A LA VUELTA DE LA ESQUINA
Con la cabeza llena de problemas y mil preocupaciones, salí de casa una mañana, camino a una diligencia al centro de la ciudad.
Cerré la puerta de la calle y encaminé hacía la izquierda, en dirección al parque al final de la cuadra. Caminaría hasta el extremo de ese parque y luego tomaría la calle de la derecha hasta la siguiente esquina, una vez ahí, voltear a la izquierda, seguir hasta llegar una última esquina, cruzar la avenida y llegar al paradero de la línea 73.
Ya había dejado el parque y caminaba por la calle de la derecha, cuando más o menos a mitad de cuadra, veo que a la esquina a la que me dirigía, desde el lado opuesto de esa esquina también se acercaba una chica, vestida de ángel, no tanto por la minifalda que vestía sino por todos los adornos que la naturaleza había puesto en ella, especialmente en ese magnifico par de piernas, que aún desde lejos se veían casi divinas, digo casi porque si no, no serían terrenales.
Según mis cálculos, llegaría después de ella a unos adecuados diez o quince pasos atrás, adecuados para poder apreciar mejor la magnifica obra del creador en ese cuerpo de increíble 4/5 de agua (definitivamente, ahí si que había un milagro palpable y muy distinguible).
Así fue; ella llegó a la esquina primero y torció a su derecha, mientras yo aún estaba a unos doce pasos antes de voltear a mi izquierda, pasos que recorrí con algo de premura, no lo niego, para poder apreciar por más tiempo ese paisaje humano que el Hacedor regalaba a mis ojos.
Llegué entusiasmado a la esquina. Los problemas y las mil preocupaciones los había dejado en el parque, creo. Volteé con los ojos dispuestos a grabar en mi memoria lo más fidedignamente las imágenes que pronto captaría y que capté por breves segundos… ¿? ¿Sólo breves segundos…?
No más, volteando la esquina, daba uno o dos pasos sin ver donde pisaba, para no perderme de contemplar la musa que esa refrescante mañana de primavera engalanaba las calles de mi barrio, cuando de pronto de una de las casas de esa acera por donde esa niña de mis ojos y yo íbamos, sale una viejecita y se interpone con su cansino y bamboleante paso entre mi mirada y ese ángel fugado del cielo.
Todo ese trayecto, no sólo me impidió apreciar, por adelantado, las delicias del paraíso sino que prácticamente me obligó a mirar su cuerpecillo que quizá en alguna época fue digno de mirar también con alevosía y ventaja, pero que ahora sólo me hacía clamar al cielo por algo de justicia.
El bello par de piernas se perdieron en la siguiente esquina mientras, muy a mi pesar, sólo pude ir relegado detrás del descompasado caminar de la viejita señora vecina, dueñas, también al fin y al cabo, de un buen par de piernas, que como decía un mi amigo, serán flaquitas, chuecas y medio quebradizas pero son buenas piernas porque a pesar de los años, aún no se rompen.
|