Contemplando a un señor que pinta con maestría en el suelo de las calles sus obras tridimensionales, imaginé que un conducto al infierno puede ser visible con sólo colocarse en el punto exacto. Porque, así como los dibujos aquellos, son sólo manchas amorfas si se observan desde cualquier sitio y sólo adquieren significado en el momento en que el pie y el ojo de uno se han colocado donde corresponde, emergiendo monstruos subterráneos, piscinas infernales y una rueda de Chicago que a medida que gira va desembarazándose de sus ocupantes, así mismo, terrorífico y emergiendo a nuestros ojos pecaminosos, puede ser aquel portal que aguarda allí mismo y desde siempre para tragarnos con su garganta luciferina, cuando nos llegue la hora fatal.
Y ese punto exacto, esa entrada a lo más indeseado en el inconsciente de todo ser, puede haber sido dibujado por cada uno de nosotros, ocupando el pincel de la avaricia, del egoísmo, del crimen intelectual y el que propinamos con nuestras propias manos, a cada instante y en cualquier lugar. Acaso yo, escribiendo estas alocadas líneas, he trazado parte de ese túnel infinito, he preparado la mezcla que otro ocupó para adosar sendos ladrillos.
Acaso, aquel pintor, eximio artista de las tizas multicolores, no sea más que Satán, algo avergonzado al comprender que los humanos hemos perseverado en el papel de ángeles caídos, y que ahora sólo esquematiza pistas para que las encontremos de un modo lúdico, un infierno ofrecido en cuotas y con grandes plazos, para los escépticos que pululan por las calles de esta gran ciudad, sin saber hacia donde se dirigen, más allá de sus puntuales destinos terrenales.
Acudan los que puedan a la Plaza de Armas y contemplen este portal de cal coloreada. Acaso sea tiempo aún de decidir vuestros pasos en esta era inscrita anticipadamente por manos ancestrales. O acaso la lluvia sea menos permisiva con tales divagaciones y borre las huellas del desatino, inunde los portales con sus bramantes torrentes y sea luego la paz en los hombres de errática voluntad…
|