Ha muerto Carlos Fuentes. La primera noticia la escuché en la radio mientras lavaba los platos del desayuno. Ya era día 16 de mayo y yo ni siquiera me había enterado de lo acaecido a Fuentes. Me quedé frío, dolorido, desangelado. Entonces supe de la hemorragia interna, de su ingreso al hospital, de que “se nos fue Carlos Fuentes”, como me escribió mi compadre Poncho, en un breve mensaje por celular. “Se nos fue, compadre, se nos fue”, le respondí casi 24 horas después.
La prensa, la radio, la televisión, el internet, se dieron a la tarea de informarnos ampliamente sobre la muerte de uno de los mejores y más importantes escritores de México. Le hicieron un merecido homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes y Felipe Calderón con una amplia gama de personalidades del mundo artístico, literario, político, parientes, amigos, etc, montaron breves guardias ante su cuerpo para despedirlo. Más tarde, se anunció que sería cremado; que sus cenizas finalmente descansarían en el cementerio de Montparnasse, donde ya existía una lápida que llevaba su nombre y que él, personalmente, había hecho los trámites para que fuera su última morada. Así que no tardarán mucho sus restos, en acompañar a los de Julio Cortázar, quien también reposa el sueño eterno en el mismo lugar.
En “Verano en las colinas”, un pequeño texto que forma parte del tomo I de “La vuelta al día en ochenta mundos”, Cortázar hace mención sobre el hecho de escribir sus memorias: “Si Robert Graves o Simone de Beauvoir hablan de sí mismos, gran respeto y acatamiento; si Carlos Fuentes o yo publicáramos nuestras memorias, nos dirían inmediatamente que nos creemos importantes”. Con el paso de los años, la obra literaria de ambos ha demostrado que con o sin memorias, son importantes.
Fuentes, ganador del Premio Cervantes y del Príncipe de Asturias entre otros, estuvo nominado varias veces en las ternas para recibir el premio Nobel. Por razones que sólo los jurados del premio conocen, no se le concedió (como a Borges), pero méritos suficientes tenía, para dar y prestar. La obra completa de Carlos Fuentes, habla por sí misma de los méritos que tiene, para que le hubieran adjudicado el premio.
Estuvo casado con la bella actriz Rita Macedo, madre de Julissa, otra actriz mexicana (muy joven en ese momento), quien fue la protagonista de la cinta Los Caifanes, cinta mexicana de culto, cuyo guión fue escrito por Juan Ibáñez y el propio Fuentes. El cine era otra de sus pasiones; así participó durante muchos años en adaptaciones y guiones de interesantes filmes que mostraban las cualidades técnicas y literarias de don Carlos. Años después se casó nuevamente, ahora con la periodista Silvia Lemus, la que finalmente fue la mujer de su vida. Tuvo hijos, aunque los procreados con Silvia, hubieran de morir jóvenes.
Todo esto son datos conocidos, que no aportan ni dan la dimensión real del hombre que fue Carlos Fuentes; pero que tampoco es tan importante conocer, para aquilatar su obra y su calidad como escritor. Me basta, con el goce y la luz que sus libros (los pocos que han devorado mis ojos) han traído a mi vida. Porque leer “Aura” antes de los diecisiete años, fue un verdadero impacto, el descubrimiento de un libro cotidiano y fantástico a un mismo tiempo, que contenía el misterio y la magia de una novela gótica, mezclado con una historia de amor tan extraña como imposible. De esa misma época data mi lectura de “Los días enmascarados”, donde un Fuentes muy joven, desgrana su capacidad narrativa para contarnos historias sorprendentes, de mujeres excepcionales e ídolos que cobran vida. Varios años después leí “Agua Quemada, El Naranjo, Gringo Viejo, Zona Sagrada, La muerte de Artemio Cruz”. La obra tan extensa de Fuentes, nos permite elegir lo que más nos conviene o gusta de ella, porque hay para todos los gustos, desde los más exigentes que prefieren ensayos, hasta los que nos conformamos con sus novelas e historias cortas.
En Tlalnepantla, hace ya algunos años, construyeron sobre la avenida Gustavo Baz, a la altura de Puente de Vigas, un puente que lleva precisamente su nombre (puente Carlos Fuentes) y que al parecer junto con las autoridades vigentes en su momento, vino personalmente a inaugurar. Y comento lo anterior no porque parezca muy importante, sino porque el mentado puente se encuentra muy cerca del lugar donde vivo.
Juan Rulfo, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, fueron escritores mexicanos que de alguna manera formaron parte de ese fenómeno literario denominado el boom latinoamericano, donde Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, guardan también un lugar destacado.
Carlos Fuentes no se ha ido, vive en la memoria y el corazón (aunque parezca cursi, así lo siento) de cada uno de todos los que admiramos su obra, la parte que nos toca, la que hemos leído y nos ha iluminado un poquito. Sé que seguiré leyendo a Fuentes, porque perdido en los libreros de casa, desde hace mucho tiempo me aguarda “Constanza y otras novelas para vírgenes”, al que ya le llegará su momento de lectura. Carlos Fuentes, descanse en paz.
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