Estoy atascado con unos antiguos cuentos que quiero modificar...
Amontonados en el suelo, numerosos bollitos de papel decoran como blancas flores de un jardín en primavera el caótico universo de mi habitación.
A un costado del escritorio está el tacho de basura vacío.
No suelo usarlo mucho.
Tampoco me atrevo a deshacerme de él: Me acompaña como un perro fiel desde hace ya más de quince años. Recorrí con él casi toda la ciudad. Intenté desaparecerlo, descartarlo, al principio.
Pero por muchos motivos no he podido hacerlo.
El menor de esos motivos es que es un regalo de mi amigo Horacio. Uno no puede desechar un regalo de alguien querido.
El siguiente de esos motivos es que es un papelero mágico. De noche brilla su interior con tenue y mortecina luz azulverdosa.
El siguiente motivo que impide que me deshaga de él se desprende de lo anterior: La magia que posee es poderosa y peligrosa...
Es una magia que los nacidos en el siglo XX llamamos Física.
Mi camino y el del papelero mágico se encontraron un día lunes como cualquier otro, en que visité las oficinas de "Patagonian Tours" en Trelew, en el séptimo piso del 360 de la calle Belgrano, como era habitual a las 17 horas para encontrarme con Horacio.
Su oficina, como es usual para un ser anancástico como él, estaba en un orden perfecto. Miré su escritorio, lustroso e impecable y sonreí recordando el mío, reino total y absoluto de la entropía.
_¡Hola cabezón! _ Me dijo Horacio, sonriente, como siempre. _¿Trajiste las facturas? _
_Una docena, como siempre_ le dije _¿Mucho trabajo? _
_Más o menos _ contestó _El uno a uno nos complica bastante: Brasil y Europa son destinos baratos... Pero por lo menos tenemos una buena cantidad de turistas japoneses..._
Los turistas japoneses tienen una peculiaridad, según me contó Horacio alguna vez, en que acoté yo la conocida anécdota del japonés camarógrafo: Escuché cierta vez que el turista japonés es la criatura que comienza detrás de la cámara.
_No_ me dijo entonces. _Llevan su Japón pegado en el alma._
Quien haya visto un contingente de japoneses puede certificar mi observación de que deambulan como un pack de cervezas...
En cierta ocasión, vi en Punta Tombo un grupo de turistas japoneses desplazarse de un lugar a otro en perfecta y apretada formación, los futboleros lo entenderán, de 2-3-5...
Según el parecer de Horacio, estos asiáticos individuos están culturalmente condicionados a ocupar el menor espacio posible.
Razonó luego que los patagónicos son el ejemplo opuesto.
En ese momento, no supe yo, detrás de mis gruesos anteojos, cuánta razón tenía...
Hablamos esa media hora que me ofrecía todos los lunes acerca de lo cálida que es la gente de Patagonia con el extranjero y de nuestro particular trato de respeto hacia los famosos. Comparó el acoso del porteño con nuestra leve apatía provinciana.
Él sostenía que debía existir una ley que explicara el carácter humano con respecto al espacio del que uno disponía...
Años después comencé a estudiar medicina y un docente de fisiología, que recuerdo bien, el Doctor Escudero, me dio el primer indicio, al explicarme la ley de los gases.
Supe en ese instante que los patagónicos, aún viviendo en pequeñas agrupaciones, somos "gaseosos".
Necesitamos más espacio para sentirnos cómodos que los demás.
En ese entonces era tarde para llevarle mis conjeturas al pobre Horacio.
Entendí porqué es motivo de gozo volver al suelo patagónico para los que lo amamos. Aún cuando mi generación reniega bastante del sur... Y no quiere volver.
Me queda en la garganta el sabor amargo de saber que por más que finjamos no somos citadinos. Si venimos de pueblos chicos, ¿Qué tenemos que hacer en la ciudad?
Los renegados, que son como plantas sin raíz, se secarán, irremediablemente.
Comimos, pues, con Horacio, la docena de facturas, regadas con un buen mate amargo. Le pregunté cómo hacía para mantener limpia la oficina.
Me dijo las tres reglas de oro de la limpieza:
_Primero, guardar donde corresponde cada cosa que uno utiliza. Segundo, recordar siempre que el sitio que está más limpio no es el que más se limpia sino el que menos se ensucia, y el tercero y más importante, _dijo mirando antes de concluir la frase, a ambos costados y bajando la voz, _ tener un papelero que se trague todos los papeles y no haya nunca que vaciar... _
Me reí, con carcajadas que resonaron en todo el local. Él siempre hacía bromas, burlándose siempre de mi complicada personalidad siempre tan tendiente a la metafísica. Creí que esta era una de esas bromas...
_No, gil, en serio._ dijo él, con ambas manos hacia mí, en un intento por llamarme a silencio. Desde las otras oficinas los demás empleados miraban ceñudos... _Mirá bien el cesto, levantálo si querés._
Era un cesto como cualquier otro. Pesaba mucho para el tamaño que tenía. Pero salvo por eso, era como cualquier otro cesto metálico. Se lo dije.
_No seas boludo_ me dijo _Mirá el fondo_
Lo alcé y miré. Era un fondo común. Decía "Hecho en Argentina".
_No, del otro lado, cabezón... _
Cuando miré el interior, mis ojos se abrieron ligeramente, mi boca adoptó la forma circular del borde, pestañeé dos veces, sacudí el cesto, lo di vuelta, tragué saliva y volví a mirar...
¡No tenía fondo!
Bueno, en realidad si tenía, pero sólo del lado de afuera.
Mi mente febril de ratón de biblioteca recordó milagros similares: El disco de Odín, que sólo tiene una cara, el infinito Libro de Arena, el quimérico imán monopolar, el lento fluir del tiempo, siempre en la misma dirección...
Por primera vez en mi vida, desde el momento en que dije "papá" por primera vez, no tuve nada que decir. O no pude decir nada, para ser exacto.
Horacio parecía divertido. Me explicó_ Te conozco, aún así callado, así que antes de que digas que estas cosas no pasan nunca en lugares como Trelew te aclaro que lo traje de mi Rosario la semana pasada. Me lo regaló mi mamá y era de mi abuelo. _
Marcó así dos cosas: la primera, que me conocía, porque efectivamente nunca pasan cosas prodigiosas en Trelew, y bien podría yo haber dicho eso de no haber quedado sin habla.
La segunda, que él no era un NyC (nacido y criado) como yo, sino un patagónico adoptivo.
Me despidió mirando su reloj...
_ Y como yo no voy a tener hijos, va a ser tuyo, algún día... pero ahora tengo que trabajar... _
Y me fui como todos los lunes anteriores, salvo por mi rostro asombrado y mi inusitado silencio...
El lunes siguiente volví a visitar la oficina pero no con facturas, llevé en cambio una bandeja de masas.
Horacio estaba eufórico.
_¡Cabezón! _ Me dijo _ ¡Puntual como siempre! _
_La impuntualidad es una falta de respeto_ le dije.
_Sí, me parece ver a tu vieja, cuando lo decís... _
Reímos como los dos buenos amigos que éramos. Me explicó que se iba a realizar un certamen internacional de Coros y que gracias a una amiga alemana, vendió unos cuarenta paquetes turísticos al contingente alemán.
_Completos, completos ¿Eh? Dos semanas con visitas guiadas a Punta Tombo, Pirámides, Madryn, té galés en Gaiman, recorrida por el Dique Ameghino, asado de campo en Dolavon, paseo por el Paleontológico, café en el Touring... Si estuviera terminado el planetario... _ sacudió la cabeza, como diciendo ¡que pena! Pero dijo:
_Aún así, si nos sale bien vuelven... ¡Seguro que vuelven! _
Le brillaba la mirada...
Ahora lo sé: él amaba nuestra región.
_¿Te acordás del papelero mágico, no? _ Me preguntó.
_Obvio... _ contesté
Hizo una mueca de disgusto._ Sos un tipo inteligente, para contestar con muletillas_ me dijo. (Desde entonces trato de no usarlas.)
Con respecto a las muletillas, mi amigo Horacio me hizo notar que las más odiosas de todas eran las usadas en inglés. "Sorry, gordo", "OK" y "Please" le pateaban el hígado en particular. El hecho de trabajar en una oficina de "Patagonian Tours" le mortificaba especialmente, no por el trabajo, entiéndanme bien, sino por la razón social de la empresa...
_Tenemos un hermoso idioma._ decía_ Y el que más usa las palabras en inglés es el que menos sabe hablarlo, aunque tampoco saben hablar el inglés, en general...
Estuve de acuerdo con él: _El uso del inglés en una conversación es una moda "snob" usada por gente "snob". _ Dije, solemne.
_¡Y dale... !_ Contestó, largando la carcajada.
Esta vez fui yo el que extendió las palmas de mis manos hacia él llamándolo a silencio. Alrededor, las mismas miradas ceñudas nos observaban. Esperó un instante que todos volvieran a sus cosas antes de centrar su atención en el papelero mágico...
_Mirá bien... _dijo.
Tomó el papel que envolvía las masas, lo hizo un bollo, y haciendo gala de su talento basquetbolístico, lo arrojó al cesto.
El papel hizo una parábola perfecta, atravesando el agujero del tacho sin tocar los bordes. No hizo ningún ruido.
Me levanté a mirar pero me detuvo diciéndome que no me preocupara porque podría tirar toda la oficina adentro y jamás se llenaría.
Como él nunca mentía no me quedó otra que creerle.
Años después cuando el papelero era ya mío, hice la prueba. Me imaginé su cara, su mueca de disgusto, sacudiendo la cabeza y su voz, diciéndome: _Siempre el mismo desconfiado, vos. Así, nunca vas a casarte... _
Sé por lo menos que, aún imaginario, nunca mentía y por lo general tenía razón. No es imposible que aún siendo recuerdo esté en lo correcto.
Él nunca me dijo que el cesto brillaba en la oscuridad, eso lo descubrí la misma noche en que me lo dio. Y cuando le pregunté, me dijo que nunca tuvo una explicación satisfactoria para el resplandor...
Ya instalado en La Plata, para estudiar medicina, como ya les había comentado, consulté a un conocido que estudiaba Física, al cual le decíamos Newton.
Su cara expresaba perplejidad, resolvió consultar con expertos. Me pidió el cesto, prometió devolvérmelo luego, me rogó, se ofreció a firmarme un recibo. Pero me negué. _Es que es un regalo... _ le dije.
Acordamos que vendrían algunos estudiosos doctos en cuántica a ver "la aberración" creo que le llamó. _Papelero mágico _ lo corregí. Miré el cesto. No me gustaba que mi papelero mágico fuera una aberración.
Esperaba que vinieran varias personas. Era, curiosamente un lunes a las 17 horas, y vivo en un séptimo piso. Pero vino sólo un hombre. Juan Maldacena era su nombre.
No sabía entonces yo quién era ese hombre.
Ahora sí lo sé: Una de las mentes más brillantes del país.
Yo esperaba que rápidamente resolviera el misterio del papelero. Pero luego de examinarlo, sopesarlo, sacudirlo tres veces, comer dos galletitas, tomar dos mates y mientras esperaba yo una larga disertación acerca de física, sólo atinó a decir: _Asombroso... _.
Lo que me mantenía en la misma oscura ignorancia de antes.
Vinieron muchos científicos después. Mi habitación se transformó en una especie de laboratorio. Trajeron computadoras Cray, contadores Geiger, radioscopios, y un largo etcétera de complicados aparatos con muchas luces y números.
Como soy curioso, me fueron explicando cada uno de esos aparatos y adquirí una leve noción de física elemental, general y cuántica. Hasta vino de visita un eminente "Explicólogo" extranjero: Paul Davies.
Tantos hombres doctos me enseñaron, casi sin que yo me diera cuenta, de partículas cuánticas, de espacio - tiempo, y de las cuatro fuerzas universales: fuerzas nucleares débil y fuerte, electromagnetismo y gravedad.
_Magias_ me decía al principio mi pequeño cerebro trelewense.
Pasaron varias semanas y llegaron a una conclusión luego de dura tarea.
Todos ellos, eminentes científicos, fueran del norte o no, habían adquirido el hábito del mate. En una cerrada ronda en el living de mi departamento, pálidos, serios y preocupados me expusieron su conclusión, a mí, dueño de casa y cebador de mate oficial designado.
Mate en mano, pues, los escuché.
En el fondo del papelero, existía un mini - agujero negro, del tamaño de una cabeza de alfiler, que, desconocedor de las leyes de la física, se empeñaba en no tragarse el cesto.
_Estado metaestable_ creo que le llamaron y me encomendaron que por nada del mundo arrojara material dentro de él...
_Nos va a terminar tragando a todos_ dijo uno de esos sabios, temblando y restregándose las manos.
Me explicaron que no había modo seguro de deshacerse de él.
_¿Y si lo lanzan al espacio? _ Pregunté fantaseando con la idea de que el cesto terminara tragándose el universo.
Imaginé a Horacio en su oficina diciendo _ Tiré el universo a la basura... _
Su fina ironía no hubiera soportado no manifestarse en ese momento, si no se nos hubiera ido...
Maldacena sugirió el mantener en secreto este hecho, argumentó que la histeria de las masas sería incontrolable.
Estuve de acuerdo con él _El mundo está en un estado metaestable_ dije en voz alta...
Esos eminentes sabios me miraron y me dijeron que era lo más listo que se había salido del cerco de mis dientes desde que me conocieran...
Me sentí orgulloso del pequeño respeto que me gané.
Cuando se fueron a sus respectivos países me sentí desamparado.
Me tomé un año sabático de mi carrera universitaria y vestido de mochilero, con el papelero guardado en el fondo de mi mochila _le fabriqué una tapa para mayor seguridad _ marché por el país, para deshacerme del papelero...
Lo arrojé al mar, en Mar del Plata, pero lo único que ocurrió fue que en Australia dos oceanógrafos descubrieron que el nivel del océano había descendido cuatro milímetros.
Aún hoy nadie se explica que ocurrió...
Yo sí lo sé: La tapa del cesto no era hermética.
Y el papelero se chupó unos cuantos litros de agua de mar.
Y encima me embarré bastante para sacar el papelero de la playa.
Lo único que puedo decir es que pesaba un poco más, pero ni por asomo, tantos kilos como litros se tragó...
Intenté muchas otras veces deshacerme de él, pero (quizás por sentimentalismo) terminé por desistir de la empresa...
En el transcurso de los años busqué bastante bibliografía para saber qué es un agujero negro.
Intentaré explicarlo en términos simples: Al parecer el espacio es una especie de banda elástica. Y la masa de los cuerpos que se ubican en el espacio "pesa" y estira el espacio, curvándolo. A esta curvatura del espacio la vemos como una fuerza: la Gravedad. Cuanto más curva es la superficie, más "rápido" debe correr aquel cuerpo que intenta escapar del campo de gravedad de un objeto. Cuando la curvatura alcanza cierta magnitud, nada, o casi nada en realidad, puede escapar de él. Cuando la velocidad de escape es mayor que la máxima velocidad posible (la de la luz) decimos que ese objeto es un agujero negro y nada de lo que en él caiga puede escapar jamás. Esto a grandes rasgos. Un purista puede destrozar esta explicación...
Pero es bella y elegante para concordar con el relato...
Queda por explicar el tema del brillo: "Radiación residual" creo que le dicen...
¿O era "Radiación Hawking"?
Como sea, aparentemente el agujero negro no es completamente negro, sino que al tragar materia y energía también afecta a algo llamado partícula gemela y da la sensación de crear materia de la nada. Emite también rayos x, pero por lo que me dijeron en tan pequeña cantidad debido a su tamaño que es poco probable que la exposición me afecte.
Estoy ahora recogiendo del piso los bollitos de papel que van a ir a parar a una bolsa de consorcio de lo más común. Parece que hoy no voy a corregir mis viejos cuentos.
Con respecto a mis dos conocidos físicos argentinos, Newton es ahora docente de la Facultad. A Maldacena me lo crucé en Boston, donde está trabajando, pero fingimos no vernos.
¿El cesto? Lo uso muy poco en realidad. Solamente para tirar la yerba del mate.
Los estudiantes tomamos mucho.
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