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Accidente
No pudo ahogar un bostezo. Horrorizado se dio cuenta que el sueño lo estaba venciendo. Disminuyó la velocidad y decidió viajar más lentamente, ya que la ruta en ese lugar estaba cubierta por una espesa neblina. Sin dejar de prestar atención al camino, tomó una botella de agua que tenía en el asiento del acompañante y bebió un largo sorbo y luego se volcó el resto del líquido sobre la cabeza. Así se despabiló un poco, pero el sueño y el cansancio proseguían.
Por suerte a esa hora de la madrugada, muy pocos vehículos circulaban y la niebla hacía que todos marcharan con extrema precaución. En un momento se sintió tentado de cerrar los ojos por unos segundos, pero desistió.
Trató de recordar la última conversación que tuvo con su esposa María Inés.
—Weiss— le decía esta —si tienes sueño, detente a un costado de la ruta y dormita aunque sean diez minutos. No puedes seguir manejando así, con tres días sin dormir. Y mañana te vas al médico de la empresa y plantéale tu problema. Sufres de insomnio y aunque sea que te cambien el horario de entrada. No puede ser que tu jefe, por un capricho te obligue a ir a las cuatro de la mañana a buscarlo a él, para que lo lleves al trabajo.
Lamentablemente no podría detenerse porque ya estaba atrasado, por la maldita neblina.
Sintió que se le cerraban los ojos y los abrió de golpe. Miró el camino y se dio cuenta que había avanzado casi mil metros con los ojos cerrados. Sintió una oleada de pánico y se dio un par de bofetadas en la cara, para terminar con la somnolencia. El sueño no lo abandonaba. Se dio un par de dolorosas bofetadas más en el rostro y sintió en los labios el sabor de su propia sangre. Tuvo un ataque de ira y se propinó unos terribles golpes en la cara. La sangre goteaba lentamente de su nariz cuando llegó a la casa de su odiado jefe. Dos bocinazos y su jefe salió apretando su maletín bajo el brazo. Se sentó a su lado sin mirarlo y sin darle ni siquiera los buenos días. Weiss apretó el acelerador y desde lejos divisó al móvil policial que circulaba delante de él.
Ahí se le ocurrió la idea. Terminar con todo. Con esa modorra enfermiza y con su odiado jefe.
Sin vacilar y ante la cara espantada de su jefe aceleró y chocó contra el patrullero a toda velocidad.
Cuando lo sacaron de entre los retorcidos restos del automóvil, su mano y su dedo acusador indicaban a los policías que su jefe lo había golpeado.
El jefe no podría contradecirlo porque estaba muerto.
Viajaba sin el cinturón de seguridad.
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Texto agregado el 16-05-2012, y leído por 340
visitantes. (7 votos)
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Lectores Opinan |
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01-06-2012 |
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Está bien desahogarse matando a jefes literariamente. Existen métodos literariamente más refinados. "conducir mil metros con los ojos cerrados"? Que un poco de sangre en la nariz sirva para incriminar tras un accidente en el que se supone debe provocar más hemorragias? No sé, no sé. Egon |
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27-05-2012 |
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Buenísimo!!! No puedo creer el final.jajjaj****** miriades |
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22-05-2012 |
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Wowww! Qué relato, amigo! Excelente, la verdad. Muy bien escrito y demás...Te felicito.***** MujerDiosa |
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17-05-2012 |
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Excelente Rodrigo. Y en cuanto a Weiss, no es mal bicho. Es solo su naturaleza. Te pongo cinco infracciones de tránsito. (5) ZEPOL |
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17-05-2012 |
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Ingenioso y bien narrado. Comentqrio aparte: La esposa tenía rzón: Lo indicado en ese caso es salirse del camino y dormir; no continuar manejando, aunque se venga el mundo abajo. simasima |
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