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Y si, como decía el filosofo argentino, Facundo Cabral “la muerte me esta siguiendo desde el día en que nací, pero va costarle mucho interrumpir mi vivir”.

Me cuentan que cuando niño, cierto día, mi mamá me dejó al cuidado de mi padre, y en un descuido tome kerosene. Mi papá salió corriendo conmigo en brazos, al verlo pasar, los vecinos se acercaban corriendo y preguntando por lo que acontecía. Conforme iban avanzando se iban uniendo más personas. Algunos gritaban ¡¡se esta muriendo el hijo del compañero Morante!! Mientras mi papá corría al frente de la caravana salvadora y ésta se hacia más grande, tuvieron que turnarse para cargarme, así que un rato, me cargaba el Sr. Chauca, luego Quito el zapatero, “el carpintero” Zapata, Chahuallita, nuevamente mi papá y, algunos que ni conocíamos, pero era tanto el entusiasmo que se unían gentes a la larga lista de héroes, tan enorme, como la distancia de mi casa al hospital. Esa vez me salve. Ja, rió la parca.

En una tarde familiar, nos encontrábamos en el cuarto, mi papá, mi mamá y mi hermano menor, después de jugar y reírnos, fui a encender la lámpara, así que yo en vez de sólo jalar la cuerda para encenderla y dejar que alumbrara la estancia, tomé el foco con una mano y jale el interruptor con la otra. La corriente paso por mi cuerpo tan rápido que quede paralizado y pegado a la lámpara. Nunca supe que me pudo matar aquella vez, si los 220 voltios que paso por mi cuerpo como estampida de rayos o la patada que me dio mi padre para soltarme de la corriente. Salí volando, cruce toda la cama y caí contra la cómoda, que por ironía que parezca no lo es tal. Ja ja rio otra vez.

Antes de que Edward, pasara por mí para ir a pasear por las afueras del barrio, cogí un membrillo de la cocina y de di el alcance. Cruzamos el parque sin rumbo fijo. Mientras conversábamos, y nos reíamos, se acercaron dos chicas que preguntaban una dirección. Con el pedazo de la fruta en la boca y aun sin tragar, les indique el lugar erradamente, y nos reímos de nuestra inofensiva broma. Yo reí de tal forma que el membrillo se me atraganto en la tráquea, di unos pasos y no podía respirar, mire a Edward, le hice señas y tire el resto del membrillo. Seguí caminando tratándole de indicarle que me ahogaba, pero él pensaba que seguía con la broma, y se reía de mí. Me ponía morado, veía pasar toda mi corta vida por delante, pero todos mis recuerdos eran solo viéndome reír. Cruce la vereda y me dirigí a un bar en la esquina. Entre tratando de alcanzar el lavadero para tomar agua, al entrar me detuvo el tendedero que no entendía mis señas, que al parecer eran claras, solo mis dedos en forma de pistola que los movía constantemente llevándomelos a la boca. Al ser menor de edad, o creyéndome loco, el señor del bar me boto, dándome un palmazo en la espada. Sin querer, el golpe hizo que escupiera la bendita fruta, que salió con un “puta mare huevon me estaba ahogando” y mi amigo dejo de reír. Ja ja ja se rio una vez más.

Fui a ver a Lucero en su restaurante un sábado a las 7 pm. Me puse mi camisa recién planchada, un jeans y unos zapatos que me quedaban grandes. Ella era buena haciendo empanadas de pollo, y otras cosas que quería experimentar esa noche, cuando se fueran los parroquianos. Camine por la av. Sáenz Peña, pase el cine Porteño y pensé en las empanadas y solamente eso, aunque cada vez pensaba menos en la empanada y más en solamente eso. Se me desato el zapato haciendo bailar los pasadores y amenazándome con hacerme caer en un descuido. Quise atarlo alzando mi pie en el hidrante que estaba en el frontis del banco Continental, pero mi ansia de llegar rápido me hiso pensar en atarme el zapato sentado en la silla mirándola atendiendo como mesera. Apenas hube de cruzar el umbral de banco, una explosión me hiso casi volar a unos metros del restaurante. Luego del apagón tradicional, le siguió el pánico y el cierra puertas. Esa noche no comí, ni la empanada, ni eso. Regrese a casa espantado y tropecé en la oscuridad al pisar el bendito pasador. Ja ja ja ja otra ves su risa eterna.

El sol me daba directamente a la cara, cuando flotaba en el mar haciéndome (que irónico) el muertito. Estuve unos diez minutos así. De repente, mirando al horizonte, una silueta de un hombre nadando esforzadamente se me acercaba. Mire hacia la playa, y me encontraba como a cincuenta metros de la orilla. Mi calma inicial se convirtió en pavor cuando el salvavidas, me dijo que la corriente me estaba arrastrando. ¿Esta Bien? Me pregunto, si- le conteste-, no sintiéndome seguro de mi respuesta. Y se alejo nadando buscando a más personas. De la quietud de mis pensamientos, pase al pánico de la realidad. Ya no podía nadar. Trataba de avanzar y nada. Mi esfuerzo era minúsculo, ante la inmensidad de mi madre primigenia. Me comencé a hundir. Cerré los ojos solo dejándome llevar. Esa vez nuevamente, pensé en muchas cosas, no en la muerte. Al llegar al fondo y sentir la arena, tome impulso y salí a la superficie con mucho más fuerza, seguí nadando hasta casi caminar. Desde esa vez, no la he vuelto ver reír.

Texto agregado el 09-05-2012, y leído por 122 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-05-2012 ¿No has vuelto a reir? Ni el kerosene ni el agua salada son hilarantes. ¿Has probado la creolina? ¿El aceite de ricino? ¿El aguarrás? ¡Me doy! PAULINA_RUBIO
 
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