Las escaramuzas, entre tú y yo,
tienen el fragor de lo infinito.
Huelen a jazmín y a sentimiento,
cultivan el estruendo de lo callado,
se preludian de imperecedera ternura,
y al cabo, culminan en renacimientos.
Siempre, son cosas de nunca acabar
estas insuperables contiendas nuestras,
perpetuamente esperando el momento
para encontrar esos atajos oportunos
donde desarrollar la conflagración,
hasta desvanecer exiguas resistencias,
escasamente opuestas, a todo pleito,
donde, inevitable, tu aliento es mi infierno.
Y hacia allí desciendes, cual un tobogán,
ardida y ardiente en tus entrañas.
Bajo el manto eterno de las victorias,
agotados luchadores, nos confundimos
en un pequeño y acurrucado espacio
a negociar nuestros tratados de paz. |