EL GUARDIAN
--Ya viene mi viejo amigo por ahí. Como todos los días, se sentará en la arqueta que cubre la llave del agua que riega los cultivos que estoy obligado a guardar. Parece más cansado que otras veces, pero se esfuerza en llegar a la meta que, desde hace años, se propuso alcanzar. El día que no logre completar su paseo es que estará muerto. Desde lejos, el naneo de su cojera le imprime un cierto aire robótico, como si fuera una máquina ya desgastada la que se aproxima por el camino, y no un ser humano.
-- ¿Qué le pasa a mi amigo? Lo veo distinto: está como torcido y el brazo derecho se le descuelga casi hasta la rodilla. Las palomas vuelan en círculo sobre él. Quizá se hayan dado cuenta de su situación y, superando su miedo, se atrevan a aterrizar en el bancal lleno de brotes verdes de escarola. El hambre es muy mala (que me lo digan a mí en aquellos años de posguerra). El temor a perder la vida si te atreves a saltar las barreras establecidas te sujeta, te ata a las cadenas hincadas en la tierra o en el cielo; pero cuando ves que, al final, si no lo haces, se va a producir el mismo resultado letal, el propio instinto de supervivencia te impulsa a superar cualquier obstáculo. ¿Qué harán las palomas?
-- Hoy lo tengo crudo. El bando no se ha limitado a pasar sobre mí, o a lo más a dar una vuelta para sopesar la situación. No paran de volar en círculo sobre el campo cuajado de tallos tiernos. ¿Se habrán apercibido de que hoy no podré hacer mi trabajo? ¿Cómo no se han dado cuenta mis patrones de que, con este brazo caído y estropeada la espoleta que activa los disparos periódicamente, no puedo alejarlas de aquí? Los he servido durante años sin que, al menos , hagan lo necesario para mantenerme en condiciones de trabajar , y encima quieren que siga haciendo mi labor como si no pasara nada. ¡Que les den por culo! Palomas, palomitas, hoy os vais a dar un atracón de escarola.
-- ¿Qué está ocurriendo? El palomo al que sigue todo el bando se ha posado en el terreno y, tras mirar con desconfianza a su ancestral enemigo, empieza a picotear como si nada fuese a ocurrir. Cientos de palomas, poco a poco, van cayendo sobre el sembrado y, perdido el temor casi genético a aquel artefacto, sacian su necesidad de alimento sin importarles ya lo que pueda suceder después.
"¿Has visto lo que han hecho las palomas? Lo han arrasado todo; nos han jodido la cosecha y las ganancias de este año. Habrá que buscar otros procedimientos para acabar con ellas. Esta mierda de espantapájaros no sirve para nada. Dame la azada. Con tres golpes bien dados no queda ni rastro de él."
Al día siguiente el asiduo paseante de aquellos caminos no apareció por allí.
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