PECATA MINUTA

¡Saben? Ustedes dos me son tan necesarias, desde todo eso que me ayudan (a su manera) y que me guían hasta todo eso que uno no pide, es decir los chismes familiares, los resentimientos, los enojos y las sutiles, las reconciliaciones que los Estrada tenemos por mala costumbre con toques de indiferencia. En realidad, las admiro mucho desde hace un gran lapso de tiempo, a veces he llegado a creer que desde antes de nacer, que por eso nací en la casa azul para estar cerca de ustedes, para tatuarme su sonrisa y hacer mi propia filosofía de la vida a través de la suya.

Sé, y bien que sé, que hay días, que hay momentos que me resultan insoportables y… también sé que hasta en eso, hay días que soy bien correspondida, pero pecata minuta; si acaso sus ojos destellan el brillo del llanto, si su sonrisa no encuentra excusa, si los días les pintan sin sentido para que odie el motivo de su tristeza y en un acto de incongruencia, yo me refugie en sus brazos, las quiero son mis afroditas, mis princesas de pies firmes, son las otras que tantas veces desconozco en cualquier día, en cualquier sitio, las actitudes extrañas o las tan previsibles amorosas, son mis hermanas. Sí ellas que tejen, que trabajan, que lloran de noche, que salvan a sus hijas, y de vez en vez a su madre, que gritan, que avientan las llaves por los balcones, que sonríen sus desamores, que tejen sus complicidades, que sostienen a nuestro padre, que lloran sobre hombros, que se dicen débiles mientras sobreviven lo inesperado.

Vamos a detestarnos de vez en cuando sin dejar de amarnos.