El amanecer trajo consigo
la delicada fragancia de la primavera,
la brisa de la mañana acarició su despertar
en medio de los frondosos bosques.

Corrió, entonces, por el antiguo sendero
siguiendo las huellas del solitario elfo,
luego atravesó el lago de los cisnes
quienes sonrieron al contemplarla
y se perdió en una selva de mágicos encantos,
donde percibió la figura de aquel ser amado
desvanecido sobre un lecho de rosas.

Lentamente se inclinó y acarició su cabello,
en su rostro aún habían restos de lágrimas...
entonces, dejó en sus labios un dulce beso
que logró despertarlo de su agonía.

Desde los cielos se escuchó una singular sinfonía
envolviendo a ambos en un eterno amor,
los ángeles que ejecutaban esa melodía
quisieron estar cerca de ellos y descendieron
sonrientes esperando la anhelada unión.

Desde entonces, el elfo y la princesa
vivieron felices contemplando cada amanecer,
danzando al compás del canto del viento
quien fue testigo de aquel tormento y
que ahora alegre se muestra porque entendió
lo que es el verdadero amor
cuando éste se incuba en lo más profundo del corazón.

Ellos juraron amarse por la eternidad
bajo las sombras de un enorme sauce,
quien se emocionó ante tal juramento...
El sueño de ambos se hizo realidad
cuando danzaron el vals que Mendelsohn
había acabado de componer en su soledad.

Enyelord