Tijuana BC. Mayo 2012. Cuando oigo tu voz como un susurro…
Tengo miedo del olvido, y es por eso que no me acerco a su cerca… no quiero quedarme encerrada.
En vez de eso, camino por la delgada línea que separa la nostalgia de la angustia, los buenos recuerdos de la desesperación.
Quiero recordar, sólo que me pongo obstáculos… intento dejar la imaginación y el pensamiento libre, aunque lo que quisiera es que volara sin rumbo por encima de las nubes… Aunque no puedo, no puedo, es muy complicado… y a veces, confieso que tampoco quiero.
En el torrente de imágenes que me acompañan en mi paseo por esa línea, hay situaciones extraordinarias, inolvidables, muy especiales para mi… me definen, son mi historia, mi antecedente, mi circunstancia…. Alrededor de ella están las azules nubes de la tristeza… esas que con su manto oscuro me cierran en el paso hacia la luz de mis recuerdos, esas nubes que se convierten en voces, en llanto y en desesperación, en taquicardia, en grito… Me agarro a esas nubes pensando que su color esconde parte de mi verdad… y me acomodo en el desgarro de mi alma dejando a un lado lo bueno, y quedando mi mente y todo mí ser, inmerso, encerrado en su atmósfera… triste, desesperada…
Me cuesta mucho dejar a un lado esa nube porque necesito vivir esa nostalgia, para sentir que sigo viva y que tengo que luchar por ti, por quien eres, por quien soy, por tu vida y por la mía…
Entonces, casi como un milagro: tu voz llega a mis sentidos como un susurro; tu mano se posa y acaricia mi pelo; mi cuerpo poco a poco se invade de tu sosiego, y tu calma… va avanzando en mí.
Abandono el camino, tomo la barca que me lleva a la nostalgia, a los recuerdos.
Poco a poco las nubes, que ya son también grises y negras, se van disipando.
Cierro los ojos, sonrío ligeramente, y entonces, dejo volar mi mente en mis sueños, para que puedas venir a visitarme y sentir que en mi interior nunca morirá.
El gélido aire hace rechinar la puerta del cementerio, y el lamento metálico corta la paz de cada uno de los cuerpos que yacen bajo las lápidas, y sin embargo son un canto tan típico del lugar.
Camina aquella figura entre las piedras pulidas firmadas con siglas, nombres de desconocid@s y fechas, mientras la luna llena refleja la sombra a sus pies, que camina encorvada y cabizbaja, aunque segura del camino que debía recorrer.
Su única amiga, su propia imagen, y la echa tanto de menos en las noches sin luna…
Anda con cuidado, aunque conoce cada palmo de tierra húmeda y pestilente de aquel lugar, tiene cuidado de no pisar las delicadas flores blancas, color mortecino, que crecen a los pies de cada tumba, como un sello que garantizaba que aquello que había bajo el barro merecía descansar en paz.
Tantas siglas inútiles y huecas, que no sirven de nada.
No tenía otra cosa en aquella vida, una vida que había aprendido a desobedecer y a ignorar. Esa noche, sin embargo, las arrugas de su piel le deformaban la cara hasta convertirla en una calavera con las cuencas aún llenas de algo poco parecido al color de la vida.
El cementerio, y lápidas de piedra de todos los tamaños y formas recortaban el horizonte. Sobre ellas las estrellas velaban por cada alma que dormía.
Cuando la luna se encontró con el reflejo de sus ojos, pudo comprobar que estaban húmedos, que si ninguna lágrima había caído todavía era por el simple hecho de que en aquel cuerpo quedaba ya muy poca agua.
Entre el mundo real y donde un rayo de luz blanquecina atravesaba las escasas ramas, todas secas y casi muertas, se posaba una placa de granito que se separaba en mitad de la zona despejada.
Sobre la placa unas rosas color salmón reposaban sin miedo a ser llevadas por el viento, resguardadas del resto de la muerte que empalagaba aquel lugar.
Habían sido traídas especialmente desde lejos para que terminasen marchitándose sobre aquella persona que yacía bajo la dura roca.
Suavemente se acercó a la tumba, su rostro se convulsionó y se dejó llevar por un silencioso llanto que salió de lo más hondo de su alma, se arrodilló y enterró la cara empapada entre sus brazos.
Lloró hasta que el alba le sorprendió muerta sobre la tumba de su amada, con una ligera sonrisa en los labios, y una de las rosas color salmón entre los dedos.
Hacía ya un tiempo que cada semana dejaba sobre la tumba de la mujer su flor favorita.
Y cada noche rezaba por que el sueño eterno se la llevara también.
Aquella vez, la Muerte decidió que quería seguir caminando sola.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, donde vagabundeo por la pintada cerca del olvido...abrazada a las azules nubes de la tristeza, y cuando oigo tu voz como un susurro, cruzo la orilla y a tientas, la nostalgia me ama. Andrea Guadalupe.
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