CONGRUENCIA   1.857  palabras  
 
Poesía épica 
A veces, el pensamiento 
Nos traiciona con ardor. 
Una perfumada flor, 
Queremos con sentimiento, 
 
Esperamos encontrar 
Llena de dulces aromas, 
Muchas veces las retomas 
Fácil queremos hallar. 
 
Mil colores sin dolor, 
Ternura de fiel paloma, 
Al ver que su pico asoma 
Nos llenamos de emoción. 
 
Sufrimos el estertor 
Al ver que nuestra casucha 
Perdura en sufrida lucha 
Y nos da anhelo y candor. 
 
Sin morriña abandonados 
Por la falta de consciencia, 
Borrándonos la paciencia 
Y los castillos dorados. 
 
Muchos de ellos plateados, 
Otros amarfilados. 
Resultamos traicionados 
Por nuestros seres amados. 
Y nuestro propio interés. 
 
Es el caso de Jacinto, 
Un humilde agricultor,  
Que tuvo un sueño interior, 
Y se creyó un ser bendito. 
 
Le salió del corazón, 
Con devoción y ansiedad, 
Pensamiento sin maldad 
Que borrara su ilusión. 
 
Jamás malas intenciones 
Que pudiera ocasionar 
 
En sus vecinos el mal, 
En pequeñas proporciones. 
El campo estaba tan verde, 
Que su mente fue celosa, 
La tierra negra y cerosa 
Dijo: “—Aquí nada se pierde”. 
 
Era plana, no había lomas, 
Sin piedras que estorbar, 
Falto de árboles a tumbar, 
No había plaga y carcoma. 
 
Tenía el agua muy cerca; 
Y !Qué fácil de traer¡ 
Mejor no podía ser, 
Construiría una alberca. 
Fluyente, clara, abundante. 
 
—”Se parará el caminante. 
El sol, alto y tardío, 
Florecerá aquí el sembrío, 
Construiré un buen brillante. 
 
Noches claras, despejadas, 
Amplios caminos al pueblo 
Del cielo veré reflejos 
En las noches solazadas. 
 
Los vecinos, la amistad, 
Flotará limpia y fluida. 
Toda ésta será mía, 
Con pureza y claridad. 
 
!Esta tierra, –dijo Jacinto  
Me llenaría de alegría¡ 
Labraré la serranía 
Lo tendré que hacer solito. 
 
Si siembro alguna simiente, 
Brotará fresco maná, 
Podré así alimentar 
Hasta el viajero inclemente. 
Preguntaré por el dueño 
Al pueblo tan consentido”. 
 
Con talante y presumido 
Indagó con gran misterio. 
 
Solicitó en la barriada, 
Pregunto al joven, al pobre 
Al rico, pordiosero, al negro. 
Al blanco, a todos les hablaba. 
 
—¿De quién son estas tierras, 
Cuántos dueños tendrá? 
Ninguno le quiso hablar 
Indagó en toda la sierra. 
 
Nadie la noticia dio, 
Parece que no han creído 
Lo tildaron de bandido, 
Todo el mundo lo creyó. 
 
Como nadie le quiso dar, 
Las noticias que él quería, 
Creyó que esta serranía, 
No tenía dueño en realidad. 
 
Poseso de la simiente, 
Seguro que no había dueño, 
Fue a preparar el terreno, 
 
Con amor y diligente. 
En forma segura pensó: 
—Cuando ya esté preparado, 
He de llenar el mercado 
Con fruto de mi sudor. 
 
De frescas, jugosas frutas, 
Todo el mundo me amará, 
Seré el hombre ideal, 
Cubriré todas las rutas. 
 
En este sólo pensar, 
Jacinto se llegó al campo, 
Con su poderoso brazo 
Trabajó con ecuanimidad. 
 
Al preparar el terreno, 
A rico quería llegar, 
Todo se podía dar 
Debía sembrar primero. 
 
Aquí sembraré al principio 
La cebolla, el chocolate, 
 
La alcachofa y el tomate, 
El tiempo era propicio. 
Allá sembraré la yuca 
Y los árboles frutales, 
Espero no haya animales 
Especial la marabunta. 
 
Para poder él sembrar, 
El primer día hizo surcos, 
Quitando unos tarugos 
Con arado y animal. 
 
Pero al día siguiente, 
Al momento de llegar, 
Vio perdido su bregar, 
Agotada la simiente. 
 
Todo lo que hizo ayer 
Se acababa de borrar. 
Ya no podía sembrar 
La semilla del placer. 
 
No había tierra horadada, 
Parecía un muladar, 
Tenía que abandonar 
Esa faena pasada. 
 
Fétido, nauseabundo, 
Su trilla un lodazal, 
De piedra cubierto está, 
El terruño era infecundo. 
 
La calma allí no existía, 
Le cubría un ventarrón; 
En la noche un gran ciclón, 
Dejó su huella extendida. 
 
Una manada de lobos 
Atravesó por el campo; 
Otra en el aire de loros 
Escuchabas entre tanto. 
 
Al fondo un fiero león, 
Un oso se revolcaba, 
Sobre unas matas estaba, 
Y en el cielo un nubarrón. 
 
Amenazaba el zanjón, 
Con llevarse la maleza, 
Sobre su torpe cabeza 
Asomaba un amargón. 
 
Aquel hombre acongojado, 
Con el alma de ceniza , 
Sus gemidos sin malicia, 
Jacinto fue ensimismado. 
Y se preguntaba triste: 
 
—¿Por qué estaré castigado? 
 
Una lágrima ha rodado 
Porque una pena le aflige. 
 
A su viejo carcamal 
Lloroso ha regresado, 
Triste y atolondrado, 
Sufría un tremendo mal. 
 
Otro terreno buscaba  
Para volver a empezar. 
Tenía que preparar 
 
Si nueva tierra encontraba 
Rodó por selva adentro, 
Buscando un nuevo lugar; 
Brincaba de contento 
Cuando lo creyó mirar. 
 
Era un pedazo de tierra 
Que lindaba con la loma. 
Cerquita tenía una toma. 
!Qué explanada más bella¡ 
 
Allí clavó el regatón  
Para ver su colorido; 
Era un color encendido 
Y parecía un jabón. 
 
—Aquí sembraré la papa, 
Zanahoria y pimentón. 
La yuca para almidón, 
Allí plantaré arracacha. 
 
En otra parte hizo prueba 
Con este mismo instrumento. 
 
—El arroz, aquí presiento 
Que muy arriba se eleva. 
El trigo he de sembrar, 
El perejil y el cilantro, 
El girasol, el amaranto; 
También maíz nacerá. 
 
Y si combino el gandul, 
Ha de formarse el sagú. 
Aquí pondré un abedul 
Y nada me faltará. 
 
Una vez que mi cosecha 
Esté para recoger, 
Alguien querrá saber 
De esta mi tierra coqueta. 
 
Le diré con orgullo, 
Muy lleno de placer 
—Mi tierra a su entender 
Es la villa del ayer 
Habitada por asceta. 
 
Así jacinto pensaba 
Con el alma y corazón; 
La herramienta preparaba 
Para hollar el faldón. 
 
Una mañana temprano 
Antes de la bella aurora, 
Jacinto se fue a la loma 
A trabajar con su mano. 
 
Empezó muy por debajo 
A derribar el rastrojo, 
En el momento un remojo 
Le obligo a dejar el tajo. 
 
Mas una cueva encontró 
Debajo de una piedra, 
Tomó un manojo de hiedra 
Y en ella se acomodó. 
 
Allí pasó todo el día 
Esperando que escampara, 
Si a salir se preparaba, 
El otro le presidía. 
 
Y le acogotó la noche, 
Sin que pudiera salir. 
Un tigre se hizo sentir 
Apretándole los broches. 
 
Jacinto que era miedoso 
Y queriendo seguir libre, 
!En las garras de un tigre¡ 
¿Morir o en las de un oso? 
 
No era su pensamiento, 
Y se quedó silencioso, 
Inmóvil cual un jumento 
Ante este melindroso. 
 
Justo al amanecer, 
El ronquido le despertó. 
Asomarse se atrevió; 
Pero nada podía ver. 
 
La cueva era tan oscura, 
Que la puerta no encontró. 
!De pronto se encaramó, 
Sobre el tigre, su figura¡ 
 
!Se despertó el animal, 
Con el susto de su vida, 
Emprendió rápida huida 
Y se lanzó al caudal¡ 
 
Sólo un trillar se oyó, 
De pisadas y Montejo; 
Jacinto se encontró lejos 
De la cueva en que durmió. 
 
!!OH¡¡ !Qué desilusión¡ 
!Este campo tan preciado¡ 
El agua lo había horadado 
Temblaba su corazón. 
 
La semilla con los sacos, 
El torrente la arrastró, 
Jacinto infeliz lloró, 
Por la desgracia y mal trato. 
 
Pero no se amilanó; 
Su resolución fue férrea, 
De su terruño se aferra, 
Bendita tierra le llamó. 
 
Hasta el pie de la loma 
Se llegó para empezar, 
De nuevo la tierra arar, 
En un mes la coronó. 
 
Cada vez que el trabajo, 
Iniciaba por la mañana, 
Le pedía al cielo calma 
Y su afán era al destajo. 
 
Cuando vio terminado 
Lo que un día empezó, 
Las gracias a Dios le dio, 
Por el bendito legado. 
 
El maíz sembró en la loma, 
En el plan las arracachas, 
También yuca en la estancia 
Y la caña por la Riada. 
 
Sobre la margen del río 
Café y cacao plantó, 
Cubrió otro campo de arroz, 
Consiguió bello el plantío. 
 
A los ocho días justos, 
Este germen le brotó, 
Aquel campo floreció, 
La cosecha daba gusto. 
 
Luego vino la porca, 
El cuidado y la desyerba, 
El ahuyentar la culebra, 
El crecer de la mazorca. 
 
Todo marchaba muy bien 
En aquel campo sembrado, 
Jacinto está atolondrado, 
Y no comprendía por qué. 
 
Rábano había de nacer, 
Más aquí, nació tomate; 
Para colmo del remate, 
Empezaba a florecer. 
 
En vez de maíz, la yuca, 
Cuando creció la papaya, 
Dijo jacinto: —!malaya¡ 
No son frutos, son verduras. 
 
Siguió levantando el campo, 
Sus retoños verdes, frescos. 
Un día entraron jumentos, 
Lo dejaron todo al raso. 
 
Jacinto ya no aguantó, 
Allí se quiso morir, 
Después de tanto sufrir, 
Un desaliento le dio. 
 
Alzó los ojos al cielo, 
De rodillas se postró: 
—¿Qué males he hecho Dios, 
Que me das tantos desvelos? 
 
Entonces oyó una voz 
Que desde el cielo bajaba: 
—”La codicia aventajaba, 
Por eso te castigo a vos. 
 
Y hasta que no te arrepientas 
Y enmiendes tal pecado, 
Deberás ser castigado, 
Llegará el día que entiendas”. 
 
—¿Qué pecado he de tener? 
!A nadie creo he ofendido¡ 
Señor, no tiene sentido, 
Castigar mí pobre ser. 
 
Pero la voz silenció 
Y no se volvió a escuchar, 
Jacinto no podía hallar: 
¿Cuál pecado cometió? 
 
Puso su mano en el pecho, 
Su mente profundizó, 
Hasta que por fin halló, 
Algo que estaba mal hecho. 
 
—Señor: !Si es la ambición, 
Lo que me ha perjudicado¡ 
Espero que este pecado 
Lo borres del corazón. 
 
Perdóname este mal, 
Que tal vez por ignorante, 
Con tu licencia adelante, 
Cerca de ti he de estar. 
 
Del cielo otra vez la voz, 
Jacinto pudo escuchar: 
—”Si reconoces el mal 
Te concederé el favor. 
 
Puedes el campo ordenar. 
Empezarás nuevamente, 
Todo será diferente, 
Lo que vais a cosechar. 
 
Donde la yuca sembraste, 
El trigo has de plantar; 
En el río el platanar, 
Por la vereda el tomate. 
 
Toda el agua de la Riala, 
La llevarás al faldón; 
Y ponle corazón 
A la siembra de la loma. 
 
El café y chocolate, 
En la ladera del frente, 
Esto lo tendrás presente, 
Le sembraras aguacate. 
 
El rastrojo que en el río 
Se presenta tan hermoso; 
Lo dejarás que celoso, 
Crezca todo el plantío. 
 
Para que el agua sea fresca, 
Le plantarás a su margen, 
Caimos, guamas azafranes, 
Y déjalos a que crezcan. 
 
Así tendrás abundancia 
Del líquido tan preciado, 
Pondrás cría de ganado, 
Que cebarás en la estancia. 
 
Piensa en la humanidad, 
No en tu riqueza preclara, 
De allí no sacarás nada, 
Si no ostentas humildad. 
 
Cuando al mundo viniste, 
Te envolvía la inocencia, 
Ignorabas la consciencia, 
Hasta que hombre te hiciste. 
 
De vicios se te llenó 
El estómago primero, 
Después le llegó al cerebro 
Para siempre se quedó. 
 
Por eso que los vicios 
Han llenado tu cabeza, 
Y piensa que la riqueza,  
Es la base de los quicios. 
 
Si obedeces mi mandato 
Y no eres facineroso,  
Disfrutarás jubiloso 
De mi gloria mucho rato. 
 
Así que vete al trabajo, 
Y cumple tu labor 
Una vez hago un favor 
Y termino mi relato”. 
 
Aquí la voz se calló, 
Quedando Jacinto solo 
Descubrió como un asomo 
Varios brotes de favor. 
 
Sentado en un promontorio 
Que le brindara descanso 
Dormitó por largo rato 
Lo despertaba un jolgorio. 
 
Era de aves canoras 
Que tarjaban el espacio 
Jacinto sintió cansancio 
Al escuchar la voz sonora. 
 
Que le dijo:  
—”Inclínate al campo, 
Para iniciar tú trabajo 
No es pereza el destajo 
Si te cubres con harapos”. 
 
Jacinto siguió el consejo 
De la voz de la conciencia 
Se esmeró con diligencia 
En el campo y su manejo. 
Es el amigo de todos 
Le respetan a su modo 
Con él nadie es infeliz. 
 
Es la tierra generosa 
Abundante en el plantío 
Llena el granero de trigo 
 
Y de frutas muy melosas. 
Los campos están bellos 
Llenos de vida y calor 
Bañados viven del sol 
Sin ocultar más misterios. 
 
Hoy es Jacinto feliz. 
 
Reinaldo Barrientos G. 
 
Rebaguz. 
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