María era una hermosa niña de 7 años que disfrutaba pasar el tiempo en su escuela al lado de sus compañeros y maestras, se le veía siempre saltar y correr, cantando canciones y regalando sonrisas. Sin embargo, últimamente María se mantenía muy triste, el motivo de su pena era Juan, un niño nuevo que había llegado hacía poco a la escuela y que le gustaba mucho, más que los paseos en triciclo y las tortas de mamá. María intento en varias ocasiones charlar con Juan, pero él era muy serio y siempre la ignoraba. Todos los días durante el recreo, María iba hasta donde él estaba con un juguete diferente para invitarlo a jugar, pero él se quedaba ahí sentado, con la mirada perdida y sin decir una sola palabra, como si algún roedor inoportuno se hubiera dado un festín con su lengua.
Un día, en un momento de atrevimiento y osadía, e impulsada por la desesperación que le producía su amor por Juan y la indiferencia que este tenía con ella, tomo una hoja, un lápiz, y con la mano temblorosa, pero con letra clara como la que le había enseñado la maestra escribió:
Juan, tú me has robado el corazón.
Firma: María.
Con la respiración agitada, y no muy segura de lo que iba a hacer, doblo la hoja y la metió en la maleta de Juan, fácil de diferenciar de las demás por el ABC que tenía en la parte de adelante. No obstante, se arrepintió en el momento mismo en que lo vio entrar al salón, quiso tomar la carta y romperla en mil pedazos pero ya era muy tarde, Juan había tomado su maleta y se había ido. Durante los días siguientes se escondió de Juan, evitaba estar cerca de él, o que él la viera. En clase se sentaba en el asiento del rincón y procuraba pasar desapercibida para no llamar su atención. La sola idea de saber que Juan estaba al corriente de sus sentimientos le daba un escalofrió y un dolor de panza, diferente a cuando le daba hambre o quería ir al baño, era más bien como mariposas rosadas con puntitos amarillos revoloteando en su barriga, y solo se le pasaba hasta después de mucho rato.
Una mañana, María se despertó cansada de estarse escondiendo y decidió armarse de valor e ir a hablar con él durante el recreo. Al encontrar a Juan sentando donde siempre, cerró los ojos por un instante, abrió la boca, respiro profundo y camino con un paso más que evidentemente decidido, dirigiéndose directamente hacia Juan, al llegar a su lado se coloco sus manos en la cintura, frunció el ceño y le pregunto con voz muy seria que qué pensaba acerca de la carta. Sin embargo, lo único que consiguió a pesar de su valentía, fue que Juan la ignorara como en todas las ocasiones pasadas. Después de ese día María quedo desecha, lloraba todos los días, no quería ir a la escuela, y las canciones y carcajadas que antes daban vida al patio no se volvieron a escuchar.
Un día, después de una noche en vela acompañada de lágrimas por la inexplicable actitud de su único amor, María se fue para uno de los corredores más solitarios de la escuela, se acostó en el piso y apoyo su cabeza sobre la lonchera, con la intención de dormirse y la esperanza de que al despertar se diera cuenta que todo había sido un mal sueño, y que Juan jamás había llegado a su vida. Pero María nunca más despertó. Fue encontrada horas más tarde por una maestra. Tenía unas tijeras enterradas en el pecho y al lado una hoja doblada que decía:
María, tú eres una mentirosa, pues yo no soy ningún ladrón como tú dices, en ningún momento he tomado tu corazón, el está ahí, en tu pecho, y si no me quieres creer puedes mirar en cuanto te despiertes.
Firma: Juan Autista.
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