Junto con mostrar en sí mismo cómo es “el rostro” de Dios, Jesús, con su propia vida muestra a cuánta plenitud puede llegar a ser el ser humano, cuánto puede llegar a ser imagen viva de Dios. Nos muestra que no es imposible llegar a ser imágenes vivas del Padre Dios. Que nosotros podemos ser “rostros” divinos de Dios.
Cuántas veces el Evangelio dice que “Jesús se compadeció”, “tuvo compasión de”. Y nos dice: “Aprendan lo que significa “misericordia quiero y no sacrificios” (Oseas 6,7). “No vine a llamar a los justos sino a los pecadores”.
Cómo con delicadeza, pero diciendo lo que tenía que decirle, perdona a la mujer adúltera y a otros que, humildemente lo reconocen como venido de Dios. Y la alegría que hay en el cielo por alguien que se arrepiente.
En la parábola del Padre Misericordioso, en la cual se muestra la profundidad del amor misericordioso de Dios cariñoso, cercano, que espera con paciencia el regreso del hijo arrepentido, y lo recibe sin regaños; y más encima, hace una fiesta para celebrar su regreso. Creo que es la parábola más hermosa y emotiva contada con profundidad y sencillez.
Dios es el pastor que va en busca de la oveja perdida.
Y cuando, por el puro hecho de arrepentirse, le promete el paraíso al crucificado junto a él.
Todo esto y mucho más, tan lejano a la tendencia que se mostraba cuando éramos pequeños y nos asustaban con el infierno y la condenación eterna; con un Dios justiciero y vengador.
Un Dios que no necesita de nuestro amor, pero parece mendigarlo. Que entrega amor sin esperar de por sí, correspondencia; aunque la desea, no por él, sino por nosotros mismos; pues al corresponderle nos enaltecemos a nosotros mismos, y nos hacemos más semejantes a él.
Un Dios totalmente desinteresado, que se hace hombre. Para dar y para darse. Un Dios donación, un Dios relación: que nos mira como hijos, como hermanos, como objetos de su amor. Este es el Dios en quien creemos.
Este Jesús, que “es el rostro humano de Dios”, quiere que nosotros lleguemos a ser “el rostro divino de Dios”. Ser con los demás como Dios lo es con nosotros, que los demás vean a Dios en nosotros: “misericordiosos, lentos a la cólera, y ricos en amor y fidelidad”.
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