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Inicio / Cuenteros Locales / orlandoteran / Nunc Cognosco ex parte (4º/5)

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_¡Pase hombre, pase! _ Me dijo el comisario, al verme titubear en el umbral.
_López, ¿No? _me preguntó, clavando un oscuro e inquisitivo par de ojos en mi persona...
_Ahá_ contesté, inexpresivo.
No me agradan los policías: suelen ser personas con más poder que neuronas. Y ese, en particular, parecía no tener mucho de cerebral. Tenía más bien el aspecto de un gorila, pero había algo que desentonaba en él: la voz.
Una voz aguda en un hombre morocho con barba puede ser irrisoria... Pero cuando ese hombre morocho y barbado mide más de metro ochenta, tiene una enorme barriga y un uniforme de policía, es hilarante.
_Mire amigo, puede pasar, si quiere, pero no va a ser agradable de ver, se lo aseguro._
_Deje eso a mi opinión, comisario._
_Sígame, por aquí... ¡ah!, y me apellido Domínguez... _
Avanzamos el comisario Domínguez y yo, por el largo pasillo de la casona. Era un edificio de estilo colonial, e innumerables pinturas colgaban de sus paredes. Impresionantes arañas colgaban del techo, iluminando el ambiente tenuemente. Largas cortinas de terciopelo separaban los ambientes, dándole a la casona vacía una horrorosa atmósfera de anacronismo. Jorge mi fotógrafo, se quedó maravillado por los rostros severos de las personas que aparecían en las pinturas. Yo, en cambio, estaba más interesado por el dueño de la casona, Jacobo Vidermann quien había sido asesinado.
_Inspector, llegó la prensa._ Anunció Domínguez a uno de los presentes.
_Pero si es López ¡Mierda! _fue la respuesta de un hombre rubio y fornido, con voz ronca y bigote fino...
_Buenos días, Inspector... _ dije, extendiendo mi mano hacia él
_Calvo, y no son nada buenos, mire... _ me señaló hacia el piso, al tiempo que se desplazaba para dejarme ver...
Se me escapó un grito de espanto al ver el cuerpo de Vidermann. El torso estaba destrozado. El asesino había abierto la parrilla costal, por lo que se podía observar, sin utilizar instrumentos cortantes: estaba todo el tejido desgarrado.
Calvo se acuclilló sobre Vidermann, y meneo la cabeza, como sin entender, respiró hondo, exhaló el aire con un bufido, giró la cabeza hacia mí, me miró y, por último, mientras levantaba la manta que cubría el cráneo y la cara, dijo: _Algo lo atacó, y lo abrió como si fuera una puerta corrediza... No falta ningún órgano. Y mírele la cara al pobre infeliz... _
Jorge, pobre, preguntó dónde estaba el baño. Pudimos oír cómo vomitaba. Se escuchó, en realidad en toda la casona. En cuanto a mí, veterano en estas lides, aguanté la náusea, pero aún hoy recuerdo la mirada de Vidermann. Sus labios, torcidos en una mueca de pavor. Sus ojos, lejos de estar midriáticos, aparecían con las pupilas puntiformes, todavía húmedos, mirando algún punto en el infinito. Era esa mirada totalmente inhumana. Era una mirada de absoluto espanto, de horror total.
_Parece que hubiera visto al diablo _dijo el comisario Domínguez. Calvo asintió, mientras se afinaba el bigote con una mano.
_López _, me dijo Calvo. _Le pido un favor; no publique nada por 48 horas. Le prometo mantenerlo informado. ¿Sabe usted que no hay sospechoso? _
_¿Y que gano yo, callando, Calvo? Si me enteré yo, no tardarán otros en saberlo, y la primicia es ahora, no mañana... _ contesté.
Nunca me gustó atrasar la publicación de una noticia...
Calvo me miró con sus ojos celestes y casi gritando, gesticulando con sus grandes manos, casi arrancándose el bigote con los dedos, me respondió: _López, si los periodistas son unos hijos de puta, usted es el hijo de puta mayor, pero no estoy apelando a su bondad: Acá pasa algo más grande. ¿Qué, no vio acaso la sangre en el piso? ¿No contó las huellas? ¿Qué le parece a usted que pasó acá? _
_Me importa un carajo que paso acá, salvo que el personaje más rico e influyente del país fue brutalmente asesinado_
Calvo respiró hondo y miró hacia el piso, de pronto tuve la sensación de ver a un ser cansado, harto. En su rostro, la mirada gris de la desesperación.
Domínguez asentía, tras cada palabra de Calvo. No era imposible que pensaran lo mismo...
_Dígame Sr. Periodista ¿Cuánto medía Vidermann? _
_Metro ochenta, metro ochenta y pico ¿Y qué tiene que ver? _
_Metro noventa y dos y pesaba ciento diez kilos... _
_¿Y qué con eso? _ dije sintiendo cómo la soberbia reverberaba en mi voz...
_¿Y le parece a usted, señor noticia, que un tipo de 36 años y esas medidas es fácil de ser abierto con los dedos? (Que son eso: dedos, los agujeros entre las costillas de Vidermann). _ Era Domínguez, quien me hablaba esta vez, desde el otro extremo de la habitación, mientras palmeaba el hombro de un pálido Jorge.
_No me importa si lo colgaron en un barco, o si se murió de un tiro. Se murió, es asesinato y punto. Con eso, para la primicia, basta._
_¿Ve usted las huellas? _
_Sí _
_¿Cuánto calzaba Vidermann? _
Me agaché a ver los zapatos.
_No toque nada, López. _
_Calzaba cuarenta y cinco, cuarenta y seis... _ dije, malhumorado.
_Vea las huellas... _
_No parecen cuarenta y cinco... _
_No, son número cuarenta _
_Y, ¿Conoce usted a alguien que posea semejante fuerza, para ser capaz de hacerle eso a otro siendo mucho más pequeño? _
_Pudo haber sido un testigo, que huyó, temiendo quedar pegado._ conjeturé. Nunca es bueno quedarse sin hipótesis, y menos siendo periodista, pensé...
_Imposible, por muchas razones: Primero la sangre se seca rápido, quien quiera que haya sido, pisó la sangre fresca. Nadie ajeno a la casona entró o salió, nadie calza cuarenta entre el personal y esta noche el señor Vidermann estaba solo, nadie pudo haber entrado a tiempo, además, las huellas se desvanecen antes de salir al pasillo, no hay otras entradas, no hay pasadizos, ni ventanas... _

Calvo tuvo sus cuarenta y ocho horas.
Cuarenta y ocho horas y un minuto después apareció en la portada de mi diario, la noticia de la desaparición física, _en extrañas circunstancias _, del mundialmente conocido magnate Jacobo Vidermann, con prolija reseña biográfica que destacaba sus múltiples actividades y su reconocida sensibilidad para el arte.
Esa mañana recibí en la redacción la citación a la Comisaría de Domínguez.
La oficina del comisario Domínguez apestaba a cigarrillo. Unos demacrados Calvo y Domínguez me esperaban, café en mano. Extraña pareja pensé: Uno rubio el otro morocho, uno de prolijo bigote, otro de descuidada barba, uno bajo, el otro soprano...
_Comisario, Inspector... _ saludé.

_¡López! Francamente me ha sorprendido, es usted hombre de palabra. Le debo un favor, además de estar obligado a cumplir mi palabra. Siéntese._
En cuanto me senté, Calvo se levantó, y cerró la puerta con llave. Me sentí ligeramente incómodo. Domínguez, cerró las persianas americanas y encendió las luces de la oficina. Luego de la breve ceremonia, ambos se sentaron, serios, frente a mí. Calvo tenía una carpeta. Me la extendió. _Acá están todos los datos de la investigación. Son fotocopias, no se emocione. Si nos preguntan no lo conocemos. Si le preguntan, no nos conoce. ¿Le quedó claro? _
_ Clarísimo _ Contesté
_No hay sospechoso. El caso le quedó a la Interpol. Quedamos afuera. Usted investigará por nosotros._
_Pero, antes, le informaremos lo poco que sabemos._ agregó Domínguez...
Adoptando un aire de docente, y con expresión didáctica, comenzó a explicarme Calvo _Vidermann era muy popular. Un buen tipo, le diría. Sus donaciones mantenían diversas fundaciones, escuelas y museos. Pero era un hombre con doble vida ¿Sabe? Este hombre era un mercader de armas y estaba vinculado al contrabando de influencias tanto con los americanos como con medio oriente._
_O sea que sospechamos un ajuste de cuentas... _Concluí.
_ No, Vidermann era un intocable. Siempre mantuvo un delicado equilibrio con todos sus "clientes" y creemos que nadie sabía lo suficiente acerca de él, como para tener que... eliminarlo._ dijo, reclinándose en su silla.
_ Pero Vidermann fue... eliminado._
_ Eso no es más que un detalle, lo que es extraño es la manera en que fue asesinado... _
_ Sospechamos que es justamente eso lo que interesó tanto a la Interpol, puesto que llamaron al gobierno antes incluso de que nosotros escribiéramos el reporte._ aclaró Domínguez.
_ Yo mismo me enteré antes de que ustedes... _
_ No quiera pasarse de listo, López... Mucha gente supo que Vidermann estaba muerto. Todos, incluidos usted y su fotógrafo fueron convencidos de callar. Sólo nosotros, el empleado que lo encontró, el forense y ustedes dos sabían el modo en que fue asesinado. _
_Vigilamos que ninguno llamara a nadie. Nadie llamo a la Interpol._
_¿Qué es exactamente lo que quieren que haga? _
_Investigue lo que pueda, tanto como pueda. Cuando tenga sus conclusiones contáctenos.
¿Sabe usted?, hay algo que no es natural en la muerte del señor Vidermann... _


Dos días después estaba yo trabajando en la redacción cuando me llegó el informe de que había habido un tiroteo en pleno centro de la ciudad y que varios policías estaban heridos, no sé por qué, pero tuve la certeza de que Calvo y Domínguez estaban muertos.
No tardé más de cinco minutos en recibir la confirmación doble a mi premonición, tanto por teletipo como por Internet, así como esa tarde cayó un avión al Atlántico: También los dos agentes de Interpol, (yo lo sabía) habían muerto.

Por mera curiosidad, comencé a investigar, solo. Escondí la carpeta fotocopiada en un doble fondo en el placard, pero varios meses después abandoné: No había sospechoso, ni pruebas, ni una investigación oficial.
Dejé más o menos al mismo tiempo el periodismo gráfico, para dedicarme a la radio, en un programa nocturno. Tuvo quizás mucho que ver en mi decisión el que existe cierta magia en el aire, en la radio, que los tiempos del diario no me daban...

Una noche sin luna, los temas propuestos para hablar con el público eran el horror y el infierno, y un oyente desconocido, llamó para leer un poema del demente árabe Abdul Alhazred, que aparecía en el abominable Necronomicon. Hacía referencia a los hombres justos que sostienen el universo sin saberlo, sin imaginarlo siquiera, y cómo son perseguidos por los otros hombres, para hacerlos vivir un infierno. Recordé en una súbita ráfaga de pensamiento a Jacobo Vidermann, sin saber bien por qué. Recordé nítidamente su cara muerta transformada en aterrorizada máscara.
Al terminar la jornada, me acerqué, caminando, a la vieja casona Vidermann, ahora Museo de Artes Plásticas Metropolitano J. Vidermann. Me paré en la esquina. Mirando la entrada principal, la de calle Olmos.
_Al fin nos vemos _ dijo una voz a mis espaldas.
Me sobresalté. Me di vuelta y vi al viejo, apoyado en su bastón. Sus ojos muertos fijos en mí.
_Hace mucho que te espero Mario._ Me dijo.
_ ¿Cómo sabe mi nombre? _
_ Sé muchas cosas de ti, hombre_ tenía una expresión entre pícara y maligna
Me ha dicho también que me espera ¿Se puede saber por qué? _ Pregunté. Enojado porque un viejo decrépito me hubiera dado tal susto.
_Se puede_ me contestó._ Pero no esta noche, no ahora. Mañana. Café de la paz. Dieciséis horas... Sé puntual, Mario._
_La impuntualidad es una falta de respeto_ Pensé.

El viejo ciego, se alejaba lentamente calle abajo, por Olmos. No lo seguí. Lo vi perderse en el parque.

A las cuatro de la tarde, estuve puntualmente en el Café de la Paz.
Ese era, ciertamente, un curioso lugar. Había sido botica en el siglo XIX, luego se convirtió en cafetín en el siglo XX. Y aún ahora, al comenzar el siglo XXI, todavía conservaba esa atmósfera de antigüedad, que le da el hecho de estar construido en madera.
Estantes enormes, pequeños cajones, puertas de vidrio y espejos, escaleras, pasadizos laberínticos hacia atrás, enmarcaban el salón. Cientos de mesas de caoba, mesas de muchos años donde la literatura del país creció, sillas de madera, con encordado de mimbre que habrán conocido a tantos culos famosos, aquí y allá cientos de personas, viviendo en esa atmósfera. Luces eléctricas en las arañas que otrora fueran candelabros, iluminaban casi todo el salón. Al fondo, lejos de la charla y los televisores, en una esquina del laberíntico, babélico salón, apartado de la luz, en la penumbra, me esperaba, sentado, el viejo.
_ Buenas tardes, señor... _ dije inclinándome hacia delante y estirando mi mano...
_ Bohr, Lewis Bohr... _ Obviamente, el ciego no la estrechó.
_ Buenas tardes señor Bohr, entonces._ dije, mirando mi mano, y sintiéndome algo estúpido...
_ Buenas tardes, Mario. _Rió el viejo. Una risa corta, seca.
_ No sé que estoy haciendo acá._ dije, mirando fijamente a ese hombre que me hablaba desde la penumbra.
_ Estas buscando respuestas hijo _ contestó, con voz desapasionada.
_ ¿Respuestas a qué? _ Pregunté, perdiendo la paciencia.
_ A tu existencia... _ Otra risa seca y corta.
_ Dejemos los enigmas de lado y vayamos al grano, Mr. Bohr... _
_ Ah, la impaciencia furiosa de la juventud... _ Parecía como si pudiera verme, salvo por los grandes y opacos ojos blancos _... Quieren respuestas y las quieren ya. Lo mismo da la certeza que la inexactitud. Es la verdad ahora ¡y después la negra Kerr! _
Me levanté, buscando con la mirada la puerta.
_ Mirá, Mario, vos buscás respuestas que yo te puedo dar ¿Quién mató a Vidermann?, por ejemplo... _
Me volví a sentar.
_O, ¿quién mató a Calvo y Domínguez? ¿Porqué? ¿Cómo? _
Un gran asombro surgió en mi interior, pero sé que a veces es mejor ocultarlo, y tratar de averiguar quien es el que nos habla...
_Así que usted a quien no conozco sabe más de mis dudas que yo mismo... _
Lo miré desconfiado, era el hombre frente a mí un ser indefenso, ciego, anciano, esmirriado y rengo por añadidura...
_Sí, Mario López, sé... ¿Recuerdas la escena del crimen? ¿Recuerdas el charco de sangre? ¿Recuerdas, Mario, la casona? ¿Las pinturas? _
Parecía estar desvariando: la ciega mirada hacia arriba, ambas manos sosteniendo el bastón, como recordando... La sonrisa, enigmática, soberbia...
_Esas, sí, las pinturas, son la respuesta que buscas... _ dijo, sin perder la sonrisa.
Se hizo un prolongado silencio. Luego, no supe qué contestar.
El anciano se levantó, dejando unas monedas en la mesita...
_Buena suerte Mario_ me dijo, y se marchó.
Me pedí un café y no salí hasta después de un buen rato...

Esa misma tarde me encontré con Jorge, mi fotógrafo de antaño, le pregunté como al pasar, si conservaba las fotografías del asesinato. Me contestó que así era, y pasamos la tarde revisando minuciosamente todo sin encontrar nada nuevo.
Me comentó, mientras tomábamos un café, que estaba leyendo libros del siglo pasado de un antiguo ensayista, poeta, cuentista. Me dijo algo de unos tales Wufniks, pero no le presté atención, se me hacía tarde. Así que apuré el último sorbo de café y salí hacia el museo...
Miré el reloj y me di cuenta de que estaba cerca del horario de clausura. Corrí por calle Vidal, hasta llegar a la esquina de Olmos, pagué la entrada, y entré, jadeante y transpirando... cinco minutos antes del cierre.
Me dirigí por el pasillo, oscuro y desierto, hacia la habitación del asesinato. No había nada, salvo múltiples pinturas de altísimo valor, salvaguardadas por cristales de triple espesor y vacío. Había obras de Monet, Picasso, Gauguin, Portinari, Xul Solar, Da Vinci, cacofónica colección por cierto, pero nada de eso me interesaba. Alcancé a escuchar entonces el sonido de las puertas del museo que se cerraban...

Corrí hacia el pasillo temiendo quedar encerrado y entonces lo noté...
Las pinturas del pasillo... Sus miradas...
Me miraban, los treinta y seis pares de ojos de las treinta y seis pinturas, acusándome de estar muy cerca de la verdad... Y reconocí con horror, paisajes espantosos, de mis peores pesadillas... Y en el costado, detrás de la cortina una inscripción que coronaba el horror "Lamed Wufniks" decía... y treinta y cinco rostros desconocidos, sí, con horror me miraban y otro, conocido me miraba y sonreía ¡y reía!, con risa corta y seca...

Jorge, aparta la cámara y enjuga una lágrima, se acuclilla y deposita una flor en una lápida, mientras dice en voz baja... Nuestro pobre individualismo, donde nos llevará... pobre Marito, pobre...

Ese mismo día en un recuadro en primera plana aparece escrito:
...En un día triste para el periodismo, ha fallecido de paro cardíaco, Mario López. López, eximio periodista, fue antes que nada un hombre justo, capaz de sostener el mundo sobre sus hombros, nos ha dejado con 36 años...

Los dedos de Lewis Bohr cierran el diario. El viejo mira a Jorge, calza cuarenta, piensa. Recuerda entonces que es ciego y que no le está permitido ver, _ el secreto está a salvo _ susurra, y se sumerge nuevamente en la oscuridad...

Texto agregado el 30-07-2004, y leído por 572 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
05-06-2005 Diferente a los que te he leído. Muy bueno. Llevas bien la narración, mantienes el suspenso. No parece un cuento tuyo, es compleamente diferente, aunque mantienes esa habilidad tuya para narrar. De dónde te inspiraste para escribir este relato. Saludos!!! TheWillow
28-04-2005 carajooo me atrapaste.. oye dime donde comienza toda esta historia. Me recordaste un poco a el libro El código da Vinci y a la serie televisiva que se emite en mi pais que se titula C.S.I. Miami... me ha encantado... un susurro* susurros
13-04-2005 Como ya le he dicho, esa actitud del inspector havia un simple periodista resulta poco creible!!!! Es un inspector!!!!! El resultado ademas de la incredulidad es una antipatia por el dicho periodista. Su explicacion del pasaje a la radio carece de todo interés. Que todos sepan Ya que el asesino calza 40 no se justifica. Bueno, este sin duda tiene muchos defectos! moniquita
12-04-2005 La descripción es buena, de fácil lectura, te llama a seguir leyéndolo pero el final es decepcionante, me da la impresión que te cansante del cuento y lo terminaste como pudiste. alcestes
01-04-2005 Su capacidad descriptiva es excelente, me recordó al inicio la forma de escribir, también por el género a Eduardo Mendoza. Dudo de que no era tampoco viejo, sino era ciego. Me atrapó, lo reconozco. Aunque después de leer el anterior, pensé que la hsitoria iba de extraterrestres reptilianos y que mudaban, y eso fué lo que le pasó realmente a Vidermann. Olvide este comentario, no tienen sentido. Mis felicitaciones iolanthe
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