Acorralado por un reflejo condicionado,
espere que en un abrir y cerrar de ojos
se iniciara la mutación al país de los sueños,
portando adherencias del recuerdo de un bar,
donde ahondaba en gastadas bordonas sureras,
mi terapia, decididamente fugaz, de vidas paralelas.
Parroquianos vinosos oficiaban de vacío diván,
con un amor especial, el cantinero tomaba nota
de los más visitados complejos de mi ajeno ego.
Aquí y allí, un test de tres colores, me analizaba.
A mi manera, tarde pero seguro, visitaba a Freud,
mientras, Lacan, en un rincón, recitaba versos al gato.
Una terapia de ajenas sombras tristes de verano,
me parió sublime inspiración por tu amor,
esa memoria sin camino que me deja de lado.
Veinte ritos de resignación, martirio y resurrección
intentaron su placer perverso de volverme humano.
Y yo solo buscaba tu pluscuamperfecto cuerpo. |