Capítulo 1: “Sombras Negras”.
Iniciaba marzo de 2012, el verano había acabado. Aún entre que melancólica y nostálgica, sin contar que un tanto muerta de sueño, estaba Esperanza. Sentada en una de las mesas que tanto abundaban en la sala de clases comenzó a tocar la flauta mirando perdidamente los negros nubarrones que avanzaban a Talca desde la lejana costa. La melodía de “New Divide” suavizó una y otra vez sus coléricos pensamientos, pero por más que mirase a la lejanía no podía deshacerse de la furia que la apresaba dentro de sí misma.
Esperanza acababa de cumplir 13 años y con esa edad la gente suele comenzar a cuestionarse todo, desde los orígenes hasta… todo… Y ella a raíz del incidente de la energía en las manos, que por cierto se había reiterado hasta aquel día, comenzaba a pensar que quizás era más única de lo que creía…
Siempre había sido soñadora, de hecho su mayor sueño era ser médico para poder especializarse en pediatría y tocar la flauta, lo que más le apasionaba, ante los niños que estaban en el hospital. La verdad, francamente, a ella no le faltaban ni talento ni ganas para ser la mejor flautista de la historia universal de la música, pero para ser la mejor se necesitaba algo de lo que ella carecía enormemente: dinero. Así que, para lidiar con sus problemas monetarios, a lo único que podía aspirar y que fuese más o menos decente era a ser médico, mal que le pesara. Y así, debió dejar para un segundo lugar su sueño mayor y enfocarse en la realidad que no podía despegar de sus talones por mucho que lo desease…
Siguió practicando, esa misma tarde tenía que ir al Paseo Peatonal a tocar y no quería que le dieran unos miserables quinientos pesos y nada más.
Su furia se debía a que los episodios de energía se repetían una y otra vez, pero eso no determinaba legalmente que ella fuese diferente, que perteneciese a un linaje mágico ni que tuviese alguna respuesta que determinase su excepcionalismo. Sentía energía en las manos y nada más, algo que a cualquiera de los presentes les podía pasar y no por eso deberían dejar de oír los retos de sus padres ni de tolerar la escuela.
Por la puerta del salón ingreso Rosario, su mejor amiga, pero pasó desapercibida tanto como para los ojos de Esperanza como para los de toda la clase, por supuesto que se sintió aliviada, algo que la flautista no hubiese tolerado en absoluto. Caminó hasta el fondo de la sala cuidándose de las miradas ocasionales que sus compañeros le dedicaban sólo para hacer burlas sobre su fealdad. En el último banco estaba su amiga y cuando concluyó la introducción del tema de la banda Linkin Park, principió a cantar. Miró antes hacia todas direcciones antes de entonar la melodía, pero felizmente no había nadie que le mirase. Su bello tono de voz distaba demasiado de lo fea que era.
Esperanza le dirigió una mirada cómplice antes de quitarse el mechón rebelde de cabellera negra azabache que caía sobre su trigueña y amplia frente obstaculizando el paso hacia sus hermosos ojos ambarinos. Luego siguió maniobrando el instrumento con sus dedos largos y delgados que tanta envidia causaban en Rosario.
-¡Silencio!
Ese grito resonó en la sala de punta a punta, de pe a pa, de un cabo a otro. La profesora, una vieja de graciosilla gordura y diminuta estatura, había ingresado en el salón sin que ninguno de los más de cuarenta bulliciosos alumnos percatase su arrogante presencia.
La flauta de Esperanza sonó como si algo se estuviese desinflando y Rosario quedó con la boca entreabierta lo que causó más ruido provocado por las risas de sus compañeros. Antes que las cosas se pusiesen peores, “La Flautista” indicó con un movimiento desentendido de su mano a Ross que se girasen, quedando enfrentadas al risueño tumulto y a la furiosa y diminuta mirada de la maestra.
-¡Esperanza Rodríguez! ¿Cuántas veces le he dicho que no toque la flauta antes de mi llegada, en horas de clases y en los recreos? ¡¿No ves, niña tonta, que así perdemos valiosísimos segundos de clases?! ¡Entrégame esa flauta! ¡Ahora!-ordenó la profesora ante la estupefacta mirada de sus alumnos, con ese silencio se podía oír hasta la caída de un alfiler.
-No lo haré-fue la cortante respuesta de la niña, tenía un plan y sabía que no fallaría.
FLASHBACK.
-Si vuelves a traerme este año otra anotación negativa, otro 6.9 u otra carta de la profesora en la libreta de comunicaciones te mandaré a vivir con Antonia-.
Dijo la madre cerrando la puerta con una fuerza desusada en una mujer relativamente delgada y de rasgos finos.
-Entonces que así sea, madre…-dijo Esperanza en un tono de voz prudencial.
Sabía que las mentadas cosas no serían difíciles de conseguir dado su carácter justiciero y que vivir con Antonia era lo que más deseaba, su hermana sí que era buena, dulce, agradable y tenía una casa, junto con una profesión, envidiables. Los días en esa mugrienta casa del Gobierno estaban contados…
Hubiese deseado celebrar como nunca, pero aún había que hacer el aguante en ese pedazo de tierra dejado de la mano de Dios.
FIN DEL FLASHBACK.
-¿Qué dijiste, Rodríguez?-musitó la profesora sorprendida ante el hecho de que una alumna le opusiese resistencia, cosa que era muy poco común, excepto por las rencillas con Esperanza, claro está, y con la fashionista del curso, que, gracias a Dios, estaba ausente esa jornada.
-Que no le entregaré mi flauta, es mi bien más preciado y me lo pida quien lo pida, no se lo daré, ¿me entiende usted?-dijo sonriendo de forma presuntuosa.
-¡Tu libreta, rápido!-masculló la profesora completamente indignada.
-Eso sí puedo pasárselo y con mucho gusto, descendencia del diablo-replicó Esperanza completamente mordaz.
La muchacha, tarareando “A Pirate’s Life For Me”, extrajo el mentado libraco de su morral y lo dejó en la mesa de la profesora, mientras que Rosario murmuraba “¿En qué líos te metiste ahora, Espe?”. La actitud de su amiga no paraba de escandalizarla y no quería ni oír el castigo que recibiría de su madre, aunque era un regalo del cual ni idea tenía.
-Ahora sí, buenos días, niños-dijo la maestra al ver que la adolescente regresaba a su puesto.
-Buenos días, profesora-dijeron los chicos en un tono indefinible, de hecho las palabras eran irreconocibles, así que la profesora les hizo repetir una y otra vez lo dicho hasta que se les escuchó medio y claro.
-Tomen asiento y abran los libros en la página 101-dijo.
-Profesora, no nos han entregado aún los libros de ciencias, de hecho ningún libro ha caído en mis manos y llegué temprano, ¿me entiende usted?-dijo Esperanza, secundada por sus flojos compañeros.
-Muy cierto. Miguel, ve a la sala de profesores y saca los libros que tu exigente compañera precisa, no tardes-dijo la profesora.
El mencionado chico se levantó de su asiento y mascullando groserías y juramentos en contra de la muchacha abrió la puerta y fue rumbo al mencionado lugar.
Al rato llegaron los libros y los alumnos, de mala gana, comenzaron a desarrollar lo ordenado por su autoritaria, exigente y malcriada profesora. En cambio, Esperanza permaneció con el libro abierto en una página que ni siquiera se acercaba al 50 y mirando al vacío.
-Espe, hace la tarea, no creo que quieras una nueva anotación-.
-¿Qué sabes tú?-.
-Espe, tu mamá te retaría, te pegaría. Lo digo por tu bien. No sé qué es lo que haya pasado este verano, pero no me gusta nada tu actitud-.
Esperanza ni siquiera se volteó a ver a su amiga, pero sus ojos echaron llamas.
-¡Hay no! ¡Espe, perdón, perdón! No debí haber dicho eso. Mira esto-pidió y se puso a hacer caras.
Siguió tratando de sacar a su mejor amiga de aquel mutismo tan cruel, pero al cabo de un rato sintió vergüenza de sí misma por hacer semejante estupidez con más gente en la sala, así que se detuvo abruptamente e inició a hacer la tarea, lo último que quería era que la castigasen por no trabajar en la clase.
-¡Silencio! ¡Qué nadie se mueva!-bramó un hombre de unos treinta y cinco años parado desde el umbral de la puerta.
Acto seguido penetraron en la sala otros cuatro hombres y una mujer, vestidos completamente de negro y portando metralletas, las cuales comenzaron a disparar compulsivamente. Todos en el salón iniciaron a gritar sin parar ni tratar de esconder su temor, su pánico, su terror, su miedo. La profesora corrió hasta el fondo de la sala a los trompicones y un niño se escondió bajo la mesa, entre otras muy variadas reacciones.
Esperanza se giró en cosa de nada, encontrándose con la asombrada y expectante mirada de Rosario, para luego dirigir sus ojos a la escena que acontecía en el salón. Así pasó un buen rato. Ella y su amiga hicieron pequeñas trampas para que los asaltantes no asesinasen a nadie, pero aún así estaban muy asombradas por aquella osadía y deseaban ver en qué puerto se detenía todo.
De repente la mujer se detuvo al lado de Esperanza sin que ésta lo notase, sacó un folio de su parka, que por lo viejo se notaba que era de la época medieval. Estaba completamente quemado, arrugado y envejecido, sin contar que lo ataba una primorosa cinta rojo pasión. La hermosa dama desató la tela y extendió la hoja.
-¡Ella es!-dijo señalándola con ojos ambiciosos y triunfantes.
La muchacha no tuvo tiempo de reaccionar, dos hombres, los más fortachones del grupo la tomaron en vilo, frente a una pasmada Rosario y la sacaron de la sala, cerrando la procesión el líder del grupo, la mujer y los otros dos hombres restantes. La profesora sonrió complacida, una vida sin esa chica era mejor de lo que se podía esperar…
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