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El viaje
Del cielo a la tierra…

Dejo atrás mis tres caras hermosas. A cada paso que apenas doy trato de avanzar lo menos posible, como si le restara con esto gravedad al asunto.
Al pasar luego por la máquina de rayos equis y el umbral de luz, me di vuelta por última vez. Sus manitos a cien metros sacudían el aire despidiéndome, yo las miro con pesar, desgarrando el entendimiento a duras penas hallando el fin de este viaje, menos aun el comienzo del mismo.
Las turbulencias de Lima al Df fueron anudando mi estomago hasta lograr atarlo por completo, ningún alimento pude injerir. Por suerte para mí, la pantallita pegada en el asiento fue mi salvación.
Cientos de temas musicales, decenas de películas series y estrenos. Una variedad de juegos de acción, de azar y apuestas: Póker, veintiuno, carta blanca… al final opte por una partida de ajedrez. Para mi sorpresa siendo mi adversario otro pasajero del mismo avión
Los dos primeros movimientos no salieron de la tónica habitual, los peones se acercaban al centro del campo. Luego hubo dos intercambios quedando las negras con un peón delante de otro. Posición que no se considera conveniente. Pero este desconocido adversario había obrado deliberadamente, al fin de dejar vía libre a la dama, y sin aviso previo surcó todo el campo de batalla, como si quisiera dividirlo en dos y se plantó en las mismas entrañas de mis filas, pegadita a mi alfil, el cual la miraba con recelo.
“Que jugador” pensaba atónito, este desconocido y osado personaje me presionaba de una.
Si tal como jugada no amenazaba nada vital su dama blanca hacia tambalear toda mi estantería… Lo tenía que conocer, saber quién era el amenazador. Me levanto despacio y miro a todos lados, la cabina estaba repleta; Algunos dormían, otros conversaban, veían sus ordenadores, otros reían con alguna comedia… pero del jugador, nada.
Vuelvo a sentarme y amenazo la reina con la torre, me paro, busco alguna mirada intrigante o quizás una sonrisa hipócrita. Vuelvo al asiento y su alfil se ha acercado. Pero su dama sigue inmóvil, despreocupada. La amenaza de mi torre es letal, altiva y fugaz la reina está entregada y mi torre cumple su deber, se cobra. En el momento que alguien a viva voz exclama, “Bon apetit, Monsieur” Me levanto de inmediato y lo busco. Vuelvo al asiento desconcertado y su alfil tiene jaque a mi rey, mi caballo se adelanta interponiéndose. Los peones libran una lucha feroz en el medio del campo, uno a uno van cayendo.
Los movimientos y jugadas revuelven a cada rato el tablero, no tengo caballos, sus torres ya las he quemado, y mi estrategia más cauta y menos osada van dando frutos. Tengo al rey acorralado, un par de alfiles y unos cuantos desgreñados peones lo defienden, mis armaduras aun brillan y se preparan para el asalto final.
Los baches y turbulencias ya las hemos superado, me levanto por última vez a ver si puedo verle la cara de preocupación o bien entregado al misterioso adversario.
Pero una voz en el alto parlante me avisa que ya pronto aterrizaremos, que la pantallita dejara de funcionar y que nos sentemos, abrochemos los cinturones, y nos quedemos quietos. Con el estomago vacio y quedando con el único sabor en la boca, el de la victoria, la victoria que pudo ser y que ya no volverá..
El taxi multicolor serpentea por las avenidas imposibles de DF, la cara del piloto fotografiada en la ventana me mira fijo, mientras, el aroma de tortillas recién hechas en el mandado del taxista me indica que es la última carrera y que el hambre me ha desatado el nudo en el estomago, listo para un alambre de arrachera y queso…
Continuara.



Texto agregado el 03-05-2012, y leído por 140 visitantes. (1 voto)


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