Esto ocurrió en Francia, hace un par de años, nadie sabe la fecha exacta, ya que el Estado prohibió investigar el caso.
Todo comenzó cuando Raúl, un joven vigoroso y demasiado curioso, se topó por casualidad con una carta.
Ésta estaba escrita en un idioma que él no podía comprender, aunque se autodefinía como un gran sabedor de hablas.
En realidad él dominaba el francés y, a duras penas, el inglés. Pero como nadie en el pueblo conocía otro lenguaje que no fuese el francés, Raúl era casi famoso, y todos recurrían a él cuando encontraban un idioma desconocido.
Por éste y otros motivos la carta se convirtió en una gran obsesión para él. Se pasaba horas y horas estudiándola, tratando de encontrar algún significado.
Debía tener unos 20 años, aunque aparentaba varios más, no tenía amigos, era un joven solitario. El objetivo de su vida era encontrar o descubrir un gran secreto, cosa que su existencia se transforme en una leyenda.
Pasaron las semanas y el misterio aún no era develado. Gastó casi todos sus ahorros en libros sobre literatura de distintas culturas.
Al ver que sus esfuerzos habían sido en vano, decidió darle un significado propio a esa misteriosa carta. Programó una reunión, para que todos pudieran enterarse de su hallazgo.
Cuando una multitud acudió al lugar pactado, el joven Raúl entró en pánico. No le tenía miedo a nada, excepto al fracaso, y a que lo tilden de ignorante.
Entre toda esa gente se encontraba un distinguido señor, que atemorizaba a Raúl, con su sola presencia.
El señor era José Becar, y era un magnífico traductor de varios idiomas. Raúl, como era de esperarse, temió que su farsa salga a la luz, que todos se rían de su ignorancia.
Fue así como tomó una rápida decisión, le informó a todos los presentes que dicha ceremonia se postergaba por tiempo indeterminado.
La multitud lo abucheó, pero él respiro aliviado.
Desde ese día, y por varias semanas, se negó a salir de su pequeño estudio. La paranoia lo había consumido; pensaba, firmemente, que al salir por aquella pequeña e insignificante puerta se encontraría con una masa de gente que se burlaría y reiría de su fracaso.
Cuando la paranoia cesó definitivamente (o eso parecía), Raúl abrió la puerta con temor, como si fuera muy frágil. Al ver que no había nadie con carteles y pancartas, sonrío, y se dio cuenta que sus temores eran ridículos. Por esto, decidió volver a concentrarse en la carta. Se preguntó de quien era, para quién, qué cosas macabras diría (él siempre buscaba algo perverso en lugares completamente normales, le divertía esa idea).
Recordó que la había encontrado cerca de un basurero, como si se le hubiera caído a alguien que tenía mucho apuro, quizás hasta estaba nervioso o nerviosa de llevar esa carta consigo.
Creó muchas hipótesis, una más descabellada que otra, hasta que se cansó de divagar y la leyó una vez más. Empezó a leerla por partes, sacando palabras, de atrás para adelante... Cuando, de pronto, dio un gran salto. Escribió un par de frases y quedó asombrado del resultado. Se refregaba los ojos, no podía creer lo que había descubierto. Su ego, en esos momentos, se encontraba en la punta de la montaña más alta.
La carta estaba escrita de atrás para adelante, y en inglés, para que no fuera sencillo descifrarla.
Se puso a pensar qué podía hacer para sacar el mayor beneficio posible, hasta que llegó a una conclusión (brillante, para su parecer). En la carta se podía distinguir claramente el emisario y el receptor. Raúl, que no tenía ni un pelo de tonto; decidió comenzar un rumor, para ver la reacción de los involucrados. No podía ser algo muy grande, sólo quería darles un buen susto.
Los involucrados no eran nada menos que el intendente y el comisario del pueblo. Y, según la carta, uno de ellos, el comisario, tenía algunos problemas de índole sexual. Había acudido a curanderos y muchos médicos, pero su problema no se solucionaba. Le atraían las mujeres, pero no se excitaba con ellas, sino todo lo contrario, al ver un hombre con un buen físico, sus hormonas se alborotaban, y esto lo tenía muy preocupado, principalmente porque en ese pueblito, no toleraban a los diferentes o raros, como se los denominaba usualmente.
El intendente (Juan), le brindó su apoyo, y le aseguró que se encargaría personalmente de este inconveniente.
Raúl decidió que era hora de incomodar al intendente, y le comentó a las damas más “chusmas” del pueblo que Juan había estado acudiendo a ciertos hombres, para calmar sus necesidades. Y, para comprobar esto, les aseguró que en los próximos días, daría un discurso a favor de las relaciones entre hombres.
Las mujeres quedaron perplejas ante esta información, no podían tolerar que SU intendente sea amanerado. El rumor corrió rápidamente, en pocas horas casi todo el pueblo estaba enterado, hasta el comisario, Luis, se enteró por boca de algún transeúnte chismoso. Quedó, prácticamente, petrificado.
Sin perder ni un segundo acudió a Juan, y le comentó lo escuchado. Los hombres, pasados en años, se mantuvieron en silencio durante más de una hora. Luego, charlaron un buen rato sobre este pequeño problema. Todos dudaban de la sexualidad de Juan, pero si éste salía a defenderse, no le quedaría más remedio que decir el secreto de Luis, ya que de alguna manera comenzó este rumor. Después de meditarlo, pensaba que alguien lo había confundido con el comisario, pero no podía enfrentar a la prensa.
Se pusieron de acuerdo. Los que empezaron esto (“los”, llegaron a la conclusión de que era alguna banda mafiosa), en algún momento pedirían un favor a cambio de su silencio. Y, si se negaban , podrían mostrar pruebas sobre la tendencia sexual de Luis. En ese caso, su carrera como comisario, habría terminado abruptamente. Al igual que el puesto de intendente quedaría vacante, por cómplice, y la mancha jamás sería limpiada de su expediente.
Varios días después, las señoras de la alta sociedad visitaron a Raúl, para reprocharle la falta de pruebas a su acusación. Él, no sabía qué responder, ya se había olvidado de su pequeña broma, y estaba haciendo cosas más interesantes, a su parecer.
Al no obtener una explicación válida, las señoras se dirigieron a la casa de Juan para pedirle disculpas por dudar de su sexualidad.
Cuando el intendente las indagó sobre quién había expandido tal rumor, ellas se miraron entre sí, y no se pudieron contener, una fuerza mayor inexplicable hizo que digan el nombre del pecador a coro: ”Raúl!!!!”.
Juan no se inmutó, como si no le importara la respuesta, y las echó inmediatamente. Llamó a su amigo, y le comentó las buenas nuevas. Acordaron encerrar al bromista un tiempo para que no los meta en problemas.
Raúl estuvo tras las rejas durante dos meses (el período máximo que pueden retener a alguien sin juicio en ese pueblito). Nunca le explicaron por qué lo habían metido en la cueva (denominación común de la cárcel). Al salir, estaba lleno de furia, y juró venganza al “maldito” comisario.
Cuando llegó a su guarida (le fascinaba esa palabra) comenzó a planificar la venganza; no podía hacer esto solo, entonces recurrió a un vecino, de casi su misma edad. Se llamaba Carlos, y era una persona sumamente malvada, tenía antecedentes penales, su sumario era clasificado (calificado de “muy peligroso”). Raúl no lo pudo ojear antes de contactarlo.
Le comentó todo lo sucedido, hasta el más mínimo detalle, incluso le habló de la carta. Y, Carlos, con aire de superioridad, algo muy común en él, le dijo que lo sabía, se había enterado hace un año, cuando en esa ocasión vio a Luis manteniendo relaciones, en un depósito abandonado, con un “raro” muy conocido en el pueblo.
Desde ese día, Luis le había hecho la vida imposible. Estuvo preso varias veces por cosas menores, la más ridícula de todas ellas fue: Robar 4 manzanas (Raúl no pudo contener la carcajada).
Al escuchar esto, Raúl comprendió que había conseguido un aliado valiosísimo. Decidieron formar un equipo, llamado: “Los justicieros” (muy trivial, pero les parecía adecuado).
El primer paso programado fue sacar varias copias de la carta, y la repartieron en algunas casas (no tenían dinero para hacer una cantidad considerable de copias) diciendo que el significado de la misma era: Romance entre Luis y Juan.
Un nuevo rumor asustó a Luis y a Juan. Miles de personas se congregaron en la plaza principal. Había gente con pancartas, aludiendo y repudiando este supuesto romance.
La muchedumbre no entendía la carta, pero creían el significado que le habían dado.
La desconfianza infundada sobre el intendente, atentaba directamente contra las elecciones que se llevarían a cabo en las próximas semanas.
Se organizaron varias asambleas barriales, y muchas de ellas acordaron derrocar al gobierno por ser “impuro”.
Luis, completamente acorralado, tomó al toro por las astas y decidió secuestrar a Carlos (no lo toleraba, pero era el único que podía salvarlo).
Al día siguiente, Raúl vio como se llevaron a su vecino por la fuerza. Ese mismo día, Carlos apareció en televisión nacional diciendo que todo era una broma de Raúl, y que debían castigarlo.
Raúl quedó perplejo, lo traicionaron.
El pueblo se había cansado de las jugarretas de Raúl, e hicieron una petición para desterrarlo de ese pacífico pueblo.
Al enterarse de esto, Juan, se sintió aliviado, había encontrado la manera de librarse de los dos y quedar completamente limpio.
A los pocos días se encontró a Carlos, en una zanja, con un tiro en la cabeza. En la escena del crimen hallaron un par de pisadas y varios objetos que no tenían utilidad alguna.
Al ver esto en las noticias, Raúl, comprendió que su día había llegado, estaba convencido que lo incriminarían por ese asesinato.
Un comunicado oficial señalaba que había un sospechoso, y que sería arrestado a la brevedad. Raúl estaba aterrorizado, comenzó a preparar una pequeña valija, debía huir de ese lugar lo mas pronto posible. Cuando, de repente, oye unos golpes a la puerta.
Se asomó a la ventana y vio una multitud enardecida, debía estar todo el pueblo en la puerta de su casa, nunca había visto a la gente tan unida, como en esa ocasión.
Tenían carteles, en cuyas inscripciones se podía leer: “Asesino a la cárcel”. No pasaron mas de 30 segundos para que llegue la policía.
Raúl fue juzgado y sentenciado a la silla eléctrica por el asesinato de Carlos. Y todo el pueblo festejó.
Un año después, el intendente había sido reelecto, el comisario seguía dentro del placard (término utilizado para quienes aún no se atrevieron a exponer a todo el mundo sus tendencias sexuales), todos eran felices, los crímenes escaseaban por temor de “terminar como Raúl”, como se escuchaba frecuentemente por las calles centrales.
Jacinto, un joven que vivía con sus abuelos, debido a que hacía un par de meses que sus padres fallecieron en un accidente de tránsito, decidió hurgar en el ático, ya que se aburría soberanamente en la casa. Después de encontrar varias cosas sin importancia, halló la famosa y odiada carta (una de las pocas copias que aún no se había destruido).
Pasaron varias meses para que entendiera su significado (más que nada, porque no hablaba inglés). Él siempre tuvo sospechas de la sexualidad de Luis, por lo que esta noticia no lo sorprendió por completo, y como estuvo preso en reiteradas ocasiones, no le caía nada bien.
Después de meditarlo un buen rato, decidió que había llegado el momento de jugarle una broma.
“Total -pensó- ¿Qué me puede hacer? ¿Un par de días preso, como mucho? Eso ya lo viví. Me va a pagar todo lo que me hizo”. |