Capítulo 3: “El Primer Encuentro”.
Esperanza se subió a uno de los cerros que tanto abundaban en la Cordillera de la Costa. Desde la cima podía ver todo completamente claro, aún así, sin dudas estaba perdida y demasiado. Todo el camino estaba lleno de araucarias y nada más, excepto cerca de la costa que había un edificio. Antes de descender en dicha dirección estiró los pliegues de su falda, se arremangó otra vez la blusa y acomodó su bolso.
Estaba cansada y hambrienta. La rosa de los vientos que la guiaba a continuar había desaparecido completamente en aquella semana desde que saliese de la prisión a la cual le había llevado.
Por tres días caminó hasta llegar al edificio que era un Seminario Pontificio. Era moderno, estilo francés y de refinados colores. En los jardines había gente cortando leña y sacando fruta.
Sin pensar subió a lo alto de la reja de mediana estatura, y desde los altos, su atención la llamó un muchacho colorín de aproximados trece años que extraía manzanas.
Sin quererlo cayó desde el murallón, sin dudas estaba demasiado débil como para darse de espía secreta con tintes de equilibrista en aquel lugar. Tuvo la buena fortuna de que en ese mismo momento en que iba cayendo, el muchacho se girase y la viese hacer su recorrido aéreo. El colorín dejó presurosamente el canasto con manzanas en el suelo y la sujetó desde la cintura antes de que ella alcanzara a tocar el pasto con el cuerpo completo.
Miró asustada al muchacho y sus labios no se atrevieron a hablar, a pesar de estar consciente de la buena suerte que había tenido al caer en tan buenas manos.
-¿Se encuentra bien, señorita?-.
-Claro-dijo ella apartándose suavemente de los seguros y confortables brazos del muchacho-, gracias.
La muchacha había comenzado a caminar hacia la canasta a robar unas manzanas para luego irse de aquel lugar, ni siquiera pensaba que ese muchacho pudiese ser su compañero de aventuras y ese el lugar que necesitaba para abastecerse de energías. El primero le parecía, sin dudas, muy cortés y el segundo, una cárcel que debería estar jactándose de su error.
-Disculpe la intromisión, señorita, pero me gustaría saber qué hacía usted arriba del muro, ¿por qué pretendía saltarlo?- inquirió el muchacho dándose cuenta de las intenciones de Esperanza.
-Porque tengo mucha hambre y este lugar me pareció perfecto para comer algo y descansar. Estoy muy débil, he caminado por días…-dijo con los ojos hechos una sopa de mareo y una pequeña mueca de sonrisa en los labios.
-Sea usted bienvenida, señorita, pero nadie debe enterarse de que fui yo quien le dejó entrar-.
-Muchas gracias-.
El joven al ver que su huésped no podía con su alma ni en lo más remoto, le ofreció caballerosamente el brazo y principiaron a caminar hacia las habitaciones. Al ingresar, debieron caminar hasta el fondo del pasillo que estaba cubierto de espejos. Al entrar a la habitación, el muchacho la tiende en la cama y se aleja a una distancia prudencial.
-Voy por alimento para usted señorita. Por ahora le sugiero que descanse, debe de estar agotada-.
-Sin duda que lo estoy… gracias-dijo dedicándole una sonrisa.
El muchacho abrió la puerta y la cerró rezando a todos y cada uno de los santos que conocía para que no descubriesen a la muchacha que guardaba en su habitación. Todo eso sucedió mientras Esperanza se acurrucaba en los brazos de Morfeo.
-Señorita, ¡señorita!-dijo el muchacho remeciéndola con fuerza.
-¿Qué?-inquirió la muchacha abriendo los ojos con lentitud.
-Le traje comida, ¿hace cuánto que no come?-.
-Como tres días y antes, una semana, comí poco-.
El muchacho le acercó la bandeja que contenía pollo asado, salpicón, una manzana y un vaso de jugo de pomelo recién exprimido. En el intertanto la chica se incorporó en la cama y recibió lo que le extendía el joven.
-Disculpe la mala educación, no me he presentado. Me llamo Arturo Gómez-dijo el muchacho mientras que ella comía-, y, ¿usted es?
-Esperanza Rodríguez, mucho gusto-contestó extendiéndole la mano.
-El placer es todo mío-.
Tras este breve diálogo ella siguió comiendo y él la observaba en completo silencio, ella le intrigaba sobremanera, era un ser interesante.
-Disculpe, pero, ¿de dónde es usted?-.
-De Talca, supongo que eso queda un poco más al norte. ¿Dónde estoy?-.
-En la Cordillera de Nahuelbuta, en el Seminario, ¿qué hace aquí?-.
-La historia es algo extraña, me secuestraron, pero me ayudaron a escapar y llevo días caminando para volver a mi ciudad-.
-Yo nunca he salido de aquí-.
-¿Qué has hecho aquí todo este tiempo, Arturo?-.
-Me obligaron a que debo vivir aquí toda mi vida, me consideran un ser peligroso y no sé por qué. Entonces surgió que me acerqué a Dios y quise ser sacerdote, pero me obligaron a sólo ser un monje, a mantenerme lejos de la sociedad, lo dicen que todo es en pos de Dios-.
-Pero Él no querría que te alejes de sí de esta forma…-.
-¿Terminaste?-inquirió Arturo incómodo por el tema de conversación.
-Claro, me quedo la manzana-.
Así, Esperanza le entregó la bandeja completamente vacía y él se dirigió a dejar aquellas cosas a la cocinería, lo último que quería era que alguien supiera que la chica estaba allí. Ella se le inspiraba extraña, pero era su prójimo y tenía que ayudarla, además se veía que después de todo era buena persona.
En medio de sus cavilaciones condujo la bandeja hasta su destino, pero cuando llegó a la cocinería, a pesar de haber vivido allí siempre, olvidó la existencia del escalón de ladrillos y tropezó, dejando caer el objeto y haciendo que éste se partiera en mil pedazos. De verdad que esa muchacha de la cual lo único que sabía era que se llamaba Esperanza y venía de Talca le había revolucionado su mundo.
-¿A dónde vas con esa bandeja, Gómez?-inquirió una voz masculina por detrás del chico.
Arturo se volteó lentamente hasta quedar encarado directamente con quien dirigía todo adentro del Seminario, más valía que no supiese nada de lo que tramaba.
-Sé lo que tramas-.
-No sé de qué está hablando usted-fingió Arturo contradiciendo su firme creencia en los Diez Mandamientos.
-Me dirás todo acerca de esa chica que tienes dentro o mejor aún, de Esperanza y lo harás ahora ya. Tú sabes a lo que te atienes si no me obedeces…-dijo el hombre con una mirada chispeante.
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