La noche más esperada desde mucho tiempo atrás comenzó para mí quince minutos después de las ocho. Luego de esperar unos momentos y combinar con quienes tomarían las vistas del evento, ella salió desde la habitación. Me costó reconocerla de primera y no por la belleza que tiene de base sino porque esa misma virtud se veía magnificada por el marco que la engalanada sobremanera. Su peinado y su vestido eran algo espectacular.

De más está decir la grata sorpresa que me albergó cuando vino a mi encuentro. Recién ahora me doy cuenta que fui el primero en recibir su cariño con un beso y un hermoso abrazo tan parecido a todos los que pude sentir tantas otras veces, pero claro, la ocasión era distinta. Sabrina era para mí en esos momentos lo más parecido a una princesa. Imagínense, nunca estuve tan cerca de una y encima que su primera foto fuera conmigo, fue más que emocionante. Sentí de pronto que valía la pena haber vivido todo lo vivido para estar allí en ese momento.

Ya en mi auto mientras conversábamos de cosas hilvanadas al momento para descomprimir cualquier tentativa de ansiedad, nos paramos en el parque para las fotos. Una nena la señaló embelesada y de no poner atención a sus pasos casi se cae de bruces a la vez que sus papás la agarraban. Era de esperar después de todo. Sabrina estaba para ser mirada y admirada. No era para menos, era su noche y sólo de ella. Así como les cuento, no hubo cosa más importante esa noche que el festejo de los quince de la princesa. Y yo era el testigo privilegiado más cercano de toda la conjunción universal que iluminaba su carita.

No cabía en mí, les juro que no exagero. Era una mezcla entre emoción, sorpresa y orgullo. Agarrarla de la mano para que su paso sea seguro me derretía sin que se percatara porque debía llevarla a la fiesta. Yo la ví después de su entrada, pero supongo que no debía tener que envidiar a entradas de alguna noche de entrega de Oscar, aunque queda chico porque los Oscar se entregan a quienes tienen que ver con el cine y no con la realeza.

Me senté en mi lugar previo a saludar a mucha gente que no veía hacía bastante tiempo. Debo decir que me sorprendió lo bien que me sentí y que me hicieron sentir. Cada abrazo era un intercambio de alegrías reveladas en cada sonrisa que venía después del contacto. Comprobé que estaba en mi casa sin estarlo y que no había pasado por esas tierras sin dejar un buen recuerdo. Bueno, por ahí tiene que ver con cómo es cada uno y cómo me ven. Lo que sí sé es que me mostraron su cariño y yo también por ese lado estaba contento. En la noche más reluciente, unos rayos de esa luz me tocaron el alma.

La fiesta continuó con todo su esplendor mágico desde el propio inicio. Pasamos muy entretenidos sabiendo que los preparativos para el evento se iban desarrollando como hecho por una máquina aceitada. Debo decir que no la ví mucho en el transcurso de la noche ya que disfrutaba de sus amigos más cercanos y yo de los míos. Todo pasaba a su debido momento, todo contaba con la aprobación de los astros en su esplendor. Nada empañó el festejo y nada lo haría así que por muchos momentos me detuve a pensar que las cosas que se habían hecho eran más que correctas por lo que sonreí feliz.

Habrá otras fiestas, otros motivos, otras circunstancias que nos harán estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Pero la noche de los quince de Sabrina fue solo para ella. Todos los que algo hicimos solo acompañamos para que sea la mejor de las fiestas, yo no tengo dudas que fue la mejor. No siempre el universo se pone de acuerdo para que sea así y esta vez se dio. Yo lo sé y nadie me lo puede discutir.

Joan Manuel Serrat canta una canción que habla de una fiesta que se hizo en su calle, que cuando termina dice que cada uno vuelve a ser lo que era, mientras que en la fiesta se olvidada todo. Si Serrat hubiera estado en la fiesta de mi niña le hubiera agregado a la letra que los recuerdos serán hermosos para ella y para todos nosotros. Y que nunca habrá otra fiesta como esa.