Sólo me siento vivo correteando por los recuerdos de lo que alguna vez fui, encaprichado como ese niño que se niega a devolver el juguete de otro. Así, cada día me rehúso a dejar un tiempo que ya no es mío, mientras la firme imprudencia de la vida junto a esta sombra torpe que soy, se amotinan en una sonrisa de ayer; joven, segura. Pero demostrándome que también se herrumbra acompañando el lento caminar de estos pasos, en esta pesada neblina de mi vejez.


Ciertamente fui un hombre común. Aunque me cueste decirlo, he aceptando con moderada obediencia los dictámenes de una vida que me llevó a ser el incondicional orgullo de terceros.
Y me arrepiento, me arrepiento tanto pues tarde entendí que la vida es una aventura en la cual uno debe tener el coraje necesario para no escribir un final tan penoso y premeditado, aparentemente verdadero.

Si pudiese retroceder el tiempo volvería por el único motivo de batallar incansable contra la cobardía que impidió alcanzara mis sueños primeros. Escribiendo así otra historia, otro final.

Hoy recuerdo una suma innumerable de películas que en mi juventud vi, donde me trepaba al deseo de ser ese protagonista que todo lo podía; que luchaba, luchaba y llegaba. Y sin embargo hoy, sólo me veo representado en un personaje secundario, como el cartero que simplemente entrega una carta, o el camarero que haciendo una reverencia dice: “Míster Williams, aquí tengo preparada su mesa, pase por aquí”.


Imagino, y más aún, estoy convencido sin temor al error, que la intensidad de mi vida ha sido el vértigo de un día en la vida de otros que profundamente admiro. Y ese penar, mal que me pese, hoy me encierra mucho más en esta soledad de fantasmas opacos que insisten en mantenerme preso bajo este sótano de ingratitudes.

Paso noches enteras soñando lo que no fui y tantas otras noches continúo maldiciendo en lo que de a poco me convertí.
Los recuerdos que antes ni siquiera fueron eso sentenciados por la vanidad de la indiferencia, hoy, aparecen como pequeños retazos de luz, para alumbrar esta penumbra que duele tanto:

-Esa montaña que no trepé, ese río que no crucé, esa brisa que ya no es la misma, ese pájaro que no recuerdo…

Es triste y definitivo entender que uno estuvo ciego mucho antes de serlo, pero sobre todo, concebir en la cruda realidad el deseo de vivir con la intensidad de un adolescente cuando la vida ya nos da por muerto.

En este vencimiento de los dias, donde espero, a veces no me reconozco ni en lo que digo, y sé que mis agrias reacciones son dignas de todo rechazo. En estos años que sobran hasta los amigos han perdido mi rastro.
Y es que yo también hace tantos años que no se nada de mí, que a veces parado frente al espejo ignoro que anciano terco habita del otro lado. Pero aún así lo toco, para saber al menos que estoy ahí.

Pero si tengo que hablar de salvación, de mi única razón de vivir, debo hablar de amor y me obligo a decir que no bastan dos vidas para vivir el milagro de una sola mujer, y lo digo con el convencimiento de un viejo testarudo, porque juro que viviría dos vidas de ceguera a cambio de volver a ver solo por un instante, el rostro ajado de mi Zulema. Su vida es mi vida, sus ojos los míos, sus huesos mi sostén, su manos el alivio de este reposo enfermo.

Podría llenar tantas hojas hablando de mi Zulema.
Pero no lo haré, porque sólo yo, me quedo con ella.