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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / Brisingamen, el Futuro del Pasado: Capítulo 4.

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Capítulo 4: “¿Quieres Correr el Riesgo?”.
Había pasado ya la medianoche, según el ventanuco que dejaba entrever una brillante luna llena desde la muralla. Colgada desde el techo, no podía sino esperar hasta el destino fatal al que la había condenado Arturo. Ahora aguardaba por la visita indecente que uno de los aprendices de sacerdote había quedado de hacerle…
Se agarró de las cadenas haciendo un último esfuerzo por sostener el peso de su cuerpo. Sus hermosos ojos ambarinos soltaron una lágrima. ¡¿Cómo Arturo había podido hacerle eso?! ¡¿Cómo?! A ella, que había confiado en él… Su llanto se hizo más amargo, perdiéndose en un recuerdo no muy lejano.
Se había quedado dormida poco después de comer. A pesar de que la cama no era un lecho de plumas precisamente, era lo suficientemente cómoda para preferirla antes que a su camastro.
De repente había sentido como que alguien le abofeteaba fuertemente el rostro, pero no, no podía suceder, en aquel protegido lugar nada de eso podía suceder.
-¡Levántate!-le bramó alguien.
Acto seguido a que abriese los ojos dos jóvenes que estaban en el Seminario la cogieron en vilo y se la llevaron por la puerta.
-Buen trabajo, Gómez. Ahora Esperanza tendrá lo que se merece-dijo el mismo ente que le había despertado.
Esperanza miró entre que pasmada y furiosa a Arturo, que sólo se limitó a dirigirle una mirada llorosa. Nadie sabía que él no había querido hacer eso, que no había deseado cometer ese grandísimo error…
Había estado entre la espada y la pared, entre confesar o no. Y había preferido confesar, decir quién era la chica, partiendo por su deslealtad de infiltrar a alguien en el Seminario y de dejarse ver en público.
No le quedaba sino rogar que Dios perdonase su falta de desobedecer a su representación en la Tierra.
Esperanza ignoraba todo eso, inclusive el hecho de que el chico pensaba que ella podría valérselas sola, pero que él estaba condenado a obedecer y debía hacerlo.
-¡Ouch!-se quejó Esperanza sobándose el ensangrentado vientre.
Nadie tenía idea de cuánto dolía. La habían torturado hasta más no poder. La habían golpeado, insultado, intentado ahorcar y como si todo eso fuese precisamente nada, le habían dado de latigazos.
Lo peor de todo era que esos hombres tanto extraños como crueles conocían su secreto… sabían que ella debía evitar el Ragnarök. Por eso la habían torturado, sin dudas querían verla muerta y con su misión precozmente acabada, estaba consciente de ser un punto de debate con muchos oponentes.
Chirrió la puerta de fierro que daba hasta el subterráneo en que la tenían y luego unos pasos correr frenéticos por la escalerilla. Se removió nerviosa, mirando en todas las direcciones de la sucia celda. Seguramente había llegado la hora de que aquellas paredes cubiertas de sombras, luz titilante, polvo y grafitis fuesen las testigos de su primera vez.
-¡Esperanza!-bramó Arturo.
El muchacho tenía la mirada triste, se notaba que había llorado ya fuese por la condición de Esperanza o por el castigo que le había llegado desde el sacerdocio, eso era un misterio. Le costó un par de segundos reponerse del cansancio. Afirmado desde los barrotes se aquietó un poco de la carrerilla que le había impulsado a llegar hasta allí. En esos segundos miró a los ojos a la muchacha, quien al advertir la mirada de Arturo quitó la vista muy incómoda aparentemente.
-¡Vete, traidor, vete! ¡Ándate antes que te cojan! ¡Debes…!-se defendió Esperanza, ella sabía que nada se podía hacer frente al poderío de esos hombres.
-¡Cállate, Esperanza, nos encontrarán! ¡Baja la voz, por favor!-dijo él en voz tensa, llevándose el dedo índice a los labios.
Quitó sus manos de los barrotes en los que estaba asido y principió a buscar la llave correcta para sacar de ahí a la muchacha. Recorrió frenéticamente todas y cada una de las llaves.
-¿Dónde conseguiste eso?-preguntó la muchacha extrañada.
-Arriba, silencio, por favor-.
Finalmente después de unos minutos consiguió dar con la correcta y que la puerta de la celda se abriese con un quejido que trató de acallar con expertos movimientos.
Se adentró en la barrosa estancia con la mirada mustia, sabía que lo que había hecho estaba mal, completamente mal, pero que no había tenido más opción cuerda que causar todo aquel desastre.
-Vete si no quieres que te dañes, sino no me hubieses traído hasta aquí-se quejó entre llantos la muchacha.
-No te dejaré aquí, sino no hubiese venido-dijo Arturo dejándola sin palabras.
La cogió desde la cintura con una fuerza que la joven jamás se hubiese imaginado en una persona tan menuda. Luego, cuando sintió que ella estaba firme, abrió los grilletes con la misma llave que había utilizado para ingresar en la celda. La caída había sido pequeña, pero por la acción del látigo la muchacha no se encontraba en condiciones de ni siquiera dar un paso.
Sus huesos fueron a recargarse en los de Arturo, quien aprovechando la instancia de tenerla cogida de la cintura le dio un abrazo tan fuerte como jamás había dado uno en su vida. Nunca había sentido tanto miedo por la salud de alguien, jamás se había preocupado tanto de la condición de nadie. Ella simplemente recibió el abrazo como lo mejor que le pudiese llegar en el mundo, aunque viniese de quién le había traicionado.
Pasaron así unos minutos, pero cuando la respiración de la muchacha comenzaba a volverse un poco menos jadeante y ya se sentía con más fuerzas sintieron ruidos en la puerta metálica. Arturo la sujetó con más fuerza apoyándola contra su pecho, ésta vez no la traicionaría y le protegería aunque fuese con su vida. Aguardaron así unos momentos hasta que todo volvió a la calma.
-Vístete-le dijo apartándola suavemente.
-Vale-replicó ella.
Fue sólo entonces cuando Arturo recaló en los magullones que Esperanza tenía a causa de las cadenas, esos hombres pagarían… fuesen lo que fuesen, pero pagarían muy caro. Luego le vio las heridas en el vientre.
-Déjame ayudarte-pidió, rasgando parte de un pañuelo viejo que había allí.
Limpió lo mejor que pudo en un tiempo completamente limitado las heridas que la muchacha tenía y le tendió luego la blusa y el chaleco de colegio.
-Rápido, yo no te miro. Y procura arreglarte la falda-solicitó completamente ruborizado.
Ella obedeció en silencio, consciente de que el tiempo era limitado. Ya no pondría objeciones ante el plan de huir. Esos hombres eran peligrosos, sí, lo eran, pero habría que pelear por salir sana y salva de la situación. Cuando concluyó se soltó el cabello y lo cubrió con la capucha de su chaleco azul marino de lana.
Antes de que se volteara para anunciar que estaba lista, el muchacho ya le tenía extendido el bolso de colegio, por detrás, por supuesto, pues no la había estado espiando a pesar de tener una inigualable oportunidad.
-¿Y ésto?-inquirió extrañada.
Arturo se volteó sobresaltado, aunque trató de disimular su temor muy bien.
-Es tu bolso de colegio-contestó.
-Además de traidor, idiota-replicó ella vengativa, si no se apuraban serían adolescentes muertos.
-Puse comida, un poco de ropa, sé que es ropa de hombre, pero te puede servir. Además hurté un poco de dinero, qué Dios me perdone. Tus cosas están intactas, es un bolso con mucho espacio-.
-Gracias-musitó.
Se volvieron a sentir ruidos, pero esta vez en la escalerilla. Arturo le tendió el brazo a Esperanza y musitó en voz baja:
-Ven, corre-.
Ella obedeció. Cogió el brazo que se le tendía y echó a correr con agilidad, demasiada a pesar de su herida. Justo cuando ambos desaparecían por un pasillo una persona se asomó por la muralla haciendo una llamada por celular.
-Los encontré, jefe, salen hacia el patio-dijo, luego cortó la llamada.
Corrieron cogidos del brazo un largo trecho hasta llegar a la muralla desde la cual había caído Esperanza. Al llegar, sus sentimientos advirtieron que tendrían que separar sus caminos, que tendrían que despedirse, que tendrían que alejarse para nunca más volverse a ver. Arturo ahogó un gemido y Esperanza se asió con más fuerzas al brazo del muchacho. La había traicionado, era cierto, pero también había tenido las agallas para ir a liberarla de un suplicio seguro.
-Adiós-murmuró Arturo, una lágrima rodó por su mejilla.
-Mantén la mirada en el horizonte, cuando menos lo esperes va a aparecer-replicó ella tratando de mantener las esperanzas que desaparecían casi por segundo.
Se afirmó de los ladrillos del muro e inició el ascenso.
-Te ayudo-musitó Arturo.
Se impulsó por los ladrillos y le tendió la mano. Ella se afirmó y quedó con el cuerpo en la cúspide del muro. Se sentó y cuando iba a bajar ayudada por Arturo, que estaba sentado en el murallón, vio a un grupo de aprendices que estaban en el Seminario que corrían hacia el muchacho con látigos en las manos.
-¡Arturo, cuidado!-.
El chico se volteó y vio al grupo de personas.
-Gómez, has cometido pecado y debemos limpiarte de ello-dijo el cabecilla.
Arturo vaciló y cuando iba a iniciar el descenso por la parte interior del muro, Esperanza lo empujó hacia el camino de tierra, descolgándose también.
Al alcanzar el suelo, lo empujó hacia las sombras antes de que abriesen las rejas en busca de ellos.
-¡Debo cumplir con los mandatos de Dios!-gritó Arturo en la floresta.
-Cállate-indicó Esperanza poniendo su dedo índice en sus labios.
-Debo volver, cometí pecado al hacerme ver ante ti y liberarte de ellos, pero tu problema con ellos debes solucionarlo tú-dijo intentando ponerse en pié y regresar.
-¿Estás ciego? Sólo te hacen daño, Dios no te haría daño-repuso la muchacha.
-Debo regresar. Te hicieron daño, lo sé, pero debo pagar mi desobediencia-dijo tratando otra vez de pararse.
-No, no lo harás. Tú me liberaste a mí de un suplicio en que me pusiste, no sé por qué razones, pero lo hiciste. Mi deber es liberarte del suplicio en que te metí-argumentó la muchacha.
Justo atinaron a ingresar de cuenta nueva los sacerdotes y sus aprendices al Seminario, habían buscado por todos los rincones que conocían y no habían encontrado a los muchachos. Pero ellos, además de ser adolescentes, estaba la una herida y el otro era de débil corpulencia. No podrían hacer ido muy lejos.
Ambos muchachos suspiraron profundamente al verse libres, pero no sabían cuanto tiempo podrían estar solos. En el fondo de su corazón, a pesar de querer seguir con lo que le imponían por mandato divino, Arturo había deseado ese momento de libertad toda su vida, no podía resistirse a cogerlo ahora.
Entonces pasó un camión de carga de alimentos rumbo a la costa, el conductor decidió parar un rato para comer.
-¿Quieres acompañarme?-inquirió Esperanza al monje.
-¿Eh?-.
-¿Quieres correr el riesgo? ¿Quieres venir conmigo? Ya nada queda en este lugar ni para ti ni para mí, por lo menos nada bueno.
-Tienes razón-.
Esperanza se levantó, seguida de Arturo y golpeó el vidrio del camionero, quien a pesar de su frío lo bajó.
-¿A dónde va?-inquirió Esperanza.
-Talcahuano-contestó el hombre sorbiendo su café de termo.
-Llévenos, por favor-rogó la chica.
-Súbanse al carro-indicó el tipo.
Ellos subieron, el camión arrancó, se durmieron luego y a las cuatro de la mañana estaban en unos roqueríos de la costa de Talcahuano durmiendo.

Texto agregado el 20-05-2012, y leído por 143 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-05-2012 Arturo se reivindicó! A ver que pasa en el 5! Saludos hugodemerlo
 
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