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Elizabeth es una linda y joven mujer, saludable en su femenina anatomía. Apetecida por el más ecléctico ser humano, y yo tengo el privilegio, por decir así, de poseerla.
La fabulosa hembra, posee la imperiosa costumbre de acosarme cuando de saciar su deseo se trata. Pues su inagotable y ávido morbo, la lleva a realizar cualquier acto, sea cual sea, con tal de complacerse.
Cierto día, recostado plácidamente en el mueble de la sala, me encontraba esperando su llamada, que como una premonición, sabía hasta en el momento en que la haría. Algunas veces lo atribuía a eso. Otras veces, creía estar comunicado telepáticamente con ella, por los tantos aciertos que tenía. Tanto así, que en ocasiones, esperaba con el auricular en mano y ¡ring!, ahí sonaba.
Posee ella además, el don de la clarividencia y de la cartomancia. Y esto lo pone a su favor para hacerme caer muchas veces en sus redes seductoras.
Aquel día sonó el teléfono, y sin más preámbulo, me dijo que tenía que ir a su encuentro en la capital, para que le resolviera su problemita, y que esto se lo había manifestado Anaisa pie y Belié Belcán, en un sueño la noche anterior.
Le manifesté que era muy tarde para acudir a su cita en la capital, que no encontraría como regresar, o hallar lugar donde quedarme a la hora de consumar. Insistentemente, ella argumentó que eso era lo de menos. Que encontraría la manera de buscarme un lugar donde pasar la noche, pero que tenía que ir a “resolverle” lo que sus seres le habían ordenado.
Acordé salir a las siete de la noche, y una hora más tarde, me encontraba con ella en las ruinas de San Francisco, en Santa Bárbara.
Nos dirigimos hacia la calle El Conde. Nos acomodamos en un restaurant colonial bajo dos lánguidos faroles, con sillas dispuestas en plena calle. Allí permanecimos tomando cervezas, hasta la hora que ella consideró propicia para sus actividades paranormales y sexuales. Tiempo en el cual, ya sus parientes estarían dormidos y no notarían nuestro arribo. Cosa que yo desaprobé con valor, pero que al fin y al cabo, los tragos y el deseo ardiente de poseerla fueron más poderosos.
Retomamos el camino a Santa Bárbara alrededor de las doce de la medianoche, y me introdujo por una oscura y prolongada escalera, hasta el segundo nivel donde vivía.
Pasamos al interior de un lúgubre cuarto, en el cual ella insistía, en que primero tenía que llamar a todos los santos y leerme las cartas, para saber si yo le era fiel a ella, antes de realizar nuestro acto libidinoso.
En esos momentos arribó a la casa un primo suyo, con una juma de esas, en la que el ser humano no sabe si existe o se ha muerto.
Salió despavorida de la habitación, con el escándalo que se había armado. En tanto, me convidaba a meterme en un closet mientras pasara la juerga, pues en cualquier momento podría ser descubierto y crear una mayor revuelta.
Entre duchas frías, hielo en los testículos, sopa caliente, baño de flores, pelas de ramos de guandules para despojarlo de aquel Luá que lo tenía poseído junto al dios vaco, etc., interminables minutos transcurrieron.
Ya no sabía yo qué hacer allí oculto, cuando empezaron a contraerse fuertemente mis intestinos, acosados por los diferentes sazones que degustamos aquella noche. Miré para todos lados sin encontrar la forma de salir de aquella prisión, cuando de pronto observé lo que sería mi salvación; un cartón de jugo de naranjas que habíamos dejado vacío al consumirlo. Me aplaste como pude en ese estrecho rincón, lleno de cirios encendidos y lánguidos iconos santificados. Y deposité en el envase, el material gastable de mi digestión.
Las cosas empezaron a calmarse en la otra habitación y el borracho había sido despojado de su maléfica invasión. Quedando casi muerto en los brazos de Morfeo.
Amanecía ya, y bajo el susurrar de voces inconformes, aproveché para escabullirme sigilosamente por las escaleras y desaparecer de todo aquel nido de locura.
Ese día, como siempre, esperaba la apoteósica llamada. Al fin se consumó. Y la beldad insistentemente me preguntaba, que había hecho yo, para que nadie pudiera soportar, el tremendo mal olor que de su habitación salía.
Yo le respondí en tono muy sacrílego; invoca a tus santos, sus luces te lo revelarán. Y me despoje definitivamente de todo aquel embrollo que me tenía poseído, hasta el sol de hoy.

Texto agregado el 01-05-2012, y leído por 89 visitantes. (2 votos)


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