Recuerdo que fui a ese restaurante donde cobraban barato por la cerveza y regalaban de comer un caldo con chile y un pedazo de pescado. El pescado estaba adentro del caldo. No estaban pasando el juego que yo quería y no dije nada. Estaba tan desmoralizado que me daba lo mismo. Había otras dos mesas ocupadas, por gente acompañada. Yo era el único solo, forastero. Tomé mi cerveza, comí mi caldo de chile con pescado, llamé al mesero y le pedí la cuenta. Trajo un papel con la cifra esperada. Puse el importe exacto en la bandejilla y me salí como un vil ladrón.