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Inicio / Cuenteros Locales / sayari / José María Arguedas, el Cusco y los cusqueños. Parte IV

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IV.- Algunas conclusiones


¿Es posible opinar con un alto grado de certeza acerca de los sentimientos de Arguedas con el Cusco? ¿Fue una relación de amor-odio, como ha mencionado Tamayo?:…en ese odio al “viejo” hay un poco del odio a su padre,…sobre el cual algunos analistas de la vida de Arguedas han hablado con tanta luminosidad. No es esta una opinión aislada. Rodrigo Montoya, 1995; en una mesa redonda en la Universidad Agraria, menciona: Desde esa visión de intereses afectados hubieron personas que han odiado a José María. Los cusqueños etnocéntricos, amorosos del Cusco, centro y ombligo del mundo, no le perdonan a José María el haber presentado en el capitulo uno de la novela Los ríos profundos a un hacendado de horca y cuchillo, a un señor duro y fuerte…

Hay errores de apreciación, considero, en ambas opiniones; no tenemos los cusqueños nada que perdonar a Arguedas. Por los hechos de su vida, su obra, legado, la relación de Arguedas con el Cusco no alberga ninguna forma de odio; tampoco cumplida cortesía y menos interés parcial y excluyente. Alguien que describe a la ciudad con estas palabras: ya sea nublada y lóbrega la noche o clara y resplandeciente de estrellas, el sonido de la María Angola inspira al visitante, le comunica todo el poder evocador de la gran ciudad, su mágica e limitada profundidad estética… no puede albergar ningún sentimiento distante y menos de aversión o inquina sobre el Cusco.

Arguedas recibió el Cusco de su padre como parte de su herencia familiar, que luego transformó en íntimo referente cultural; extensión de su ser chanca. Heredó una idea de ciudad, una emoción; y transformó ese sentimiento en una relación tangible que trocó sustantivamente su existencia de un modo que probablemente él mismo no supo percibir en su dimensión exacta. En el Cusco y en su área de influencia escribió una novela que ha tenido una profunda repercusión en la configuración de un lenguaje nuevo para los peruanos, el castellano peruano; que nos sirve a indios y mestizos para expresarnos sin las limitaciones que el medio social y las lenguas ancestrales imponían. Ni el castellano andino ni el quechua son lo mismo después de Arguedas. Mientras reflexionaba y escribía es probable que no intuyera que no sólo superaba un problema técnico-literario, sino que instalaba las bases de un idioma que es cada vez más vehículo de comunicación cotidiano en nuestro pueblo; y que aún no despliega toda su realidad y capacidad.

Es probable que durante su estadía en Sicuani madurara su distanciamiento del Partido Comunista, tanto por sus postulados y prácticas dogmáticas como por su oportunismo político y su visible incomprensión del componente cultural de nuestro pueblo. Aquí también se acerca sistemáticamente a la antropología. Desarrolla estudios etnográficos que seguramente definen su vocación y su posterior especialización en esta materia.

Sus amigos cusqueños fueron parte de un círculo de amistades que abonó la vida personal y profesional de Arguedas. Con algunos; como Luis E. Valcárcel, Gabriel Escobar, Jorge A. Lira o Andrés Alencastre, estrechó lazos amicales y profesionales; mientras, con otros cultivó relaciones profesionales: Morote Best, Chávez Ballón, Humberto Vidal. Sin embargo; de todos absorbió conocimientos que le ayudaron a decidir su futuro. Arguedas cultivaba un concepto utilitario de la amistad; en su acepción más conveniente para ella. Ninguno de sus amigos estuvo distante de sus preocupaciones por el país. Los elegía por su relación con el Perú. Debían, como él mismo, estar entropados con su pueblo. De modo similar elegía las ciudades que llevaba en sus recuerdos; las observaba como parte inseparable de sus sociedades. Siempre estuvo cerca de las mejores expresiones del espíritu que se plasman en personalidades y ciudades universales que lo son por su profundo provincialismo. Aquí se regocijó con sus fiestas y sus costumbres; con sus colegas hizo de compañero de elaboraciones intelectuales de singular vigencia y también supo ser amigo de tertulias que mostraban su faceta de músico, recitador, contador de chistes y dueño de una estentórea carcajada que oscurecía toda su dolida humanidad.

Conocedor de las intimidades de las grandes urbes, consideró al Cusco parte del universo de ciudades que irradian simiente, que son piedra angular de nacionalidades y, por ello, patrimonio de la humanidad. En numerosas ocasiones rememoró su vinculación al espíritu y su atmosfera para efectuar paralelos y reconocimientos del Cusco como ciudad universal, centro de nuestra identidad. En todas las ciudades que visita, recrea sus experiencias, revaloriza sus orígenes y, en muchas, recuerda al Cusco. Mientras recorre París, en diciembre de 1958, envía un artículo a El Comercio, para decir: ¿Qué hay de común entre el Sena tranquilo, tan vital e iluminado siempre, por la bruma o la luz del día; entre estas avenidas donde como en el Cuzco inca, el trazado, la dirección y los espacios cautivos han sido concebidos y hechos teniendo en cuenta el mundo celeste. Caminando sus calles y avenidas reflexiona sobre el país y dice que la importancia de París se proyectara sobre estas zonas marginales de Occidente. Hasta que venga el abrazo final de la humanidad de todas las lenguas, continentes y partidos, y la aventura del rey de la tierra busque patrias más allá de su antigua morada.

Otra reflexión de raigambre arguediana la realiza navegando en Alemania, por el Rhin, en 1965. Comparte sus impresiones con su siquiatra Lola Hoffmann: Ayer navegué por el Rhin. Hubiera deseado hacerlo de rodillas. Era un Dios, un dios grande. Todo lo que la civilización ha hecho por encubrir su divinidad no ha logrado sino exaltar su aire, profundidad mítica. Es tan dios como el Apurímac o el Wilcamayo…

Más tarde, a la misma Lola Hoffmann, le dice desde Nueva York: ¡Qué inconmensurable es el ser humano! Me siento en Nueva York tan feliz como en día de Navidad en una aldea andina. Tengo la impresión de estar en un universo que no parece hecho por el hombre. Es tan poderoso como el Amazonas. En los meses finales de su existencia, exento de sus compañías prescindibles, acude a las amistades cultivadas en el Cusco. Josafat Roel Pineda lo acoge unos días en el Museo de Sitio de Puruchuco donde es director. Está en busca de tranquilidad y ambiente para escribir.

Arguedas apreció el significado del Cusco como vínculo vivo con el futuro del país. Eligió su suelo como probable destino en horas complicadas, soslayando ciudades extranjeras que lo hubieran acogido con ventajas. Viajero perpetuo, apreció los valores que albergaban las ciudades de occidente y aquilató sus adelantos en desarrollo social, tecnológicos, y valores elevados. Se enorgullecía del modo cómo, andino él, había podido penetrar en el conocimiento de la cultura occidental. Sin embargo, ninguna de éstas superiores manifestaciones del arte y la cultura universal le hicieron soslayar o subordinar su cultura originaria. No soy un aculturado, expresa en 1968.

Hay un vasto campo de temas por investigar de su paso por el Cusco. Precisar aspectos de la biografía de su padre y antepasados; su relación con los artesanos y el arte popular; su vinculación con la política; sus huellas en Sicuani. Mientras, aquí tenemos con nosotros como estelas de su paso: Los ríos profundos, El zorro de arriba y el zorro de abajo; la escuela de música que él ayudó a forjar y donde estudian aún jóvenes con talento; el guión primigenio del Inti Raymi, fiesta transida de peruanidad. Y, claro, que aún ronda por las calles sicuaneñas el espíritu del Misitu, criado y creado a orillas del Vilcanota y bajo el estrellado cielo canchino. Perviven sus pisadas en nuestras calles andinas, plenas de su espíritu universal, su generosidad e integridad. Un ser humano de ésta magnitud no podía estar distante del Cusco ni el Cusco ser extraño a él.

Un aspecto aún no estudiado es la relación del Cusco con su novela póstuma: El zorro de arriba y el zorro de abajo. Es posible afirmar que sin la traducción de los informes del cusqueño Francisco de Avila y sin su estadía en el Cusco la novela sería otra. Quizá Harina mundo o Pez grande. En su Primer Diario, escrito en Santiago en mayo de 1968, menciona a Carmen Taripha, empleada del sacerdote Jorge A. Lira en su curato de Maranganí: Carmen le contaba al cura de quien era criada, cuentos sin fin de zorros, condenados, osos, culebras, lagartos; imitaba a esos animales con la voz y el cuerpo. Los imitaba tanto que el salón del curato se convertía en cuevas, en montes, en punas y quebradas…así el salón cural era algo semejante a las páginas de los Cien años…Continua mencionando que en sus historias los animales trasmitían también la naturaleza de los hombres en su principio y en su fin. Estas escenas gatillaron el destello inicial de su novela póstuma; como le comenta a Murra desde Santiago, en marzo de 1969: El zorro es un zorro pero el señor Rincón habla con él como con un caballero joven. El zorro esta vestido de saco muy moderno, aleviatado; es pernicorto, de cara alargada…Lo he presentado creo tan viva y constreñidamente como solía hacerlo Carmen Taripha, la gran informante narradora que tuvo Lira. Pero me siento deprimido y te escribo. Quizá mi melancolía venga de no poder casi vivir en el Perú. Esa fragua me quema ya demasiado; hay que tener una energía descomunal para alimentarse de ella. Son las trágicas semanas previas al suicidio.

La presencia del Cusco es visible aún después de muerto. En el segundo aniversario de su fallecimiento; la misa en la Iglesia San Francisco de Lima es oficiada por el padre José María Garmendia, cusqueño. El padre…tenía gran aprecio y admiración por mi hermano, además había conocido a nuestro padre en el Cuzco, ciudad natal de ambos… menciona Nelly. Más tarde, luego de sucesivas gestiones para el traslado de su cuerpo a un nicho en tierra, en 1975, el cusqueño general Enrique Gallegos Venero, Ministro del gobierno de Velasco Alvarado, viabiliza el traslado. Desde ese lugar fue llevado a Andahuaylas, decisión que generó controversias.

De ésta magnitud fue su relación con el Cusco, vértice sustantivo de nuestra cultural; genuina expresión urbana de una sociedad que está aún procesando una identidad que sea síntesis real de dos culturas que aún no se agotan en el alumbramiento de una nación. Y José María Arguedas tiene en este escenario mucho que enseñarnos.

Su obra; nutrida de su propia biografía, de la ficción y de su saber antropológico, estuvo imbricada con las preguntas que desde hace mucho tiempo nos hacemos: ¿cómo elaboramos nuestra articulación como sociedad viable?, ¿cómo nos organizamos como nación?, ¿mestizaje; convivencia de culturas independientes y articuladas por un enlace andino pan cultural? Muchas de las preguntas que se hizo Arguedas permanecen aún sin respuestas, muchas de sus preocupaciones están muy lejos de estar solucionadas. Por eso su vigencia.

Exclusiva triada la de Garcilaso, Huamán Poma y Arguedas. Los tres del sur andino; quechua, el primer peruano; lucaneño, Huamán Poma; Arguedas, chanca. Semejanzas, coincidencias de rutas de vida, orígenes, desesperanzas. Los une la soledad y la marginación en suelo propio; una cierta visión del país; el idioma; la búsqueda persistente del sentido de sus existencias aparejadas con las de su propia patria. Y, todos ellos coincidieron en el Cusco, aprendieron del espíritu integrador, de su significado cuando se piensa en el destino de todos los peruanos. No podemos dejar de apreciar la manera cómo las rutas múltiples de nuestra patria hicieron que las huellas de Garcilaso acomodaran más tarde los pasos de Huamán Poma y, después, el ser integral de Arguedas. Es seguro que los tres coincidieron en observar emocionados las piedras del palacio de Inca Roca. Todos ellos subieron a Sacsayhuman y meditaron sobre el ojo del puma. Los tres se relacionaron con el Perú con la pasión que otorga una causa noble y posible: hacer de estos territorios un lugar donde se pueda vivir todas las patrias y todas las sangres en una sola nación.

Nota: Las referencias epistolares de este artículo; en su parte sustantiva, han sido extraídas de los libros que contienen la correspondencia de Arguedas, editados con acierto por Carmen María Pinilla. Se han consultado también la correspondencia de E.A. Westphalen y Arguedas, textos de Vargas Llosa, Rodrigo Montoya, José Tamayo Herrera, Luis E. Valcárcel, Gustavo Gutiérrez, Antonio Cornejo Polar, Roland Forgues.






Texto agregado el 03-05-2012, y leído por 238 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
04-11-2013 Es una crónica interesante e ilustrativa la que realizas en relación a Jose Maria Arguedas y demas cronistas. Creo que la naturaleza de esta página es para los cuentos y poemas. Lo tuyo tiene un toque cultural muy interesante pero queda realmente corto el espacio para temas tan complejos como el que tocas. Felicitaciones por ese gran trabajo. inkaswork
05-06-2012 Hugo, es una pena que textos como el tuyo se agoten en tu página. Y quizá eso lo vuelve mucho más valioso, por único y diferente. Eso que perfectamente describes: "Genuina expresión urbana de una sociedad que está aún procesando una identidad que sea síntesis real de dos culturas que aún no se agotan en el alumbramiento de una nación" nos sucede también a nivel personal. Felicitarte es poco. ZEPOL
09-05-2012 Igual como lo hice con los otros capítulos de tu obra sobre Arguedas, dejo mi comentario en tu ldv por lo extenso. Te felicito, amigo querido. Revivió la sangre indígena en mi corazón con tu hermosa obra. Un gran abrazo. SOFIAMA
 
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