“Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó” (Génesis 1,26-27). En muchas cosas somos semejantes a Dios, pero, más que nada, es una manera de expresar que Dios quiere que, a través de un proceso y purificación, lleguemos a ser como él.
Para eso nos envió a su propio Hijo, para mostrarnos cómo es él, porque a Dios, directamente nadie lo ha visto. Jesús es el rostro humano de Dios. “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”, dice Jesús a Felipe, cuando éste le pide que les muestre al Padre. Y agrega: “Créanme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí (Juan 14,8-11). Al Padre Dios lo conocemos principalmente a través de Jesús, de cómo él era en su vida terrenal. Tal como se muestra en toda la Escritura. ¿Y qué nos dice la Biblia de Dios?
Dejando de lado la mirada cultural propia de los israelitas y de su tiempo, podemos descubrir en Dios, y en su Hijo hecho hombre, las principales características que Dios nos muestra de sí mismo. Lo que él esencialmente es.
Moisés tiene una visión de Dios: “Yahvé pasó delante de él y exclamó: Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, lento a la cólera y rico en amor y fidelidad.” (Éxodo 34,6).
Palabras que muestran la “esencia” de Dios, lo que Dios “es”.
Esto es lo mismo que nos predica Jesús y lo que nos muestra con su vida: Dios es pura misericordia, puro amor totalmente desinteresado y gratuito; rico en amor y misericordia. Dios es amor misericordioso.
Así es el “corazón de Dios”, el corazón de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.
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