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Traigo ante los ojos de ustedes un viejo manuscrito.
Es curioso como llegó a mí.
Me encontraba yo de viaje por una remota región del Asia, buscando un poco de paz y aventura. Si es que ambas cosas pueden ir juntas...
Estábamos a escasa distancia de los Himalayas, cuando los supersticiosos guías nativos nos abandonaron. Con algo de fortuna y no sin pasar muchas penurias encontramos un poblado. Mis compañeros convencieron a un grupo de pobladores locales de llevarnos hasta la ciudad del Dalai Lama.
Por el camino visitamos numerosos sitios y vivimos muchas cosas que en otra ocasión les contaré...

En un templo de la ciudad sagrada conocí a un viejo bibliotecario irlandés. Nunca supe qué brisa del destino lo condujo al Tíbet. El viejo, temiendo morir pronto, me encomendó fervientemente una copia del texto que van ustedes a leer. Eran, esas hojas que copié, su única posesión. Estaba escrito en un inglés correctísimo, y tal cual lo copié. Lo traduje luego lo más fielmente que he podido al castellano.
La caligrafía del viejo no se corresponde con la del texto copiado. Poco más sé de la innoble criatura que lo escribió. Juzgo que todo lo que dice es obra de la locura y la depresión.
La primer parte, escrita en verso, según el anciano me confió, fue hallada entre los dedos muertos del autor.
El texto en sí es oscuro y contradictorio. Quizás es por eso que me gustó. El anciano bibliotecario me pidió que el texto no se perdiera. Cumplo ahora con mi misión.
Juzguen ustedes mismos.
Natdul, Setiembre 11, 2001

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::


"...Llamas, surgen desde el suelo,
arrastra azufre el humo
que acompaña su luz.
Huele mal el fuego.

Y como si presintiera
que es infierno y mierda
_por entender el juego
debajo de la cruz_
el demonio observa y prueba...

No existe salvación
por sobre nuestras testas:
sólo cielos vacíos
(y estrellas) nos miran.

Mas espero aún (y por un tiempo)
que entre el azufroso, humeante
y maloliente fuego
de esta última noche en vela,
con ésta, mi última esquela,
mis propios demonios espante..."




Escribo desde un lugar perdido, a la luz de una vela, la historia de mis días... Narraré sólo lo estrictamente necesario.

Según mis padres me contaron nací en una biblioteca enorme, de galerías hexagonales, con cuatro paredes útiles, con veinte anaqueles, a cinco anaqueles por lado. Mi padre me contó de una escalera espiral que se elevaba hacia el infinito. Soñé una vez, joven aún, con esa biblioteca. O quizás he tropezado con ella en algún libro. La lectura y los sueños son un continuo en mi solitaria vida.

Mi niñez fue feliz, quizás por ser ignorante del mundo adulto. El tiempo parece acelerarse a medida que uno crece. Cuanto más adultos nos volvemos menos momentos felices se nos permite disfrutar. Siempre buscando vaya uno a saber qué cosa mientras las horas se aceleran. Sólo una cosa mala puedo recordar de mi niñez: el aburrimiento.

Inicié mi camino hacia el mundo adulto cuando decidí escapar de él.

Empecé como casi todos los niños por probar el cigarrillo y el alcohol, de pantalón corto aún. Los placeres del baile llegaron algunos años después. Y podría decir que empecé mi vida cuando descubrí a las mujeres.
Aunque para ser franco, debo aclarar que no fui nunca un hombre de suerte con ellas. He recorrido mundo, y he visto especímenes masculinos por los cuales las damas gruñían, volviendo sus cabezas en un enmarañado mar de cabellos, en dirección del macho deseable.
Y a lo largo de mi vida, he pasado muchas noches en perdidos hoteles de ignotas ciudades y he podido escuchar del otro lado de las húmedas paredes a las mujeres gritar de placer disfrutando del erecto miembro de su amante. Y, quizás algún aullido también se escuchaba, volviéndome insomne por esa noche.
Terminé siendo un solitario, me refugié en los libros y el insomnio pasó a ser mi más frecuente compañía.

Pero no me malinterpreten, no fue la soledad lo que me convirtió en la abominable criatura que soy ahora.

En algún momento de mi vida, tenía esperanza. Descubrí con sorpresa que podía compensar mi poco atractivo físico mostrando una contradictoria apariencia de hombre duro diurno y vestido con la de tierno y apasionado amante nocturno y desnudo. La prensa entre mujeres existe y esa fue mi mayor sorpresa.
Me volví una versión humana de araña león, dispuesto a devorar a cualquier incauta que se posara en mi cama.
Fue ese el modo en que extravié mi camino. El modo en que perdieron mis pasos la pureza de mi alma, aún cuando mi futuro de alma perdida quedó sellado ciertamente el mismo día en que me enamoré.

Mi destino de lector estaba matizado por mediocres arranques de escritor. Y guardo en mi mente retazos de párrafos que han ardido tiempo ha. Hasta el día anterior a conocerla, cuando era un buscador, sin saberlo.

"Los amaneceres sucesivos me traen la calma. Una nueva paz surgiendo desde el alma. Toda oscuridad va quedando atrás.
Cosas siniestras del pasado golpean a mi puerta. Vuelven a mí una noche tras otra. Y sigo, como cada noche, aferrado a las sábanas, enterrando la cara en la almohada.
Pero poco a poco se van resignando.
Sigue vacía la mitad de mi cama.
Queda golpeando la puerta, desde la calle, el último de mis terrores.
Amanece...
Sé que el sol me mantendrá con vida durante el día. Pienso caminar las plazas, buscándote.
No tengo prisa, soy ya, un veterano de amaneceres solitarios, duelen menos cada vez.
Eso significa quizás que te encontraré... Y quizás tu llegada haga que ése último miedo desaparezca con el alba."


Ignoro que pensarán de este texto-ceniza de un viejo desconocido. Pero por si aclara vuestro panorama, les aseguro que fue escrito en la taza del inodoro en el water closet de mi residencia. Eso es para mí lo que vale este texto. Quizás debí tirar la cadena ese día, hubiera ahorrado un fósforo, al menos.
Quise sonar profundo, hablar de terrores y pasados siniestros, ¡qué sabría en ese entonces yo de oscuridades y miedos! ¿Qué pasado oscuro tenía? ¡Ninguno!

He dicho que mi perdición llegó el día en que me enamoré. No es ésta la agria conclusión de un viejo cansado, no. Fui feliz con ella, sí. Disfruté del amor. Como la frase hecha dice "toqué el cielo con las manos". Y no fue el amor, si no lo que él trae lo que me hizo lo que soy hoy.

La conocí una lluviosa tarde de Agosto. Suena a un relato que he leído de un pésimo escritor, no recuerdo su nombre, esta mención es baladí.
Pero es la verdad rigurosa que la conocí una lluviosa tarde de Agosto, en los hermosos parques de mi ciudad. Alta, delgada, de largo y negro cabello lacio.
Era su rostro latino, su cuerpo, también. Me miró fijamente a los ojos. Supe que era suyo, en ese mismo instante.
Pero, como es la hipócrita costumbre humana, tuve que cumplir con el ritual habitual del cortejo social. Mirando a través de los años transcurridos veo ahora claramente que me disfracé de cazador, y ella _ como conviene a las convenciones sociales_ de presa.
No me hizo las cosas fáciles. Me desesperé hasta el punto de escribir sensiblerías como esta que milagrosamente, ha sobrevivido a la chimenea del olvido.

"Intento pensar en otras cosas. Camino por la ciudad como un desquiciado. Me golpeo la mandíbula como poseído. Pero no dejo un segundo de pensar en ella. Toda mi vida parece concentrada en una única persona. Intento volcar otras emociones al papel, pero es imposible, todas las horas del día late la emoción de este desgarrado corazón, por ella. Me digo a mí mismo que soy un mamarracho, un desperdicio, que nunca será mía, pero lo único que consigo es sufrir más por su ausencia y seguir pensando en ella.
_ Te enamoraste _ me dicen las voces en mi cabeza. Hablan de ella todo el tiempo, nunca se callan. No puedo escapar.
_ Díselo _, me dicen las otras voces, las de afuera. Como si fuera yo, justamente yo, a tener la más mínima chance. Me conozco bien, sólo soy un perdedor, un pobre loco que sabe que nunca podría quererme, por ser un ángel o un demonio, y yo simplemente, un hombre. "


No sé como pero me convencieron de seguir insistiendo.

Creyéndome original y sutil _ tenía veinticinco años por ese entonces, lo que me disculpa levemente._ busqué cinco cajas planas de caoba oscura, de un tamaño suficiente como para contener un paño de terciopelo y dos rosas cada una. Un amigo me ayudó a forrar de terciopelo el interior de las cajas. Coloqué dos rosas y una tarjeta en la primer caja. Repetí ese ritual a intervalos de una semana exacta otras cuatro veces. Siempre dos rosas, una roja, otra blanca entrecruzadas, con una tarjeta al costado.
Cómo conseguí su dirección es misterio para hombres. Y la certeza de la existencia de una secreta hermandad entre mujeres, básteles a ustedes esta explicación.
No recuerdo bien lo que escribí en las primeras cuatros tarjetas, se pierde en las brumas de mi memoria la última cuarteta,
Recuerdo bien en cambio, la quinta tarjeta, nada sutil que daba a conocer mi identidad, mi número telefónico y mi dirección... Cosa que hubiera horrorizado a mis padres, de haber estado vivos...
Sé ahora que no fueron las vulgares palabras ni las nimias flores más que un decorado.
Ella apareció en mi casa, desarmada. Recuerdo bien la cena, el vino, la charla redundante, temerosa de revelar un interés tan manifiesto, o de producir el rechazo.

Terminamos en la cama.

Que es quizás el lugar donde mayor sangre fría aprendí a tener.

Nada de prisas para mí...

La desnudé lentamente, acariciando apenas con la punta de los dedos su sensible y blanca piel. Tenía siempre la precaución de mantener fresca la habitación, para provocar más fácilmente ese cosquilleo que despiertan el roce de los dedos y el frío. Esa piel de gallina que corta la respiración.
No tuve jamás prisa por el coito. Disfruto mucho de acariciar cada milímetro de la piel, de juguetear con el cabello de mi amante. Besando delicadamente el cuello, detrás de las orejas, de la nuca, respirando suavemente sobre el vello, para que se erice.
Acariciando suavemente los muslos, acariciando desde la cadera a los pies, apenas. Y me fascina, besar esos mismos muslos, lentamente, mientras acaricio las caderas y la cintura de la mujer que estoy amando. Esperando lo suficiente en este juego como para que sea ella la que tome la iniciativa de mezclar nuestras carnes en el ritual húmedo y febril de la lujuria.
Exactamente como hizo ella, transpirada, desnuda, jadeante, esa vez...

Nunca me destaqué como amante, empero, ella se casó conmigo. Y vivimos felices hasta el día en que murió.

El día de su muerte es para mí el más doloroso de todos mis recuerdos: Volvía ella de tomar el té, con unas amigas. No sé qué fatalidad del destino, cuál funesto avatar de la suerte, la separó del grupo, decidiéndola a pasear por el parque oscuro. Fue allí que ocurrió su instante final, pues cuatro hombres la asaltaron y violaron varias veces. Mi amada esposa murió desangrada, con el útero desecho y con ella murió mi heredero.

Cuatro hombres crearon a este que escribe ahora, ese día.
Cuatro hombres que murieron por mis manos.
Me volví un demoníaco Edipo, sus mujeres e improbables hijos murieron por mi espada y por mi ley.
No importa mucho cómo supe que eran cuatro, menos importa cómo descubrí sus nombres, me llevó un corto tiempo descubrir sus hábitos, costumbres, sus parejas...

Recuerdo con dolor el entierro de mi mujer. Recuerdo a un niño lloroso en el funeral contiguo. _ Nunca nos vamos solos _. Se encontraba frente a un árbol frondoso, verde, robusto, con incontables ramas saliendo del tronco. Lo veía así, instantáneo, él no notaba el recorrido de ése árbol inmenso y particular. Tenía ese pequeño huérfano en las manos, un libro de matemáticas, en el interior, geometría. Miraba sin comprender los cubos sobre el papel. Lloraba silenciosamente. Él estaba tan vacío como yo solo.
Sentí entonces por primera vez el impulso que me trajo aquí. Comencé a vagabundear por el universo.
Sabiendo que había tanto que hacer y tan poco tiempo. Con los talones ardiendo, sabiendo que las llamas ya estaban aquí. Sabiendo que el infierno es la inmovilidad...

Entre los hombres que pueblan el mundo unos pocos son de valía. La mayoría somos parodias de seres valiosos. Pero ante nuestros propios ojos nos gusta vernos importantes. Y es mal querido aquél que nos muestra nuestra miseria a la cara. La mayoría de las personas se conforma con la envidia y la frivolidad. Otros elevan la maldad a la categoría de arte. No pertenezco yo, con todos mis defectos, a ninguna de esta clase de hombres. El ansia de venganza consumió mi alma. No me resta culpa el ser producto de la sociedad. Bastante tortura mi ser el recordar la infamia cometida para hacer pagar un dolor.

Busqué, sí, busqué, mi venganza. Descubrí una verdad, la cual al principio intenté evadir. Empecé a frecuentar locales nocturnos, buscando aturdir con sexo barato y alcohol el demonio que estaba naciendo en mí...

Encontré mucho más en la noche. Conocí a criaturas oscuras como yo mismo. Me uní a blasfemos, a heresiarcas. Aprendí más de lo que debía y creé mi propia secta de oscuridad.
El volverme aún más rico de lo que mis padres me heredaron, gracias a ella, fue una circunstancia que ayudó mucho a mis planes...

No intento justificarme pero aprendí una verdad y a la vez una mentira: Ningún conocimiento proviene de la luz, sólo de la oscuridad. Es tan cierto como que todo conocimiento humano asienta en letras negras, oscuras, sobre un fondo blanco.

Y nada, ¡nada! Puede nacer de la inocencia. El poder viene desde la oscuridad, por eso es tan corruptor. Por eso mueren los hombres en su búsqueda. Los límites sociales suelen ser más flexibles para el poderoso.

Nosotros mismos nacemos de la oscuridad y volvemos a ella.
Somos muchos lobos en piel de cordero.
Son muchos más los corderos en piel de lobo. Son nuestro alimento favorito.

Utilicé para mi secta mi residencia de campo. Redecoré el salón principal con alfombras y cortinas persas, en el elevado techo, colgaban arañas eléctricas. Esa fue a partir de entonces la sala de las fiestas. El sótano enorme se transformó en el lugar de las reuniones y en el santuario de los sacrificios. Tomé para mí esclavas y esclavos y usé de ellos para diversión y placer. A mi antojo.

Iniciaba las reuniones de mi sangrienta orden diciendo lo siguiente:
"...En un principio fue la oscuridad.
Pero la esencia misma de ella creó partículas de luz.
Esas abstractas ideas de luz formaron este
cristal inmenso que nos contiene.
Somos sus hijos y nuestra existencia nos vuelve
sus hacedores y dueños.
Somos producto y productores de este universo,
que sólo tiene sentido si somos conscientes de él.
Somos la materia que lo constituye,
la energía que lo mueve.
Encierra esto la aparente contradicción de que,
a pesar de ser seres de luz, estamos hechos de oscuridad.
Sin notar que la luz es apenas
otra forma de oscuridad, jamás seremos conscientes
de que los extremos son abstracciones humanas..."


Toda esta palabrería sin sentido convencía a más gente por la emoción que por la razón.
Con la perspectiva que dan los años, sé que habrá otros como yo.
Es inevitable: nuestro planeta es finito, y el hombre es una plaga. Aparecerá, estoy seguro, una sociedad de seres egoístas como los que yo patrociné, exigiendo todos los derechos, rechazando toda obligación, negando cualquier compromiso con un mundo atestado.
Habrá una guerra entre doctrinas individualistas y totalitarias.
Y no será la razón, sino la emoción, la que tome las oscuras almas de los seres humanos y las lleve al abismo.

Vuelvo al hilo del relato:
Patrociné incontables fiestas negras, impresionantes orgías de comida, alcohol y sexo. Pero jamás permití que otras drogas entraran en el asunto. Quería a mis monjes negros tan sólo borrachos.
Me preocupé por encontrar a los asesinos de mi esposa. Me encargué de iniciarlos en mi secta. Los emborraché de dinero y poder. Eran, ellos, cuatro creyentes entre decenas de réprobos.

Durante unos dos años siguió así el asunto, hasta que decidí iniciar el calendario de sacrificios para el no-santo. Comenzó siendo sólo la captura ocasional de alguna muchachita, a la cual, luego de aterrorizarla con el ritual de capuchas negras y fuego, (y sólo cubierta por la sangre de un cabrito degollado), liberábamos sin tocarla.

El terror es una de las más absolutas formas del poder. Vigilé atentamente a mis víctimas. Durante dos años les di el beneficio de la duda, los tuve saciados de dinero, alcohol y sexo, mas el vicio por la violación se les hacía carne. Sufrían al ver intactas las vaginas de las muchachas capturadas...

La secta pasó a ser un secreto a voces. Quizás la policía estuviera sobre la pista, pero la conclusión de la venganza estaba ya cercana...

Se aproximaba un eclipse lunar. Era el momento propicio.
Entonces lo hice: Secuestré a cuatro mujeres.
Sus cuatro mujeres.
Las hice encapuchar por mis más fieles siervas, luego las vestí espléndidamente de sensuales esclavas y las mandé estaquear en el santuario.
Dispuse los arreglos necesarios para que, de entre todos mis adeptos, cuatro íncubos fueran elegidos para tener acceso carnal con las víctimas. Escogí, pues, a los asesinos de mi mujer. Sabiendo que mis cuatro corderos iban a saciar su vicio. Entonamos los cánticos pentagonales, danzamos por la gloria de lo que no muere, sacrificamos corderos, llenando hasta la mitad con sangre y rojo vino tinto el cáliz ritual. Luego, todos los demás fueron invitados a la fiesta en el salón principal.
Tomé el cáliz del sacrificio y pedí a una sierva que lo llenara con el producto de los invitados. Luego, uno a uno, los demás fueron saliendo hacia el salón principal.

Quedamos entonces, solos, los nueve.

Dejé a mis corderos violar a las mujeres. Todos estabamos encapuchados. Se escuchaban los llantos y los gritos de terror de las hembras.
Vi a los ojos a mis siervos.
Sus ojos mostraban un maligno gozo, más allá de lo carnal.
Torturó mi alma una última vez el recuerdo de mi esposa...
Mas, luego, comencé a escuchar cómo los aullidos de terror de las mujeres pasaron a ser gemidos de placer luego de las múltiples cópulas. Escuché a esas vulgares meretrices disfrutando en el vientre de la carne violadora.

Recuerdo que perdí entonces cualquier respeto que me quedara por el animal humano.

Tomé el cáliz del sacrificio, lleno de semen. Hice beber de él a las cuatro mujeres, que, fatigadas y satisfechas, apenas podían permanecer despiertas.
Con vino, semen y sangre llenaron entonces sus estómagos.
Mis cuatro siervos malditos dormían. Sigilosamente y con destreza los encadené.
Una vez asegurado el último candado, me acerqué a las cuatro mujeres agotadas.
Una a una las poseí, mientras dormían. Al terminar mi labor desperté a los ocho durmientes.

Me aproximé a las cuatro hembras y una a una sus capuchas quité.
Observé orgulloso la mirada horrorizada de los hombres.
Quité entonces las capuchas a los cabríos asesinos de mi mujer.
Se vieron entonces las caras, como si fuera la primera vez.

Mi memoria no recuerda exactamente qué hice entonces.
Creo que subí por la escalera y cerré herméticamente el santuario.
Sonaban la música y los gemidos de la carne en el salón de fiestas.
Sigilosamente me escapé por la puerta trasera.
La bebida y los demonios hicieron el resto.
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Años después de publicar este texto, descubrí en un cementerio irlandés _en Dublín_ una enorme lápida que decía:
"Miro alrededor sin comprender
por qué arden las paredes ahora,
curioso, madera y carne son tan parecidas ahora...
Los restos calcinados de mi cuerpo son acariciados
por las llamas que lamen lo que queda de mi casa.

Nunca perdonaré al agua que faltó
Ni tampoco al viento que vino a tiempo.
Y a los rostros pálidos que miran desde lejos
sólo lástima les puedo regalar.

Estaré ahí, en el momento de mi entierro,
me reiré de las lágrimas de quienes me sobrevivan,
escupiré las palabras que de mí digan
los que me lamenten sin haberme conocido.

Y no me sentiré mal, de ninguna manera,
por el hecho de estar muerto y lejos
de este valle de lágrimas y tierra.

Perteneceré por fin y para siempre
al viento que siempre ansié
o al fuego eterno del infierno
que póstumo a ti encontré...

Addam L. (1917-2001)
Amante esposo de Lilith. "


Escuché del pueblo irlandés la leyenda acerca del incendio de la residencia L...
El dueño jamás volvió por allí, pero pidió ser enterrado junto a su esposa, previa cremación.
Recorrí el terreno de la residencia, no sé si fue la bebida o la sugestión, pero creí escuchar ruido de cadenas.
Ciertamente las leyendas y la realidad parecen salidas de un extraño sueño.


Natdul, Diciembre 9, 2005

Texto agregado el 30-07-2004, y leído por 1377 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
06-04-2006 ***** "He dicho que mi perdición llegó el día en que me enamoré." Es un relato lleno de matices, de angustias, de las dobles morales que suceden los desacuerdos emocionales al enfrentar realidades que no aceptamos. No fue la frase lo que me impactó, fue la sutil declaración que hay detrás de ella al leer lo que sigue después de ella. Lo hizo quien es hoy. El narrador sabe hacia donde va desde que puso esa frase, antes de ella, no estaba muy seguro, se nota el giro en la narración, y me gusta por defecto. Liebredemarzo
28-03-2006 Es en realidad un texto bastante oscuro, que refleja la verdad de la naturaleza humana, esa parte animal que todos poseemos, ese lado que alguna vez nos domina, los demonios que llevamos dentro, lo mas atrayente y fácil de tener, el mal…como siempre es un placer leerte, saludos. larus
29-11-2005 Tétrico personaje e hipertétrica historia. Me extraña del protagonista aquélla adaptación a la vida en pareja, lo imaginaba un insociable empedernido. Pero muy buena obra la tuya. Ruth
25-11-2005 Genialidad... (sí, tenía que leerlo de nuevo) xwoman
06-11-2005 Agradezco la recomendación de Selkis en el foro de este texto. Tiene lo necesario para dsifrutarlo en toda su extensión. Una narración impecable que lleva al lector por cada escena recreándola con facilidad. Un final como me gustan, dejando un halo de misterio. Las características del personaje central son perfectamente definidas en la trama que se ajusta maravillosamente a las acciones. Un relato sin grandes pretensiones pero que logra develarnos una maldad tan conocida de nuestros tiempos pero tan mimetizada por las culturas que se ignora su magnitud. Excelente! Lo disfruté mucho! 5* Carmen_Posada
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