Erase una vez un hombre solo y gris que se encontraba viviendo en una isla solitaria en el medio del mar, sin más compañía que las olas, los árboles y algunos vecinos que de lejos lo saludaban. Tenía una rutina que era que todos los días se iba a la mar con su lancha y sacaba cuanta centolla podía desde el fondo del mar, para llevarla al continente y venderlas al por mayor, solo algunas centollas se salvaban, las mas pequeñas, porque tenían las pinzas muy pequeñas para ser comidas, así que era preferible echarlas al mar y recapturarlas cuando estuvieran ya a punto de ser servidas como manjar. Seguramente no todas serían recapturadas, porque muchas se alejarían de la costa, pero como ellas no piensan, no faltarían las incautas que prefieren quedarse más a la orilla porque encuentran más alimento en la zona.
Este pescador casi no hablaba con nadie, se lo pasaba encerrado en su choza escribiendo ideas que mantenía en su cabeza, y las proyectaba al papel para no volverse loco por la soledad. La idea de tener amigos le molestaba, ya que no creía en el ser humano, ni menos en aquellos que aparentaban ser mas amistosos que los introvertidos.
Un día llegó a la isla una mujer que no poseía mas talento que el de ser amistosa y tener como designio que todos somos componentes de una cadena, y que todos unidos la formábamos. Intentó unir al pueblo para que trabajasen en conjunto. Aunque la isla era tierra de hombre machistas, algunos le siguieron la idea y en poco tiempo la gente de la isla estaba en completa unión y armonía.
Ella trató de acercarse a aquel pescador, al principio pudo, pero el se fue alejando de a poco y al final todo se hizo mas lejano, colocando el pescador un muro de ladrillos entre ellos. Ella se dio por vencida, así fue como lo ignoró y trató de trabajar con el resto de los isleños, mientras el miraba de lejos. Cierto día llegó a la isla una joven mujer, muy parecida a la anterior, pero esta era joven y mucho más bella. El joven pescador quedó atrapado en su belleza y juntos emprendieron una vida juntos, el pescador ya no estaba solo y gris, tenía una pareja que tenía un muy buen carácter, era bella y que además poseía la paciencia de soportar el genio que a veces afloraba de su carácter.
El miraba desde lejos a la mujer que unía al pueblo isleño, sentía curiosidad por saber quién era y que era lo que estaba haciendo. Muchas veces la encontró loca, desbordante como el rio, pero buena persona, pero el no la toleraba, para el la mujer era simplemente insoportable, altanera y narcisista. ¿Cómo podía el juzgar a alguien sin conocerla?, pero sin embargo sabía que el día que ella dejara la isla, todo volvería a ser aburrido, porque ya no tendría de quien hablar con su pareja, sería aburrido, no saber qué cosas estaría haciendo ella. Si ella se fuera, _pensaba él, _sería muy aburrido.
Cierto día iba caminando por la playa y encontró un mensaje dentro de una botella lo abrió y decía:
Había una torre gris solitaria en el mar
Tu, te convertiste en la luz de mí lado oscuro
El amor continua,como una droga que es lo máximo y no la píldora
Pero ¿Sabías que cuando no estas
Mis ojos se entristecen
Y la luz que irradias no se puede ver?
Te comparo con un beso de una rosa en el campo
entre más consigo de ti, más extraño se siente el aire
Ahora que tu rosa está floreciendo
Una luz llega a la penumbra en el campo
Hay tanto que un hombre puede decirte
Tanto que puede decir
Sigues siendo mi energía, mi placer mi dolor
para mí, eres como una creciente
Adicción que no se puede negar
¿No me dirás, que es sano?
Una luz llega a la penumbra en el campo
Si, te comparo con un beso de una rosa…
El joven pescador volvió la cabeza hacia la aldea y corrió hacia ella, buscó por todos lados, pero no encontró a la mujer que unía la pueblo, entró a su casa con la cabeza cabizbaja y encontró a su mujer cocinando, se sentó en la mesa con las manos entre la cabeza, y sintió Soledad. Luego vió un jarrón llenos de rosas en la mesa de centro y preguntó que quien las había traído, y su mujer le respondió que era un arbusto que ella había podado fuera y que se había llenado de rosas. Miró a su mujer le dio un gran beso y la abrazó tiernamente, se dio cuenta que no estaba solo, que tenía a alguien que lo quería y que estaba a su lado cuando necesitaba apoyo.
No volvió a sentirse solo nunca más y dormía todas las noches en posición de cucharita con su bella mujer. Sobre las centollas, bueno siguió perdonándole la vida a algunas y a las otras las enviaba al destino de una olla de agua hiviendo.
Fin
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