Yo te quería, Diego. Te quería tanto que pensé que no iba a haber nadie más en mi vida. Te decía que te iba a esperar si querías irte y luego volver a mí, y que siempre ibas a ser importante. Te decía todas esas cosas bonitas que se dicen y se sienten cuando se tienen mariposas en el estómago. Y tú eras tan cambiante a veces. En ocasiones eras la persona más tierna del mundo, la más dedicada, y luego, sin aviso alguno, te desaparecías y pedías que no te hablara, que necesitabas el silencio. ¿Cómo iba a interpretar eso? ¿Qué querías que sintiera? Yo me perturbaba enormemente, quedaba mal, desequilibrada.
A veces no te reconocía. Como que te cambiaba la mirada y se te iba la vista; como si de pronto estuvieras hueco, ido, en otro lugar, con otras personas. No parecía ser un lugar muy agradable, porque te veías como enfermo, como si te pasara algo muy importante y tremendo, como si te estuvieras muriendo pero no quisieras decir de qué. Yo no formaba parte, y eso me hacía doler. Yo quería ayudarte, darte mi amor; darte todo lo que podía dar. Era tan ingenua, tan niña contigo. Brotó toda la pureza que tenía guardada y pensé que eso iba a ser lo más lindo que iba a vivir.
Recuerdo que a veces, en tus cambios de ánimo, decías que querías desaparecer completamente. De mí, de la universidad, de todos, y borrar tu blog. Que querías irte a Mongolia a arrear camellos, y te reías como tonto. Entonces yo, muy estúpida, te decía que no, que no dijeras esas cosas, que no borraras tu blog, que era historia. Así que sacaba respaldo de todo y lo guardaba en archivos de Word en mi computador, para salvarlo. No sé para qué lo hacía, no sé cómo caía en tu jueguito. Uno de tus tantos trucos para ver si te importaba, para ver si de verdad te quería. Realmente estabas enfermo; no de algo terminal, ni físico; ni siquiera enfermo de soledad o de trauma. Era tu forma de relacionarte, y lo que esperabas de los otros, que estaba trastornada y resultaba tóxica a largo plazo.
Pero eso lo supe luego. Luego de las peleas y tu avalancha de indiferencia ante mi sufrimiento. Tu dureza de milico obtuso que me hizo desear jamás haberte conocido. Con el tiempo me hice consciente o logré convencerme de que nada de lo que te rodeaba tenía peso en mi vida y eso fue un sentimiento liberador. Me costó, lo reconozco; aunque me tome mucho esfuerzo y ego decirlo frente a ti, porque te das aires. Cuando me independicé de ti, cuando ya no fue relevante tu amor u odio, tu indiferencia o presencia, se abrió por fin la posibilidad de volver al punto en que me había quedado antes de conocerte. Recuperar en algo lo que tenía en ese momento.
Sí, sé que mi vida no era la de una estrella de cine. Sé que no era espectacular, y que tus ofertas eran grandiosas en ocasiones, como grandiosos fueron los palmetazos de decepción. Porque si tú me preguntas a mí, ahora que lo he vivido todo, te digo con seguridad que prefiero la planitud, la normalidad, la reglamentación estándar, a vivir una montaña rusa que a veces te revele una felicidad infinita y otras veces una miseria insoportable. No podría vivir otra vez algo así. Fuiste muy romántico en ocasiones, y un verdadero psicópata en otras.
Pero sabes, ahora me siento muy bien. Con el tiempo he aprendido a entender que tu presencia avasalladora no era más que una sucesión de fuegos artificiales. Siempre fuiste un niño explorador. Siempre fuiste un genocida del corazón, desde el primer minuto. Sí, sé que te burlarás cuando leas "genocida del corazón", dirás que fui muy cursi, muy barata en el ataque; o probablemente, conociéndote, no me digas nada a mí y sólo lo pienses, y te lo quedes guardado con esa indulgencia insultante que tuviste tantas veces conmigo. Pobrecita, debiste pensar, qué va a sentir si le digo que es una basura inservible.
Nunca fuiste un hombre, y nunca lo vas a ser. Eres una especie de Peter Pan sin poderes ni conciencia de lo que es. Estás ciego. Eres un ser en definición constante, informe, pegajoso. Eres como un animal embrutecido que sólo avanza y avanza, sin saber a dónde avanza; simplemente siguiendo la senda que supone es la correcta, moviéndose por instinto, por los olores, por las huellas en el camino. Tú no sabes nada. No sabes nada sobre vivir, sobre valorar la vida. No tienes idea de lo que es el amor. Sólo juegas, como un adolescente sádico, como si no hubiese nada más en el mundo. Como si jugar fuera lo único posible en tu festival de máscaras.
Se marchitan las plantas, Diego. Cualquier planta se marchita si no la riegas. Y tú no sólo no regaste la que teníamos, sino que usaste su tierra para rellenar otros maceteros con tus experimentos, usaste las hojas de nuestra planta como infusiones para tu tos compulsiva del cerebro. Quise pensar que no te diste cuenta de lo que hacías, que todo fue un error de la improvisación, del entusiasmo tuyo por esos experimentos o tu necesidad de aquellas infusiones. Fui tan ilusa. Tú te fuiste y no fue un error. Te fuiste y sólo dejaste el macetero hueco e inútil al que durante mucho tiempo me aferré. Te busqué allí, en la forma inerte del plástico, esperanzada con que pudieras haber dejado algo para mí, algo para nosotros. Quizás un resabio de tierra, quizás una semilla con la cual volver a comenzar. Pero no dejaste nada, salvo el contenedor vacío en que alguna vez descansó tu memoria.
2.8.11
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