Entúrbiame de adioses cuando dobles las esquinas. 
 Ojalá pudieses hacerlos llegar arrullando a mi ventana. 
Allí, en vez de encontrar a un hombre santo y solo, 
habrá una pequeña orquesta ensayando raras cadencias, 
y, desnudos de caricias y lamentos, pillos comerciantes 
que entran y salen, conversando por todos los rincones. 
Entre restos de vino tinto y humo, ahogado en la garganta,  
el timbre de mi voz, y esa tendencia a desvariar fumando, 
cayendo agazapado en frases anónimas y cafés imaginarios, 
envuelto de nostalgias que lo impregnan todo con aroma a limón. 
Lloverá aunque no llueva, arrastrando las cenizas compartidas, 
cuando  los reproches llenen el aire, confiados en que llegarán a mi, 
en esas interminables tardes de canciones y olvidadas neviscas. 
Pero tu ya sabes que a mi me encanta hace mucho tiempo, 
ver una silueta, parecida a la tuya, doblando las esquinas. 
Hay que ser prudente cuando solo nos queda lo inevitable.  |