Los años van domesticando las ansias, aquietan los ánimos, hacen parecer pueriles, infantiles, las chispeantes ideas de los locos. Respira de modo profundo, mira irritado el hombre maduro a aquel que se burla del aire grave de la seriedad. El psicótico acuna en sus comisuras, colgando de la sonrisa, la magia de la verdad. Es molesta a los oídos de las gentes importantes la verdad que resuena en el grotesco mundo del loco...
Nada en "la realidad" es cierto. El universo del loco es tan válido como el del cuerdo. Y tanto más válido es, cuanto más libre es, aún prisionero de la locura, en sí mismo.
Es que, tanta mentira anida en la cordura, tanta libertad domesticada, prisionera de la "realidad", tantos grises cuerdos viven en el universo...
¡Cuán grises se ponen, año tras año, las felices criaturas devenidas en hombres de grave rostro! Aprietan los puños, agachan las cabezas, van dejando que lo externo sea lo importante. O, aún peor, lo único.
La juvenil furia se va aplacando, sólo queda la cordura y las obligaciones para con todos los demás...
Y al mirar atrás, recuerda el hombre cuerdo que en el pasado tomó una decisión, y quizás la note en la punta de la lengua, pero sin poder decir cuál fue...
* * * *
El reloj despertador suena, como siempre, a las seis de la mañana. Comienzo con el ritual habitual de desperezarme, abriendo un solo ojo. Dormido aún, apoyo mi pie derecho sobre el frío y húmedo piso de mi cuarto. Afeitarme, tomar un café y el magro desayuno de una tostada, ducha, vestirse y colectivo se suceden en instantes.
A mitad de camino hacia el hospital psiquiátrico donde trabajo, recuerdo, sin saber por qué, el vacío nido en la ventana de mi cuarto. Solía escuchar por horas el cantar de ruiseñores, tiempo atrás...
Me detengo a observar a mis compañeros de autobús... Las caras de los pasajeros son serias, solemnes, grises y familiares. Grises y familiares como el cielo otoñal que está por sobre mí. Gris y familiar también es la fachada del hospital, tan monolítico como suelen ser los hospitales de mí país. Aquí, allá, baldosas sueltas, paredes descascaradas, cucarachas y humedad.
En la oficina, como siempre, las carpetas de historias clínicas están desparramadas al azar sobre la mesa central. Cada una de ellas, la historia de alguien, narrando bizarras ocurrencias de oligofrenia, adicciones o locura, repasadas en mi mente cientos de veces.
Creo que es por eso que una mano desde arriba dejó ante mis ojos miopes la carpeta de historia clínica de un esquizofrénico, paciente crónico del pabellón, que jamás había notado antes. Recuerdo que era atendido por un colega que renunciara un mes atrás.
Pregunto por él a una de las médicas que trabajan conmigo. Me comenta que a su "humilde" entender, ese paciente, sufrió el habitual problema de haber sido tratado en apretada sucesión por siete profesionales y que por eso era tan mala su evolución. Muchas manos en el plato... pienso.
Decido convencido tomar a mi cargo tan severo caso. El vano orgullo que late en mi corazón acepta gustoso el desafío.
Como es usual, asigno a un enfermero la tarea de traerlo a mi consultorio, _Sí, cómo no, doctor_ me dice, como siempre. Puteándome para sus adentros, como siempre.
El consultorio lleva dos días sin ventilar. Abro de par en par sus viejas ventanas, que se quejan, en agudo chillido... Entra el aire en torbellino y la pálida luz de la mañana.
Mientras espero por el paciente, jugueteo con un sombrero olvidado por el que renunció. Lo coloco sobre mi cabeza, con el pensamiento mágico de que quizás algún conocimiento extra por ósmosis me sería brindado.
Desde el patio que domina mi ventana, llegan voces de los internos. Rodean a Melquíades, "el místico", como todos lo conocemos por aquí.
Cantaba, a su silencioso auditorio, con grave voz. Cantaba, sí, retazos de su anterior vida de bibliotecario, cortada por una esquizofrenia, como de raíz:
¿Qué es lo que esperas,
al venir aquí?
¿Quién eres realmente,
lo sabes tú?
Dónde termina la búsqueda,
no sabes aún
¿Qué estás buscando,
entre los demás?
Es todo misterio,
a tu alrededor
¿Quién es tu amigo?
¿Quién tu entregador?
¡Cuánto sabes hoy!,
¡cuánto te falta saber!
Abre los ojos,
mira alrededor
¿Sabes bien,
quién eres tú?
Me quito el sombrero, pues Melquíades me apunta con el dedo al terminar su perorata. Quizás sea el sombrero, que transmite pensamientos...
Sonrío pensando en eso cuando llega mi paciente, tan locuaz que me es difícil preguntarle nada...
* * * *
_Me llamo León, León de Perigueux_ Me dijo, mirando hacia mi sombrero. Vestía ropas de extraños colores y su blazer mal abrochado daba la certeza de los locos...
_Soy loco por elección y porque, la verdad, doctor, no me queda otra_ dice sonriente mientras me guiña el ojo... _ Estoy acá internado desde hace seis años y hace dos semanas que no desvarío... _
(Le dije que mejor, y se enojó) _ ¡Para ustedes los cuerdos lo más fácil de entender es siempre lo más difícil de entender!. Se rió y me miró con ojos astutos, grandes y que brillaban con pasión.
_ Ocurre que así, con los ojos de la cordura, veo esta pecera, que me aplasta, donde estoy encerrado, doctor. Y recuerdo que he sido rey, emperador, Presidente de la Nación, niño rico y amante de muchas mujeres. Y en cambio ahora, en esta realidad, soy sólo un loco, o algo peor. Sabrá Ud. doctor que yo era médico también. Y no era un buen médico, era simplemente el mejor...
Al terminar la entrevista busqué afiebradamente su historia clínica, revolviendo en el caos de carpetas hasta encontrar la correcta. Con mis dedos transformados en garras desmenucé todos los acontecimientos en ella volcados...
Y juro que todo lo que ese loco me contó era cierto. Es por eso que estoy ahora, trasnochado e insomne en mi habitación, pues retumba en mi mente la última cosa que me dijo antes de volver al pabellón.
Escucho esa pregunta, una y otra vez...
Intento contestar pero sólo escucho las mentes de aquellos que leen en mi mente, pobres locos, a su vez, creyendo leer en una hoja de papel...
Retumba en mi cerebro-papel esa voz: finita, temblorosa, sincera voz de loco, emitida mientras se llevaba, medio escondido, un sombrero con la mano izquierda:
_¿Cuándo fue la última vez que escuchó el canto de los pajaritos, doctor? _
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