El banco de la esquina, el balcón de enfrente, la cortada del barrio más sigiloso, la nube más alta, el colectivo más veloz, el pan más caliente, la mano más fácil, la sonrisa más perfecta, el sonido más eterno.
El día gris y egoísta me arrastra hacia abajo, venda los ojos y me impide murmurar. Acostada en la cama, el techo pretende devorarme, las paredes laten cada vez más fuerte y me quieren asfixiar; ya no siento el olor a café de aquellas mañanas, el viento mueve las hojas de los árboles con furia y ellos gritan su verdad, el monumento de la plaza principal quiere hablar, el chico divino y eterno del parque agita con tristeza y resignación su tarrito con tres monedas de veinticinco centavos y mi corazón vale mucho menos.
Esos ojos tan perennes indagan mi alma y no encuentran nada ¿a dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo? ¿Respiro o solo es un sueño? ¿Acaso me lastimaron tanto que ya no siento?
Quizás me sienta tan ultrajada y burlada, quizás mis palabras vivan siempre en el olvido y mis sentidos duerman en el andén más lejano.
Tan certeros estos días, tan dubitativo mi pensamiento, tan lejano algún amor, tan cercano aquel dolor; afuera miro y todo sigue gris, apoyo mis labios y nariz en el vidrio y se me congelan en un instante tan cruel como lo fuiste cuando me dejaste sin darme explicaciones, ni letras, ni abrazos, ni besos ,ni palabras, ni manos, ni silencios, ni miradas, ni espacios, ni risas; la habitación vacía y no dejaste ni un solo momento para que diga que ya no te quiero.
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