentir ganas de detenerse, de ceder ante “La leyenda de la ley”, para acabar con aquella pesadilla real.
Escondido entre los matorrales, veía como los carabineros, se repartían la zona. Los caballos fueron amarrados a un árbol, los agentes empezaron a subir rastreando la montaña donde en ese momento el sol reverdecía.
En la “La leyenda de la ley”, había una sola posibilidad, los caballos, Juan arrastrándose llegó a liberar uno, para cabalgar hasta a un pueblo desconocido, en un corcel pálido como una hoja en blanco...
Juan y Sara, vivieron muchas horas terribles, que veían desencadenarse en instantes ineludibles, en los cuales Sara pasó del horror de sentirse presa de esa cacería humana despiadada, a ver llegar a la muerte raptando, era una mapaná blanca, antes la había visto reflejada en la quebrada en la luz de la luna cuando la maravilló la belleza de la visión.
La culebra se deslizó silenciosamente entre las piedras, Sara la perdió de vista, sólo supo de ella cuando la sintió enredarse entre sus piernas, la siguió picando, Sara sentía como entraba el letal veneno que la iba adormeciendo pensó que se moría, decidió dar la lucha mental, se iba y no se iba de este mundo, luchaba tenazmente por no perder la noción de si misma, se aferraba a la lucidez, pero la mapaná blanca la seguía picando, solo cuando sintió los pasos de Juan huyó de nuevo escondiendo las patas, que antes se aferraban a la piel de Sara, deslizándose entre las rocas.
Sara volvió de un mundo de sombras hacia la lucidez para mirar a la hermosa mapaná blanca de nuevo reflejando en la luna, alzándose sobre sus patas deslizándose sobre las aguas bajo el reflejo del satélite de la tierra.
“Las culebras tienen patas”
Pensó maravillada, antes que se le nublaran los ojos y empezara a sumirse en una oscuridad sin retorno, de la cual la vino a sacar su amante, cuando llegó a hacerle el amor en forma desesperada.
Por eso el amor y la muerte, se disputan en el último óleo a jirones el cuerpo de Sara, que yace recostado a unas rocas, con una mapaná blanca enroscada en sus piernas.
En el último cuadro toda la belleza, la desnudez de Sara está esparcidas sobre la montaña, la mapaná blanca se retira, Juan llega a olisquear su sexo.
En la parte inferior hacia la izquierda hay un intenso fulgor, Juan impotente, grita con rabia y desesperación
!Saraayyyy!
Sus sonidos se confunden con el eco que rebota contra las montañas que aparecen sembradas de pinos devastada por vetas de sangre.
A la luz de hoy parece que Juan hubiese desaparecido de la faz de la tierra,
y yo tampoco he podido dar esa última pincelada,
porque Juan, Pillo y Sara se humanizaron en mis cuadros
...viven todos los días conmigo en mis pinturas.
William H Ramírez P
Liamwi |