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Nocturno, animal de costumbres despiadadas ave de mal agüero que mediante estrellados pensamientos se la pasa prediciendo futuros nefastos. Aquí lo importante no es saber quién es el culpable, ni quien tiene la razón, lo importante es desmedrar el laberinto creado para cada uno de los sátiros de esta historia. Como dirían por aquí “analice que” el pela`o estaba parado en la acera de en frente como esperando a que llegara alguien, con un cigarrillo alargado en la mano izquierda y con cara de mamarracho de circo. Chupaba el puchito interminable mientras se le notaba el nerviosismo que se lo tragaba. Por allí en diagonal del chino aparece una rubia de esas que se desean con sólo percibirlas y con un vestido tan corto como la paciencia de una mujer y más rojo que la sangre de un toro de corrida, con zapatillas altas sosteniendo unas piernas alargadas e infinitas que manipulan el contoneo de unas caderas poderosas y ardientes como el sol de medio día. Pasa el bus de las siete, ha comenzado la hora pico que embellece la ciudad con ruidos endemoniados por las cornetas en bandada de temporada de caza, de arriba del puente peatonal pasa el gigoló de camisa abierta en pecho, manillas emblemáticas en las muñecas, cabello embadurnado de gelatina (erguido como estaca de carpa y grafilado como hoja de piña lebrijeña) con un aire de seductor de barrio de cuarta que desprende aroma a loción de revista de catálogo. El par de viejitos con aire de vereda olvidada, desean cruzar la calle obviando el puente que los cubre, la manada de carros cruza a toda velocidad y el viejito siente como le baila el sombrero a causa de la corriente de aire que por poco y los tumba. La cosa es sencilla: el muchacho espera desesperado a la novia que lo pillo “mal parqueado” con una vieja amiga (el no hacía nada malo por supuesto) para ver si lo va a perdonar. La rubia espera un cliente que siempre la recoge los viernes en la noche para hacer ya sabemos que, por un buen pago, buena comida y un paseo en carro último modelo. Los cuchitos sólo quieren regresar a su pueblo después de visitar a los hijos citadinos. El gigoló desea desde ahora a esa rubia polvo fijo que se le presenta como regalo de Dios por esa pinta tan original que cree tener. Tres perros callejeros se posan jadeantes frente al local de cerveza que retumba al ritmo de un vallenato de esos contemporáneos, que parece una balada setentera con arreglos de guacharaca eléctrica y caja sintetizadora; van mariqueando (y no en el sentido textual de la palabra) tratando uno de montársele al otro turnándose la bellaquería para ver a cual es que se lo van a recostar. La rubia ve el automóvil que la recogerá y comienza a caminar en dirección del puente, puente que está casi al lado del local de cerveza, local que está casi en diagonal de la parada donde se encuentra sentado el muchacho esperando a la novia, parada por donde debe pasar el bus donde viene la novia del muchacho, bus en el que espera irse el gigoló criollo después de levantarse el número del móvil de la rubia ansiosa por conocerlo (según él y sólo él). Como ya no había mencionado hay un perro con pelo encrespado de barbas sucias y color crema, otro de pelaje ensortijado blanco y con manchas negras y por último uno de de pelo liso como babas de bebe, negro como la noche, más alto y más robusto que los otros dos y con una mirada penetrante y amenazadora. El cremita se le zampa encima al mestizo y lo comienza a bombear con movimientos cadenciosos y apresurados mientras el negro fortachón los observa con ojos de ganas, mientras del local sale un vejete malcarado y gordo con una camisa roja por la que se cuelan señales de barriga por los botones inferiores que se han soltado sin querer. El bodoque está sosteniendo un balde lleno de agua caliente que arroja sobre los cachorros que reaccionan creando la hecatombe. El cremita salta disparado hacia atrás y corre desesperado y ahogado en un llanto gutural en dirección de los abuelos que se asustan despavoridos y que salen corriendo tan velozmente que asemejan a un par de quinceañeros en una competencia de atletismo. Al unísono el manchado corre despavorido también gimiendo de dolor, se encuentra con la rubia al paso de su fuga y le propina una mordida escalofriante que la hace bajarse del andén sin querer y en aras de la presencia de carros que se acercan a toda velocidad, sale corriendo pasando la avenida. Por último al bajar del puente el gigoló latino se encuentra con el macancán negro que en lugar de berrear le muestra toda la rabia contenida que le producen las quemaduras y se le prensa del pantalón en un forcejeo interminable. El sombrero del abuelo se desprende de su cabeza y cae suavemente como pluma de paloma sobre la carretera tibia, un bus grande de colores verde y amarillo lo aplasta dejándolo más plano que una lámina de papel calcante. A la rubia la traiciona de nuevo la suerte e intempestivamente se le quiebra el tacón derecho yéndose de bruces sobre los brazos del mozo que observa impávido toda la situación, mientras que el gigoló en medio del forcejeo trata de hacerle la parada al bus en el que debe irse y en el que viene la novia del muchacho que al ver la escena de la rubia en brazos de su ex ,decide no timbrar por lo tanto el bus no para, más la niña de casa le grita por la ventana al muchacho “que es un desgraciado y que no lo quiere ver más” y el bus se le pasa al gigoló que por fin ha escapado de las fauces del canino rabioso. Los abuelos se lamentan la pérdida recordando con nostalgia que el sombrero fue comprado justo para la boda que años atrás los uniera, escandalizados (o escandalizada la viejita contento el viejito) por la entrepierna descubierta de la rubia que ha caído por acto de magia y suerte en la mano del muchacho que ha perdido la congoja de lo irreparable de su relación momentáneamente y ha ayudado a ponerse de pie a la hembra que observa con desilusión como el carro último modelo arranca sin contemplaciones y la deja arreglada y alborotada, y en el acto la misma coge camino dejando al gigoló sin esperanza alguna mientras yo me destartalo de la risa observando todo desde el local y me zampo un largo sorbo de cerveza y pienso “me imaginé que iba a ser más o menos así, otra historia de la larga noche para contar”.

Texto agregado el 03-05-2012, y leído por 95 visitantes. (0 votos)


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