Las parrandas con amigos son siempre un enigma, sobre todo por las cosas que pueden suceder. Mi amigo baba y yo, decidimos empezar una un buen domingo. Habíamos concertado una cita para las seis de la tarde, con Buche e´ lechosa y la bella, dos jóvenes hermanas del sector de barrio Méjico. Detrás del palacio de justicia fue el lugar propicio.
Las seis y treinta de la tarde eran, y en el transcurso de la espera, permanecíamos estacionados en mi carro, escuchando a Los Rosario con su “Swing.”
La tarde caía, y las susodichas, parecía que no habían podido conseguir el permiso para salir de su casa, porque ni rastros de ellas se veían.
Había comido él, horas antes, una buena ración de orejitas de cerdo con fritos y un mabí de palo, ocasionándole un fuerte retorcijón de barriga, lo que provocó que se viera forzado a defecarse en el contén de la acera, justo al lado del carro, aprovechando la oscuridad del lugar.
Desesperados ya, pensando en la plancha que nos habían hecho, decidimos ir a comprar un par de cervezas al colmadón que estaba al otro lado del tribunal, frente a la estación de gasolina de Saleme. Allí nos entretuvimos oyendo música a todo volumen y bajando varias cervezas.
Decidimos volver, para ver si las hermanas habían llegado al lugar de la cita. Fue cosa de una hora lo transcurrido, desde nuestra salida hasta el regreso. Pero vaya sorpresa la que nos llevamos. Al avanzar por la calle que habíamos dejado antes, las luces del carro revelaron la fatídica acción; ambas removían de sus zapatos, el blando cojín del excremento.
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