Siempre he visto más difícil hacer reír que emocionar. En mi caso, sin estar dotada del suficiente talento como para escribir un texto cómico, en el reparto de cualidades sí me tocó algo de ácida ironía. Y aunque el tema que voy a tratar es de todo menos divertido, me niego a contarlo en esa clave -que ya se sabe que el pensamiento hace la realidad-, advirtiendo, eso sí, que risas no va a haber ninguna, a lo sumo alguna leve sonrisa que elevará en pocos grados la horizontal.
Después de 34 años de existencia, hace unos meses descubrí que el flechazo, ese amor a primera vista del que tanto hablan existe -al menos para mí-, aun siendo consciente de que todo es relativo y que la más absoluta certeza puede mutar en el tiempo. Por cierto, no me importaría poder aplicar esto último al polémico punto G o a los multi orgasmos, pero ese es otro tema...
La cosa se vuelve más desconcertante cuando el flechazo empieza por unas extremidades -superiores en este caso-. Sí, fue durante la fortuita contemplación de unos brazos cuando esa mosca cojonera en forma de angelito con arco, vio, apuntó y lanzó su afilada flecha en el centro mismito de mi corazón. Se nota que en el Olimpo entrenan a conciencia para lograr la excelencia. Como decía, mientras el torso de otro individuo tapaba nada que no fueran sus brazos, sentí una punzada candente que me dejó obnubilada. Esos brazos poseían tres de los atributos físicos que más me ponen en un hombre, a saber, eran morenos, delgados y fibrosos, pero además, sostenían una pieza de cerámica, con tal resolución, que ya entonces deseé ser el jarrón que portaba para que sus manos reposaran sobre mis curvas. Cuando el entrometido se apartó, pude ver también el rostro y resto de su figura. Nada del otro mundo, pero para mí, que ya tenía el veneno del querubín circulando a toda pastilla por mi sangre, era el David de Miguel Ángel materializado y tintado de canela, como un caramelo de café con leche... Rico, rico...
El asunto se complicó...Bueno, en aquel momento me alegré sobremanera -que no me quiero adelantar-, digo que se complicó porque iba a ser mi profesor de alfarería en los meses siguientes. ¡Que emocionada estaba! Creí que iba a ser algo recíproco, de pronto hasta me hice devota de Brian Weiss, sus lazos de amor y teorías de que ese tipo de cosas irracionales ocurren por haber estado juntos en otra vida y ese conocimiento, esa impronta, perdura en nuestro interior a la espera de ser identificada. Pamplinas, pamplinas y gordas, porque claro, aquello sólo fue unilateral con lo cual para que dicha teoría fuera cierta la única explicación posible es que ya me hubiera roto el corazón en el tiempo de los romanos o en la Edad del Bronce o en el Medievo, coincidiendo con las sucesivas reencarnaciones que hubiésemos experimentado. Conste en acta que no quiero herir sensibilidades y que cada quien puede creer en lo que quiera. Sólo cuento todo lo que se me pasó por la cabeza en los días posteriores al "avistamiento".
Convencida de que aquello tan intenso e irracional sólo podía ser fruto del karma, algo cósmico o incluso la confabulación de unos seres superiores, me lancé como un miura a por mi supuesta media naranja. Primero lo mareé con mi simpatía y atributos -ya sé que no está bien decirlo, pero no ando escasa de atractivo-, después le clavé unas banderillas en forma de carta apasionada para deslumbrarle con mi verborrea y, para terminar, entré a matar aventándole todas mis feromonas al unísono. Tengo que decir que picó, claro que picó, pero la cosa no pasó de un intercambio de mensajes, algunos magreos, unos pocos besos robados y eso sí, mucho juego y picardía. Y es que el susodicho ya tenía dueña, además de sentido del deber y pocas ganas de lastimar. Eso le honra, vaaaaaale...
Con el paso de las semanas, a pesar de ver como replegaba sus tropas e iba envainando la libido, por todo lo que he comentado antes del destino, las vidas pasadas y tal y tal y tal, me dije que sería mío, que era impepinable, algo tan instintivo tenía que venir de un lugar tan profundamente arraigado que sólo sería cuestión de tiempo que aflorara en él. Nada más lejos de la realidad...
Mientras, en mi vida se sucedía aquello de “Cómo quieres que te quiera si el que quiero que me quiera no me quiere como quiero que me quiera” y andaba peleando con un par de caballeretes que estaban tan atontados como yo pensando que en mí despertaría eso tan ancestral que haría que mi amor aflorase y me uniera a ellos como su media naranja que era. ¡Ay! Vaya lío, menuda cantidad de cítricos cercenados. Además, con mi sexualidad exacerbada, desbocada e insatisfecha, inconscientemente lanzaba unas señales que confundían a esos dos y algunos otros más cual hembra buscando guerra.
Al tiempo que esperaba que el de los brazos experimentara la relevación, ahogué todo mi sobrante de fluidos en unas cuantas camas. Tengo que decir a mi favor, que en mi mente sólo estaba él, así que pasado un tiempo, me concentré en el amor propio. Por lo menos de ese modo no tenía que sobresaltarme al abrir los ojos en medio del acto y desencantarme por su ausencia.
Por fin, después de mucho tiempo esperando la anunciación que nunca llegó -tres meses aguanté, que se dice pronto-, me pudo la impaciencia y le obligué a decirme qué había. Lo único que saqué en claro es que se había sentido halagado porque alguien tan atractivo mostrara ese interés en él, que el juego que llevábamos le gustaba y que a pesar de aquello, creía que estaba claro que no podía haber nada más. Vaya bajón ¿Eso era todo? Tanto sentimiento y tan poca racionalidad ¿sólo aquello me iba a deparar?
Lo siguiente fue dedicarme a poner otras cosas en su sitio. Entonces fuí yo quien les quité de la cabeza a mis enamorados todas aquellas paparruchas. Sexo vale, que yo no tengo que dar cuentas a nadie, pero eso de esperar a que sienta que sois el amor de mi vida, nanay... Y así quedó la cosa, con un batiburrillo de enfados, dolores, calentones y desatinos, medias naranjas solitarias y un ejercito de corazones rotos y cabreados.
Para desintoxicarme de tanta desilusión y como soy una mujer práctica, me voy mañana de farra con una amiga -hetero de toda la vida- que no hace mucho se enamoró de una mujer por algún motivo que ella catalogó como incomprensible ya que siempre fue muy de machos. Aquel hecho sorprendente le hizo pensar que esa fémina estaba destinada a convertirse en alguien muy importante en su vida y luchó a muerte por estar convencida de que era tan intenso aquello que sentía que seguro que la otra llegaría a corresponderle. Lo que ocurrió a continuación podéis imaginarlo leídos los hechos antes enumerados.
En conclusión, que así andamos unos cuantos, maldiciendo al dichoso angelito con puntería de campeón olímpico, pero con un ojo nefasto a la hora de repartir pasiones. Así que mucho cuidado si al mirar a alguien oís un zumbido cerca, a la más ligera sombra de aleteo, ¡zas! Manotazo y un dolor menos. Bicho malo... |