“Yo me muero donde quiera” dijo en voz baja, como para sus adentros, mientras bebía un trago de ron. El bullicio de la gente, sólo era distraído por el sonido de una vieja “rockola” que le daba un toque nostálgico al momento y al lugar. El cantinero al escucharlo comentó –viejo es hora de que vayas a casa, antes de que la catrina se te aparezca de verdad¡¡-, debes saber que no me refiero a esa muerte física, común, hasta trivial, me refiero a esa sensación de vacío y soledad que te asfixia aún en medio de una multitud. Hablo de esa muerte del espíritu, cuando se te quitan las ganas de vivir y todo parece gris y el corazón se hace chiquito, se apachurra. Esa es la clase de muerte de la hablo y de esa no hay quien te salve, por que se presenta despacio, sin ruido, al principio casi ni se siente y uno cree que es simplemente un mal día, pero cuando te das cuenta ya está en ti, ya estás muerto.